Shabbat Kislev 4, 5763 - 9/11/02
Comentario de la Parashá Toledot: La careta que no es cara
Está escrito en nuestra parashá: "Luego Rebeca [Rivcá] tomó la ropa más
preciada de Esav [Esaú], su hijo mayor, que ella tenía en casa, y vistió a
Iaacov [Jacob], su hijo menor." (Bereshit / Génesis 27:15).
¿No sabemos acaso que Esav es el hijo mayor de
Rivcá y que Iaacov es el menor?
¿Debe la Torá repetirnos este dato (aparentemente) innecesario?
Como sabemos, la Torá ni siquiera añade un punto que no tenga su utilidad,
por lo tanto, si en este versículo nos recuerda un pormenor muy conocido su
enseñanza debe tener.
He aquí una de ellas.
Por circunstancias de la vida, Iaacov (el hijo
estudioso y piadoso) debía usar las ropas de Esav (su hermano belicoso y
rebelde).
Por una cuestión momentánea y vital, Iaacov debía disfrazarse de aquel que
no era. Debía hacerse pasar y actuar como otro, que era muy diferente a sí
mismo, y muy distinto de lo que es el ideal de correcta persona.
Por lo tanto, la Torá nos recuerda que lo que se puso Iaacov fueron
solamente las ropas de su hermano mellizo, pero no su identidad.
Iaacov mientras usaba las ropas de Esav, mantuvo su identidad, y no se
confundió hasta el punto de convertirse en una réplica de Esav.
Iaacov usó la careta de Esav, pero no la convirtió en su cara.
Aprendemos así que cada cual debe construir su
identidad personal, que tendrá sus propios valores y modos de vida
compartidos con otros
Luego, si el resultado es positivo, lo propicio es andar según esta
singularidad.
Lo que no obsta que se debe mejorar a diario y sin cerrarse a la sociedad,
es decir, tampoco hacer de nuestro sistema de vida una careta que nos impida
vivir realemente.
Pero, lo que no es aconsejable hacer es ir por la vida cambiando de ideas e
ideales de acuerdo a las modas pasajeras, no es beneficioso el vestirse con
las ropas y con los valores, doctrinas, etc. de los distintos Esav del
mundo.
¡Shalom iekarim!
¡Les deseo Shabbat Shalom!
Moré Yehuda Ribco
Relato a
propósito del comentario
Aronofsky era una persona desmemoriada y
dispersa.
Nunca recordaba dónde dejaba sus llaves, ni sus anteojos, ni siquiera su
billetera.
Tenía dificultades para recordar dónde era su trabajo, cuándo el cumpleaños
de familiares y conocidos, y hasta a veces su número telefónico.
Ni debemos mencionar que no llegaba a tiempo a ninguna parte, ni siquiera a
los eventos más importantes, tampoco a los aburridamente cotidianos, pues,
¡cómo retener tantos números, datos y asociarlos con nombres, caras y
responsabilidades!
Sin dudas que Aronofsky no la pasaba bien con
tantas pérdidas y olvidos. Muchos objetos valiosos habían desaparecido de su
vida. Pero eso no era lo peor, muchas personas también habían desaparecido
abruptamente, él no sabía bien porqué, pero en verdad es que se habían
ofendido con él, pues ni los saludaba cuando se cruzaban en las calles. O
saludaba "Encantado de conocerle" cada vez que se encontraba con
alguien en una fiesta, sin acordarse que ya otras veces se habían conocido.
En la vida de Aronofsky todo era fugaz; todo
era absolutamente pasajero, inconstante, que se estaba yendo sin quedarse.
Y al mismo tiempo todo era nuevo, sin memoria ni pasado.
A pesar de ser una triste y miserable
existencia, él no sentía que la pasara tan mal.
Era una vida descansada, sin apuros, sin presiones, sin exigencias, sin
tormentosos recuerdos, ni falsas ilusiones.
Cuando perdía un caro objeto, ¿se apenaba acaso? ¡Si ni sabía que alguna vez
lo había poseído!
Y cuando el antiguo amado ya no le adelantaba el saludo, y pasaba a su lado
como un extraño, ¿acaso lloraba por la pérdida? ¡Si no recordaba que alguna
vez habían congeniado!
Hasta que un día uno de sus familiares,
cansado de recordarle quien era y de donde se conocían, le propuso que
hiciera una lista de todos los objetos y los lugares en donde los dejaba,
así los hallaría con facilidad.
A Aronofsky le pareció una saludable idea, por lo cual la puso en práctica
de inmediato. Y como resultó tan útil, le agregó también nombres y datos
asociados a ellos, por ejemplo: lo conocí el día tal; o por ejemplo:
es mi jefe; y así por el estilo.
Su vida comenzó a estar organizada, a tener orden, y hasta parecía que
contaba con algún sentido.
Las personas y objetos no venían y desaparecían en un santiamén, pues ahora
estaba la lista que les daba un lugar, un tiempo, un nombre, una historia.
Por primera vez, desde que tenía memoria, Aronofsky se sentía
confiada y feliz con su mundo. Y por primera vez sentía el remordimiento y
el aferrarse a algo.
Todo gracias a la lista que tenía adherida a su muñeca, y que no dejaba ni
siquiera para tomar un baño.
En cierta ocasión, corriendo (como nunca había
hecho) para llegar a tiempo a una cita importante, tropezó con otro que
venía corriendo en dirección contraria.
Su lista se desprendió de su muñeca y voló por los aires, para mezclarse con
otros papeles y pertenencias propias y del otro.
Ambos se disculparon mutuamente, recogieron sus cosas y se apartaron.
Aronofsky no recordaba qué tenía para hacer, pero afortunadamente no había
olvidado la existencia y utilidad de su lista.
La leyó y mirando el reloj, salió corriendo en dirección inversa a la que
iba corriendo antes del encuentro.
Es que había levantado la lista del otro, tan desmemoriado y apático al
mundo como el mismo Aronofsky.
A partir de entonces, Aronofsky vivió la ajena lista de otra persona, sin
extrañarse de los comentarios y miradas de sus allegados (que eran
del otro en realidad), pues sabía que su vida estaba en orden
mientras siguiera los pasos escritos en la lista.
De la Parashá Toledot
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