Shabbat Kislev 11, 5763 - 16/11/02
Comentario de la Parashá Vaietze: Sueño sionista
Está escrito en nuestra parashá que nuestro tercer patriarca, Iaacov, debe
huir de su hogar, y se encamina a la lejana tierra de los caldeos.
Antes de dejar el suelo patrio tuvo un sueño profético, en el cual recibe un
mensaje pleno de optimismo y promesas de realización futura.
Entre otras cosas se le anuncia: "Y he aquí que el Eterno ... dijo: –Yo
soy el Eterno, el Elokim de tu padre Avraham [Abraham] y el Elokim de Itzjac
[Isaac]. La tierra en que estás acostado te la daré a ti y a tu
descendencia." (Bereshit / Génesis 28:13).
Nuestro padre en esta oportunidad recibe una
clara promesa de Dios: la tierra de Israel será para él y sus descendientes.
Sabemos que los únicos herederos de Iaacov
somos nosotros, los judíos.
Sabemos que Dios es fiel y Su palabra es justa y valedera.
Por lo tanto, aquel que dice confiar en la divina veracidad de la Torá,
¿cómo puede pretender que la tierra de Israel sea patrimonio de otras
personas que no son los judíos?
Entonces, aquel que pone su confianza en Dios, debe ser partidario de la
idea milenaria: la Tierra de Israel para la Nación de Israel.
Bien, entonces si Tierra y Nación de Israel se
pertenecen indisolublemente, el paso siguiente es el del retorno y
asentamiento judío.
Y entonces vemos que algunos añoran a Tzión fervientemente, pues es la
materna tierra lejana. Otros buscan liberarse de las penurias de la diáspora
afincándose en el hogar milenario. Están aquellos que saben que las
mitzvot se cumplen a plenitud en Israel. En fin, los motivos y razones
para emigrar a Israel son variados.
Por lo que debemos saber que de esta sección de la parashá aprendemos que
los motivos por los cuales la persona hace aliá, emigra a Israel, son
secundarios; ya que lo principal es el hecho de la aliá, y de
la residencia en la Tierra.
¿Cómo lo sabemos?
Al concluir este sueño profético, despertó Iaacov e inmediatamente "dijo:
–¡El Eterno está presente en este lugar, y yo no lo sabía!"
(Bereshit / Génesis 28:16).
Es decir, no importa si uno tiene conciencia (o no) de la santidad de
"este lugar" (Israel), es circunstancial si tiene consideración del
especial amor y atención que Dios le confiere. Lo que importa es estar ahí,
incluso en el "yo no lo sabía", en la ignorancia del incalculable
valor espiritual de la Tierra de Israel.
¡Shalom iekarim! ¡Les deseo Shabbat
Shalom!
Moré Yehuda Ribco
Relato a
propósito del comentario
En la rica empresa de avanzada, estaban
desarrollando una novedosa tecnología que requería del más fino y delicado
aceite de oliva en cantidades industriales. Aquel joven fue encomendado para
conseguirlo. Para lo cual, investigó en la base de datos, y llegó a la idea
que de Israel proviene el mejor y más puro aceite. Por eso inició los
contactos con fábricas y establecimientos diversos de Tierra santa. En sus
conversaciones de negocios, cuando llegaba al requerimiento de la excelencia
del producto, invariablemente (y con honestidad) le decían que el aceite de
la fábrica era bueno, pero no el mejor. Una tras otras las empresas se
disculpaban. Ya cansado de los trámites vía Internet, fax o teléfono, el
joven viajó a Israel. Pero, en persona no tuvo más éxito que desde la
distancia.
Aquella noche, ya desilusionado se quedó mirando por la ventana de un café.
Y se sorprendió al ver iluminadas muchísimas ventanas con llamitas
resplandecientes y limpias. Preguntó y le contaron que los judíos festejan
Janucá encendiendo llamitas, especialmente con mechas empapadas de aceite
puro de oliva.
El joven creyó que eso era un señal que se le enviaba, por lo que lejos de
continuar desanimado, reemprendió su búsqueda.
Finalmente consiguió la información (de una fuente un tanto dudosa) de que
en un campo apartado, destilaban el más excelente aceite de oliva, y en
enormes cantidades.
Fue el joven hasta allí.
En medio de los árboles vio a un hombre inclinándose, recogiendo piedras y
alejándolas de las raíces.
Se aproximó, conversaron un rato, en tanto el hombre continuaba laborando
fatigosamente entre los olivos. El trabajador entre los árboles era el
patrón del olivar.
Pidió el joven tal y cual calidad de aceite; y el hombre con una gran
sonrisa asintió: él sí tenía.
Pidió el joven tal y tal cantidad; y el hombre asintió nuevamente.
De pronto el joven se extrañó, y pensó: "si este hombre es tan rico como me
hace creer, ¿qué hace trabajando tan duramente en la tierra? ¿Por qué no
manda a sus peones mientras él descansa? ¿Por qué arranca con sus propias
manos las piedras al calor de la tarde? ¿No será una chanza de mal gusto?
¿No me estaré dejando engañar de alguna manera?"
Y mientas así se iban acercando al final de la plantación, cuando apareció
frente a ellos una mansión espléndida. A un costado estaban estacionados
autos de precios millonarios. En resumen, una visión de abundante riqueza
material.
Ahora sí que el joven no entendía nada.
Entonces volcó todas sus dudas al dueño del olivar, el cual respondió: "Sí
claro que soy rico, y es claro que mis fortuna viene de mi campo. Pero,
¿sabe algo joven? La mayor riqueza para mí no está en las paredes de mi
hermosa casa, ni en las posesiones; sino en trabajar la tierra. En acariciar
los terrones con mis dedos. En sentir vibrar la vida en las ramas de los
árboles. En darle vida a la tierra de Israel."
El joven regresó a su compañía con el pedido y
nuevas ideas: la riqueza no está en lo que se posee, sino en lo que se hace
vivir. Y el hogar no está entre el techo y el suelo, sino en el lugar que
vive con nosotros.
(Versión basada en Talmud Babli Menajot 85b)
De la Parashá Vaietze
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