Shabbat Jeshvan 27, 5763 - 2/11/02
Comentario de la Parashá Jaié Sará: ¿Para qué correr?
¡Shalom iekarim!
En breves renglones la Torá reitera un verbo.
Prestemos atención y aprendamos algo provechoso para nuestros días.
En el capítulo 24 de Bereshit/Génesis,
encontramos a un buen padre judío preocupado por el destino de su familia.
El anciano Avraham desea que su hijo, su único heredero, Itzjac/Isaac,
despose una mujer de su familia, alguien compatible con la misión de
mantener y fortalecer el judaísmo. Avraham sabía que si su hijo
andaba tras los pasos de otras culturas, el legado del hebraísmo se
extinguiría. Por lo cual, compromete a su fiel mayordomo Eliezer para que
vaya a la lejana tierra hogareña, a la mesopotámica tierra de Najor, y allí
haga lo necesario para encontrar esposa idónea para Itzjac.
Eliezer parte a su misión cargado de responsabilidad y tesoros, pero además
de dudas y expectativas, porque, ¿cómo haría para hallar la mejor esposa
para su patroncito?
Eliezer sabía que el futuro del judaísmo, y de la entrega de la Torá al
mundo, dependía de él, de un pequeño siervo de Avraham.
Entre tanta duda y peso, Eliezer hizo lo que había aprendido de su maestro y
patrón: se encomendó a Dios, es decir, hizo tefilá -rezó-, y se
aprontó para estar atento a la señal que le indicaría lo mejor.
Y ni bien estaba orando, una joven hermosísima, de una frescura y gracia
inigualables, se aproximó al sitio en el cual él se hallaba.
Él la miró, y creyó percibir la respuesta a su tefilá, por lo cual: "Entonces
corrió hacia ella..." (Bereshit / Génesis 24:17). Y conversaron
un rato. Y con cada palabra, con cada gesto, con cada mirada, Eliezer iba
confirmando su premonición: ¡esa era la elegida! ¡Dios había
respondido prestamente a sus ruegos!
Ella, que era Rivcá/Rebeca, le invita a ir a su hogar, allí podría descansar
seguro, alimentarse y hacer reposar a sus camellos.
El siervo acepta con mucho gusto, y como agradecimiento le regala una joyas
finísimas, tras lo cual enfilan para la casa de Rivcá. Cuando están en las
cercanías: "La joven corrió y contó estas cosas en la casa de su
madre." (Bereshit / Génesis 24:28). Contó acerca del siervo de Avraham
que estaba llegando por el camino, de los tesoros que cargaba en sus
camellos, de su porte hacendoso, de la relación de parentesco entre ellos y
su patrón, etc.
Entre sus escuchas está su hermano Labán, que era un hombre astuto,
calculador, ambicioso, "el cual corrió afuera hacia el hombre,
...cuando vio el pendiente y los brazaletes en las manos de su hermana..."
(Bereshit / Génesis 24:29-30). Labán quería que le dieran ganancias ya,
ahora, de inmediato. Labán se había enamorado del oro y fama que
traía el siervo de Avraham. Eliezer, viendo esto y comprendiendo la
oscuridad en el corazón de Labán: "sacó objetos de plata, objetos de oro
y vestidos, y se los dio a Rivcá. También dio obsequios preciosos a su
hermano y a su madre." (Bereshit / Génesis 24:53).
La historia finalmente termina con el matrimonio entre Rivcá e Itzjac, pero,
no es nuestro tema ahora.
Lo que quiero destacar es el verbo correr que aparece en tres
ocasiones.
Veamos la finalidad de cada uno:
-
Eliezer corrió para dar cumplimiento a una
orden, y tras reconocer la probable señal de Dios a sus rezos.
-
Rivcá corrió llena de sana emoción,
dispuesta a comunicar su regocijo a las personas de su querencia.
-
Labán corrió enfermo de ambición, buscando
obtener ganancias materiales sin ningún merecimiento, y sin ningún
verdadero provecho.
¿Qué podemos aprender de cada uno de estos "corrió"?
Si bien el verbo es el mismo, ¿el significado lo es?
¿Cuál es el correr que es perjudicial para el bienestar?
¿Para qué correr y para qué guardar la calma?
¡Les deseo Shabbat Shalom!
Moré Yehuda Ribco
Relato a
propósito del comentario
El Jofetz Jaim regresaba a su hogar, y
en el camino recogió a un hombre que andaba por la ruta. Mientras
conversaban el hombre le comentó al rabino que iba a ver al gran Jofetz Jaim,
el sabio de renombre. Había partido de su hogar varios días ha, y sufrido
varias complicaciones en el viaje.
El Jofetz Jaim, que no se había dado a conocer, le replica: ¿Para qué
haces un viaje tan largo y peligroso? ¿No es ese sabio un ser humano como
cualquier otro? Su aspecto es igual al de cualquiera. Lee sus escritos si
deseas, pero... ¿irlo a ver? ¡No vale la pena!
El viajero ofuscado abofeteó al Jofetz Jaim mientras le reprendía:
¿Cómo te atreves a hablar de esa manera irrespetuosa del genio más grande de
nuestra generación?
Y se bajó del carruaje sin siquiera despedirse.
Horas más tarde, el Jofetz Jaim estaba recibiendo a los numerosos visitantes
en su hogar, cuando entra el viajero que le había abofeteado. Cuando el
hombre lo ve, se arroja a los pies del rabino, y en pleno llanto le implora
que lo perdone.
El Jofetz Jaim sonrió mientras le respondía: ¿Que te perdone? ¡No tengo
de qué perdonarte! Si me golpeaste para guardar mi honor.
En todo caso, soy yo el que te tengo que agradecer, ya que siempre enseñé
que es preciso respetar al prójimo y no me había dado cuenta que uno también
tiene que respetarse a sí mismo, sino, ¿cómo lo respetarán los demás?
(Basado en un relato en "De generación en generación" de
R. Abraham Twerski)
De la Parashá
Jaié Sará
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