Judaismo conversion Israel Mashiaj Tora Dios amor paz

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 Lic. Prof. Yehuda Ribco (Av 6, 5762 - 15/7/02)

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BeShem H' El Olam

La Torre de Babel

Yehuda Ribco - 5756 / 1996

Génesis, capítulo XI

(1) Era toda la tierra de una lengua y de unas mismas palabras.

(2) Y habiendo emigrado del oriente, hallaron un llano en la tierra de Shinar, y se asentaron allí.

(3) Y dijeron uno al otro: Vamos, hagamos ladrillos y cozámoslos al fuego. Y les sirvió el ladrillo por piedra y el betún por argamasa.

(4) Y dijeron: ahora pues, edifiquémonos una ciudad y una torre cuya cúspide llegue al cielo, y hagámonos un nombre; para que no nos dispersemos sobre la faz de toda la tierra.

(5) Y descendió Jehová para ver la ciudad y la torre que edificaban los hijos de los hombres.

(6) Entonces dijo Jehová: He aquí el pueblo es uno y su lengua es igual para todos, y este es el comienzo de su obrar; y nada les impedirá hacer lo que piensan hacer.

(7) Ahora pues, descendamos y confundamos allí sus lenguas, para que ninguno escuche / entienda el habla de su compañero.

(8) Y así Jehová los dispersó sobre la faz de toda la tierra; y cesaron de construir la ciudad.

(9) Por esto fue nombrada Babel, porque allí confundió Jehová el lenguaje de toda la tierra, y desde allí los esparció sobre la faz de toda la tierra.

 

 

 

"Dios no puede enseñar a sus muchachos todo lo que Dios sabe"

Mefistófeles de Goethe

 

 

(1) En un principio el mundo es uno con mi unidad fragmentada. Yo no soy yo, en tanto no tengo conciencia de mi mismidad; empero, soy yo, mientras los otros (que para mi no tienen esta entidad ni identidad) me asignan un lugar en el mundo de intermediaciones. Por esto, yo era yo antes de nacer inacabado, aún antes de ser concebido, aún quizás antes de que los dos seres biológicos que aportaron su material genético para mi conformación existieran materialmente en el mundo. Yo soy también los pensamientos, deseos, acciones e infinidad de cosas más de aquellos que me rodean y rodearon.

Y yo, a pesar de aún no ser Yo, estoy naturalmente fragmentado. ¿Cómo puede ser esto? Siento, percibo, desde diversos lugares. Mi campo de conciencia todavía no está estructurado, ni estructurada la percepción (interna y externa, y en rigor estas dos tópicas tampoco), siendo así, lo que mi boca (y aledaños) siente, lo siente mi boca (que no es mía… ¡esas paradojas!), lo que siente mi aparato excretor, tampoco es sentido por mí...y así todas las sensaciones y ¿sentimientos?...soy una organización desorganizada y escindida en una multiplicidad de seres que me conforman.

Pero, para aumentar aún más la confusión caótica, a pesar de no ser uno conmigo mismo, soy uno con el Cosmos. ¿Esto tampoco se entiende? Bien, si no soy yo, entonces, el resto de las cosas tampoco son yoes distintos...por lo tanto, yo soy todo lo que me rodea...

Y en ésta dispar unidad disgregada puedo asegurar (aunque no afirmar) que la Tierra, despoblada del principio de realidad, es una, y su lenguaje es uno.

En último término, ¿saben por qué? Porque el mundo me es indiferente...porque yo (que no soy yo) soy la fuente, el medio y el destino de todo el placer que existe en el (reducido) universo. Y ese mundo objetivamente indiferenciado e indiferente (que no es anobjetal, sino que todavía no tengo cómo simbolizar al objeto, representar interiorizada la relación exterior) es el depósito y depositario de todo lo que es displacentero, malo, extraño .

Y el lenguaje de este entreverado mundo-unidad-escindida son mis primarios instintos.

El lenguaje es la expresión de mi yo-realidad inicial (¿Yo-ideal?).

El verbo, los primeros hábitos.

¿Y saben otra cosa?

Estoy sumergido hasta el ahogo en un océano de lenguaje, pero, mi lengua es la que prevalece, es la más poderosa, porque en mi realidad, el poder soy yo...ese lenguaje que me circunda y me cerca, también me es indiferente...una minucia, nada de qué preocuparse...(¿por el momento?)...pero, ¡ay!, comencemos a preocuparnos...

La vida del ser humano siempre se constituye en un contexto humano, humanizado, social, en la cual el símbolo, la palabra, media. Y el símbolo, por definición, está siempre estructurado por el Otro.

Hay alguien, objeto, (que no me cansaré de repetir: aún es nadie) que media, esto es intermedia y sirve de medio y a hace al medio..

¿Quién o qué es este traidor...destructor de mundos de perfecto placer?

Suponemos que la madre según Freud, o la persona que cumple la función materna, según Lacan. Ahora, si atendemos a lo que dijera Freud: hay "...una cabal investidura de objeto hacia la madre..."; y además "Al comienzo, en la fase oral primitiva del individuo, la catexis de objeto y la identificación no pueden quizá distinguirse entre sí", entonces podemos asumir que no sólo se produce una identificación a un objeto, sino que simultáneamente se acentúa el lazo afectivo (catexia) hacia el mismo, en este primer tiempo del narcisismo la catexia y la identificación coinciden en este objeto mientras no surja algún obstáculo a esta ligazón.

¿Por qué (presumo que) Lacan prefirió introducir la Función de la Madre en lugar de hablar lisa y llanamente de ella?

Porque la función madre no se crea a partir de los datos de la experiencia, sino que forma parte de la estructura anímica del humano. Las interrelaciones van llenando el lugar simbólico, poniendo rostros o antifaces o nombres, a la primigenia función madre, función y no personaje, función y no madre biológica. Entonces, aunque en este trabajo utilizaremos el término madre tanto para la que pare como la que cría, debemos hacer hincapié en ella como la persona de referencia estable para el niño de las primeras épocas, porque la Función Madre es un lugar, pero asignado a sujetos concretos.

El objeto existe, y es el objeto el que espera al sujeto, y no éste que está a la búsqueda de aquel.

El objeto función madre promueve, o más bien ampara, un orden de dependencia absoluta e inmediata, que instaura en mí, como sujeto, una matriz simbólica, la del Otro absoluta.

La madre míticamente fálica omnímoda y omnipotente.

 

(2) Si nos atenemos a la versión original de Babel, lo que los traductores llamaron (correctamente) "oriente" es denominado Kedem. Esta voz aparece por primera vez en el texto bíblico en alusión al Huerto del Edén, y más precisamente en el punto que refiere acerca de la formación del primer hombre. Y en relación a esto, kedem denota lo que está previo, más antiguo, lo que precede y también lo que es fachada, es decir todo lo que se muestra antes de algo...¿de qué?, todavía no lo sabemos…¿cómo saberlo?, si todavía no es el inicio de la historia, porque, consideremos lo siguiente: por el oriente comienza el sol su imaginario (ilusorio) peregrinar, hasta ir a morir, ya viejo, cansado y sin las fuerzas de la mediavida, al tenebroso occidente. Sin embargo, aún no es hora de acallar los impulsos en el último lecho de tierra, sino, por el contrario, de crecer...de alejarnos de los redondeados montes de la infancia, de los pechos fragantes y sinuosos, del estado de indefensión biológica y correlativamente de indefensión simbólica, y asentarnos en el llano...en lo virgen e inexplorado...en lo liso, apático y aburrido...entre dos pechos…el antiguo y el que vendrá…en la vida…

La vida se da en relación con otros sujetos similares y a la vez distintos a lo que soy yo. Y este reconocimiento de completud personal, de igualdades y diferencias con los otros, se da primero en la forma (imagen visual) antes que se logre conceptualizar o al menos tener noción consciente de la misma...o palabras para estratificarla...

Es importante distinguir la importancia del ojo, de la visión, puesto que es uno de los más primitivos herederos, sustitutos, del edénico cordón umbilical, la boca alimenta y entabla los primitivos vínculos con el medio, pero la visión es lo que establece el inicio y el sostenimiento de la temprana identidad. ¿Cómo? Si entendemos que la imagen es una construcción amén de una percepción (apercepción), podemos llegar a definir que sirve como base para las identificaciones (¿matriz y germen del registro imaginario?); porque, ¿cómo establecer la identificación si en un tiempo anterior no investí cierto objeto que reconozco. Según Spitz hacia el tercer mes de vida ya se reconoce los gestos faciales, hacia los seis meses distingo quién es la madre (intrincada con el padre), etc.? (El tema de los ciegos escapa a mis posibilidades actuales).

Empero, yo, en mi prematurización, por un corto tiempo más seguiré siendo el centro de la Tierra, aunque, estoy involucrado en un proceso que me arrastra irremisiblemente hacia el occidente (sinónimo, en algunos diccionarios, de cultura y civilización) y que en su llaneza es complejo...cuando me veré enfrentado prístinamente como sujeto (imaginario) a un espejo.

 

(3) Llega un momento en que debo clamar: ¡Pobre yo!, estoy siendo arrancado de la inmediatez de lo sentido, de ser Yo omnipotente - dependiente - inconsciente de mi mismidad y del reconocimiento de la existencia de Otro, para aparecer totalizado en la imagen que aparece frente a mí, esa imagen que es el objeto (aún in-significante como tal) de identificación, que soy yo mismo (mi alter ego), pero reconocido y asumido como otro Yo que al mismo tiempo no soy Yo. Me estoy contemplando en el ojo de mi madre en posición especular.

Si hacemos hablar a Platón: "Dice Sócrates en Alcibíades 132-d: "Tú no habrás dejado de notar que cuando miramos el ojo de alguien que está enfrente nuestro, el rostro propio se refleja en lo que se llama la pupila, la Koren como en un espejo. Aquel que mira ve allí su imagen (eidolon).""

Y ese feraz momento de reconocimiento: hace sentir júbilo y agresividad. ¡Dilemas de la existencia! Asunción jubilatoria pues ahora soy un niño que comienzo a escapar a las fantasías de fragmentación, e inicio el camino de la integración corporal y psíquica. Agresividad porque primero hay que romper con lo que ya existía, esa imagen no imaginada de mi antigua personalidad escindida, luego, porque hay que decir "alto, ese eres tú, este soy yo", poner límites y demarcaciones a una supuesta primitiva armonía. Angustioso sufrimiento también, porque si ahora, en mi reciente reconocimiento de mi unidad cultural, percibo mi antigua condición de ser fragmentado, ¿qué me asegura que en un futuro no pasaré a una condición tan espantosamente ignorante y fragmentada como la anterior?

Ha llegado con la consecución, el estremecimiento…(¿tal como lo que ocurrirá más adelante, cuando aún en los espasmos del orgasmo, el vacío y la pulsión de muerte reine momentáneamente impeliendo a reiniciar el ciclo?)

Estar siendo en el otro es placentero y no lo es. Reconocerse al fin (o anticiparse como individuo), pero por mediación de la mirada del otro, produce goce, mezcla de placer y sufrimiento.

Esa imagen especular cumple una función desrealizante, ahora como sujeto paso a referirme a ese Yo imaginario, en lugar de continuar aferrado a la "realidad" inmediata de lo vivido. Y esto es lo que actúa como matriz simbólica, como semilla para la futura instauración de la función simbólica. De la capacidad de apropiarse del mundo a través del principio de realidad. Lacan especifica que la imagen especular es "donde el Yo se precipita en una forma primordial antes de objetivarse en la dialéctica de la identificación con el otro".

Con este 'nuevo acto psíquico' se constituye el Yo; me encuentro en el pasadizo que me conduce desde el autoerotismo al narcisismo secundario (narcisismo mío que no es más que la conjugación efectivizada del narcisismo de mis padres).

Este momento lo podríamos resumir como constituirse con el otro en uno mismo.

El comienzo de la discriminación Yo y Otro, se realiza con la diferenciación Yo sentido / Yo como otro. Base del distanciamiento de lo imaginario y lo simbólico.

Y ese Yo que no soy yo es idealizado, y por esto quiero no solamente ser como él (que lo logro por medio de identificaciones), sino también estar en SU lugar, y para lograrlo...paradójicamente...tengo que hacerlo desaparecer.

Lo que tanto amo, anhelo, añoro, para que exista con plena vigencia para mí, debe dejar de ser.

Y para procurar esta paradojal y preambivalente transacción, ensayo diversos modos, varios caminos. Veamos alguno.

Ahora que existe un yo y también un otro (¡oh destino!, ¡oh azares! que es mi madre), debemos trasponer un nuevo umbral, luego de lo cual llamaremos con nuestro nudillos plétoros de ignorancia a la puerta del misterio de la creación, del engendro, de la sexualidad…de la muerte…

Cuando el nuevo pasaje se produzca, podremos realizar (yo y otro (en el futuro, luego del tercer tiempo del Complejo Edipo: ¡otro otro y no la madre!) ) cosas juntos, modificar nuestro mundo, y hasta cambiar la naturaleza de las cosas, y las estructuras de lo que hasta ahora era inconmovible.

Entonces, del barro informe haremos surgir los ladrillos que son elementos para la elaboración de una ordenación mayor. El fuego, purificador en tanto destructor, transformará las existencias, y lo que era ya no lo será más. El fuego, en tanto ideal prometeico, como constructor de civilizaciones, hará que de lo árido emerja un flamígero vergel. El fuego de arañar piedra contra piedra en un abrasante abrazo pleno de pasión…del frotamiento con el otro…la caricia en busca de íntimo calor y compartir instantes…de intentar engañar las fauces del oscuro y gélido abismo…sin embargo, un fuego frío, sin cuerpos ni cueros, más bien, fuego de aire expelido en palabras…

Y lo que nuestras manos harán, ladrillos, se pone en lugar de lo que estaba, las piedras. Y lo que era perdurable y en escala humana eterno se cambiará por lo quebradizo, frágil y artificiosamente creado.

Y lo que cohesiona a los elementos no será más el negro ocre del betún, las imposibles fantasías de completud viscosa, sino la argamasa, el débil mejunje de coligaciones, de pactos y tratados de continuidad.

Y lo que se nos apareció unificado y que era impenetrablemente incorruptible y sin huecos, se nos aparecerá como una malla, como una red en la cual múltiples oquedades deben ser rellenadas para mantener la separación, los espacios vacíos...el frío de la muerte penetrando por los intersticios...la dispersión por sobre la faz de la tierra...

En un segundo tiempo del narcisismo, a instancias de sentir amenazada la catexia del objeto por una serie de daños imaginarios , que son esos múltiples obstáculos que surgirán en nuestra relación y promueven las ausencias del objeto, y que yo voy a atribuirlos todos a papá; yo que soy el sujeto, recupero la catexia quien al recaer sobre mí mismo precipita la constitución del yo. Por este principio, la catexia se instala en el yo, mientras que la identificación quedó enclavada en el objeto con el que se produjo el clivaje.

Así, la indiferenciación de las primeras épocas deja el lugar para las construcciones identificatorias, que cargan con ellas el estigma de lo paradójico, puesto que a = a', puesto que las diferencias tratan de ser esfumadas por las ilusiones de la identificación. Ser, en tanto soy otro, hace que seamos quienes no somos, y busquemos (cuando sea su tiempo) los destinos de nuestra identidad.

Es el comienzo del engaño...el principio de lo que no tiene fin...

 

  1. ¿Qué son los ladrillos? ¿Qué Red o Registro formamos con ellos? Comencemos por contestar, pero desde otra parte, y no con la respuesta hecha.

Desde el incipiente reconocimiento de la estructura dual (dual no por el número de personas intervinientes, sino por la separatividad, que hace que yo sea y tú, cualquier otro tú, seas (además, consideremos que desde el inicio las relaciones entre la madre-objeto y el niño-sujeto se encuentran mediadas por otro sujeto, que es el deseo del otro (en este caso el proyecto o deseo de la madre) (también, que cualquier relación humano no se establece de ego a ego, sino que hay un omnipresente tercero, un código que se juega siempre en otra escena, que es la escena del Otro, del A), aún de fascinación narcisística (confluencia de identificación y catexia en el yo), se comienza a dar el transicional pasaje a un reconocimiento de una estructura triangular, cuando el (incluido) que quedó excluido de la relación se introduce cual intruso, interponiéndose a la primitiva satisfacción dual.

¿Y quién sería este tercero incluido/excluido?

¿El padre?, ¿algo que estaba fuera y recién ahora se introduce subrepticiamente?, no: la función paterna.

Consideremos como ésta rompe el lazo de lo imaginario, abre el espacio para la movilidad, para la separación no despedazante y la aproximación en búsqueda de una satisfacción ya perdida (tanto la del mundo paradisíaco prenatal, como la de reconocerse a sí mismo, como la de reconocerse a sí mismo completo (As)), e inaugura plenamente el orden simbólico, el del lenguaje objetivante. En el cual: Ella no soy Yo; y rota la imaginaria simbiosis inicial, se diferencia un Yo, una Ella, un El. Queda instaurada la posibilidad de una relación a nivel simbólico.

Este tercero incluido lo podemos tomar como heredero del interdictor edípico del mundo externo y dialécticamente como testamentario de su situación.

Entonces, la posibilidad de regirse según el principio de realidad, de poseer la capacidad de vincularse con otros reconociendo que el lugar que yo ocupo en este momento está ocupado por mi y no por otro, y de conducirme en forma creativa y en cierta forma propia, necesitaría de este proceso, y de esta internalización del interdictor edípico.

El adentro y el afuera eternamente unidos en una banda sin fin, y sin principio...un eterno retorno a las fuentes que son también productos de otras fuentes...incesante cadena en busca de lo que no se quiere ni se puede hallar...

Porque si hallamos la última respuesta...la muerte NO aguarda.

La muerte de los museos y mausoleos. la estática risa maníaca de algún busto de Nerón...la negación de la vida al negar la muerte...

La muerte...la póstuma y más concreta separación.

El NO eterno.

Y contra ese No y su angustia, intentamos diversos recursos.

Procedemos de lo inerte y estamos en curso al retorno, y el estado de completo bienestar y aphanisis lo hallamos, paradójicamente, en la muerte…y la madre primordial (fálica) no es más que uno de sus representantes, puesto que fue la omnipotente colmadora, dispensadora de gratificaciones en el estado de desvalimiento original…y luego, por la cual debimos optar: o ella o el placer…y en la opción devino la castración…siempre separación, o separación del deseado Otro o separación del deseado Yo (mi mismo) recientemente reconocido…

La separatividad original, la muerte, lo inefable que busca cristalizarse (vehiculizarse) a través de la palabra, de lo simbólico, "hagámonos un nombre", eludamos la angustia y la desazón de sentir a la muerte y no poder ni siquiera aprehenderla, y ya que ni podemos darle un nombre, hagamos para nosotros un nombre. Obviemos lo imposible, eludamos la duda, la angustia, confortémonos a nosotros mismos, pongámonos nombres, que nos identifican, pero que (ay desgracia) no llegan a cubrirnos. Cerremos la hiancía desde lo simbólico. Inauguremos el espacio de los simbólico. Construyámonos mansiones de aire para contenernos. Dejemos que las palabras fascinen en un juego malabar de recubrimientos y escondimiento, en un trabalenguas de verdad inciertas. Hagámonos un nombre mientras nombramos…

Extendámonos en ciudades que nos mantengan coligados y a la vez diferenciados.

Hagamos bases de solidez contumaz para nuestras elaboraciones.

Montemos significantes, que nos den una posición relativa (para no perdernos en las diferencias) respecto a los que son otros, y nos hagan poseedores de un lugar de confrontación, y que de ésta surja el sentido de nuestras existencias.

Elevemos a los cielos nuestra angustia. Alcemos un gran significante que remita a las diferencias entre otros significantes.

Hagamos un homenaje a la tumba de nuestra desesperación. Erijamos una torre de coagulaciones hasta el hogar del Padre.

( Una definición de torre: estructura edilicia de forma cónica, más alta que ancha, de múltiples formas, generalmente cilíndrica...de aquí saltar a un simbolismo universalista (proponiendo una interpretación fálica) no hay más que un paso. Y si hiciéramos así, ¿en dónde quedan las cadenas paradigmáticas del creador del discurso? Sin embargo, Dios no debe estar estructurado a la manera humana, y si lo estuviera, supongo que no se prestaría a una sesión de libre asociación para perseguir el sentido de la "Torre". Por eso, recurramos al contexto del discurso, y a la lengua original. Torre en hebreo se dice migdal. Ahora bien, sabemos que los idiomas semitas solamente poseen grafemas para las consonantes; entonces (transliterando) quedaría MGDL. Con esta estructura en hebreo es posible producir los siguientes significantes: mugdal, megadel, megudal. El primero significa aumentado o crecido, el segundo criador, y el tercero grande, largo o extenso. Como podemos corroborar todas las cadenas paradigmáticas apuntan a un similar sentido: el crecimiento, el desarrollo y hasta la capacidad de ser criador (sinónimo de creador, reproductor y cuidador). Podemos concluir pues que a la famosa migdal le podríamos adscribir un sentido que apunta a lo fálico, fálico no asimilado en exclusiva a pene de la reproducción, sino a órgano de un plus de placer y órgano que evidencia la diferencia anatómica sexual aun en los infantes, sin estirar demasiado las interpretaciones. Y recuerdo ¿o repetición? de aquel falo mítico, más antiguo, de la identificación primaria a ambos padres conjugados.)

Ahora pues, hendamos con un enhiesto falo majestuoso y autosuficiente las penumbras de los altos cielos del inconsciente que nos nombran y nos dejan en el espacio de la duda...

Pene-tremos los misterios de la muerte en su paralelo de la vida, y refugiémonos en nuestra agresiva separatividad de nuestro incansable peregrinar hacia la muerte y la desaparición, hasta hacernos nada..."hagámonos un nombre"...para ser mientras dejamos de serlo, para perdurar más allá de nuestros dramas y nuestras insatisfacciones...lleguemos a los cielos y arañemos un poco de paz...

Por angustia ante la castración, que simboliza todas las separaciones, por el terror frente al simbolizado padre imaginario, y paradójicamente en el Nombre del Padre...por la Ley, conquistemos para nuestra seguridad los cielos...para perder en los sarcófagos del tiempo la falta, para olvidar la castrante castración...

Siempre el deseo es el deseo del otro..."hagámonos un nombre"...pues nada tenemos, sólo angustia y falta...nada tenemos...sólo miedo a la separación al gran barrado definitivo...siempre el deseo es deseo de muerte...neguemos la muerte...ya no hay más relaciones sexuales...sólo soledad...

 

(5) A semejanza con muchos mitos, Edipo debió enfrentarse a una figura numinosa y terrible. Poseedora no sólo del poder de la fuerza, sino del saber, y hasta del conocimiento de lo que estaba velado al entendimiento humano. Y Edipo como en tantas narraciones logró vencer en tan desventajosa prueba a la Esfinge. Impuso su condición de autóctono, su cualidad de ser terrestre, frente a lo que es otra cosa distinta, extraterrestre, muchas veces celestial…sin embargo, Edipo, al vencer no hizo más que asegurar la soga alrededor de su cuello. Pues, como pie torcido, al construir, iba sometiendo a su obra a más y más rigores, haciendo que se doblegará, hasta terminar en un material y simbólico derrumbe. Su construcción y él, ambos como uno…

En Shinar los hijos de los hombres luchaban, como vimos, contra su angustia ante el retorno a la disgregación. Y el Padre que rige en los cielos (lo eterno y perfecto que en un principio era la madre, luego opacada por la Ley del Padre) descendió para ver las obras de los hijos de los hombres.

Ahora bien, el Padre que "vive" en los cielos y es poseedor de todo el conocimiento, ¿debe descender a observar la obra de sus hijos? No, Él siempre está presente...sólo que recién cuando nosotros estamos capacitados para verlo, creemos que entonces Él bajó...él estaba, quizás fundido en esa imagen mítica de los padres conjugados de los primeros tiempos…

(En un ómnibus, cuando el aburrimiento se hacía monótono, una niña le dijo al padre: ¿Qué me mirás?, y el respondía: Yo no te miré nada, sos vos la que me mira. Y ella le preguntaba: Si no me mirabas, ¿cómo sabés que te estaba mirando? Volvemos a la importancia de la mirada del otro como referente a la propia existencia. Además de estar la mirada en la base de todas las identificaciones.)

Él bajó para ver como los hijos de los hombres devolvían rebelión en lugar de agradecimientos, ansias de posesividad en lugar de reverencial sumisión...

Antes el padre era no-la-mamá, en tanto ella me frustraba para proveerlo a él, o así suponía yo, ¿qué importa?, en tanto su presencia demostraba que mamá no es omnímoda y todopoderosa…

En este estadio el padre es el-rival, la bifronte madre mira a él y me mira a mí, y ya que yo ya se que soy yo, por lo tanto ese otro me está perjudicando con su presencia…

Y en esta rivalidad no dialogada está fermentando la nueva posición relativa del padre, la de conformarse en el modelo ideal, patrón de oro…pero aún, Padre, e hijos del hombre, en pugna por dominación y subordinación...

En palabras de Lacan, "Lo que diferencia la sociedad animal -no me asusta la expresión- de la sociedad humana, es que ésta última no puede fundarse en ningún vinculo objetivable. Debe incorporarse la dimensión intersubjetiva como tal. Por lo tanto, en la relación amo y esclavo no se trata de domesticación del hombre por el hombre. Esto no es suficiente. ¿Qué es lo que funda pues esta relación? No es el hecho de quien se acepta vencido pida clemencia y grite, sino el hecho de que el amo se ha comprometido en esta lucha por razones de puro prestigio y que, por ello, ha arriesgado su vida. Este riesgo marca su superioridad y es en su nombre, y no en el de la fuerza, que es reconocido como amo por el esclavo."

El Padre de los cielos del inconsciente reconocido y alabado en su Santo Nombre...

 

 

  1. El Padre.

No nos interesa el padre como figura corporal presente, ese individuo que asoma terciando la relación madre - hijo, sino que nuestro interés se centra en la Función del Padre. Y por ésta podemos entender la operación por la cual un sujeto constituye una estructura que le permita estrategizar el objeto mítico primordial (el falo).

La función paterna permite hacer viable la capacidad de preguntar y preguntarse, de permitir la separación y la realización de lo que se piensa hacer, mientras se piensa lo que no se quiere hacer...de nombrar y al nombrar excluir...de llevarme a la interrogante fustigante: ¿Quién soy yo?

Sin embargo, esta fundamental función (paterna) no tendría en sí nada que ver con ese amable, repulsivo, tierno, cerdo padre que nos amamantó junto con mamá, ni nos dio unas terribles palmadas, ni nos permitió usarlo como modelo de identificaciones.

La Función Padre, si bien viene de fuera (pues TODO viene de ahí: cuerpo, ideas, alimentación, etcéteras varios) es un lugar simbólico, y no un personaje, de la estructura psíquica del humano. Sin embargo, es necesario que en un acontecer histórico personal la función sea capitalizada y emplazada a funcionar. Hace falta que la madre (en tanto que la Función de la Madre es la referencia estable) inaugure la función…¿de qué modo?

La madre lo hace "simplemente" dándole un lugar al padre, al mencionarlo, al ocuparse de él, al frustrar al hijo por acompañar al padre (en los hechos o en la ilusión del niño) , etc. Es decir, el deseo de la madre.

Otro nivel de introducción es el del mito familiar, que habla del lugar del padre en esa familia: "hay que pedirle permiso a papá", "vas a ver cuando vuelva tu padre", "ese es el asiento del viejo", "papá es un idiota"…

Y un tercer nivel son los emblemas propios del padre, las propiedades puntuales del mismo que poseen un valor.

El padre super-puesto en un lugar de centralidad, de Dios, de Sol, de Eterno presente aún en su ausencia, de medio y mediador, de superior, de Ley, y de patrón (amo y horma original)…

Ahora bien, quizás ya pudimos entender como es introducida la función, el asunto es, ¿en que opera ésta?

Podríamos decir que desestabiliza la identificación narcisística promovida por la relación del sujeto al falo (o la madre narcisística fálica), instaurando una escisión en el yo: yo ideal y yo actual. Los polos discrepantes entre yo ideal y yo actual serían mediados por la intervención del padre, internalizado en Superyo e Ideal del Yo.

La Función del Padre se halla en la brecha, en el cierre de las hiancias.

Consideremos que para que el símbolo pueda formarse tiene que haber muerto la cosa (el objeto, mas no la catexia) y ser reemplazada por un representante. La relación entre la cosa muerta y el representante, es la relación simbólica. Y ésta permite la separación, cerrando la brecha de la falta desde el registro imaginario hacia la apertura de los canales a la intelección del NO…o al castigo por parte del simbolizado padre interdictor…

Lo propiamente simbólico en el hombre son los límites, límites fuera de los cuales no puede existir. Demarcaciones y separaciones consubstanciadas, normalizadas. Límites agresivos, en donde el NO es el límite terminal.

Y con la negativa normatizada e institucionalizada y culturalizada se abre la posibilidad de la afirmatividad de la vida de independencia, de la apertura al mundo de la duda…

Y al preguntar, no responder: ¿De dónde vengo? ¿Qué es la verdad? ¿Cómo alcanzar el Shangrilá de la Verdad Eterna y Universal? o en su versión histérica, ¿que cosa es ser mujer?

Lacan a partir de múltiples formulaciones de Freud comprende que la resistencia emana de lo que ha de ser revelado, es decir de lo reprimido. Y, el ombligo de lo que ha de ser revelado jamás lo podrá ser. Es el núcleo del eterno misterio, de lo que nunca el entendimiento humano podrá acceder. El otro ombligo, el de lo que está reprimido y pasible de ser consciente, está ahí…presto a las interrogantes, a las eternas incógnitas encontrando lo que nunca se quiso buscar, pues aquello es innombrable, inaccesible, eternamente misterio que golpea con sus preguntas llenas de llaneza y vacío…

Y estas interrogantes están íntimamente ligadas al misterio de la muerte...y del sexo...y de la ignorancia…

y también ligadas con la normalidad de la normatización, de ingresar por la puerta noble a la cultura...al nuevo espacio compartido de una misma lengua, distinta a la única pretérita, pero que por medio de las identificaciones nos hace "un pueblo"...el pueblo uno con la lengua una...lo que nos hace estar a "nosotros los normales" en la legalidad...la puerta del SuperYo.

Por el pasaje edípico queda definitivamente clausurada la vía a la satisfacción naturalmente buscada, y liga de manera inseparable el deseo a la ley.

Ese SuperYo que tiene relación con la ley, pero una ley insensata, que puede llegar a ser el desconocimiento de la ley. "¿No es acaso debido a una moral insensata, destructiva, opresora que fue necesario elaborar el concepto de la función del SuperYo en los neuróticos? El SuperYo es una ley devastadora, casi salvaje, feroz, vinculada genéticamente con las figuras traumáticas de la niñez."

El SuperYo está indisolublemente ligado a la muerte…pero, ¿cómo si el inconsciente no tiene conocimiento de la muerte, y desconoce el "no"? Pues, como el SuperYo es heredero de una investidura positiva (hacia el objeto padre) desalojada, y, siguiendo la 2ª ley de las identificaciones, transformada en identificación, tiene subsumidas las investiduras negativas del objeto padre que quedaron libres y flotantes luego del abandono catéctico del objeto.

Entonces llegaríamos a una interrogante paradójica: ¿podría ser el SuperYo tanto la moral agobiantemente perversa como el amoral sofocantemente inocente?

Y cuando ya somos parte de la unidad de la normalidad legalizada social, ya nada ni nadie puede detener nuestro obrar, puesto que nuestro actuar en el mundo está necesariamente limitado por nuestra identidad hostigante que acusa y señala y castiga, nuestro SuperYo no nos permitirá desear más allá de lo permitido desear...y la muerte, el amor y la ignorancia serán encorsetados detrás de las fronteras del "harás" o "no harás", desexualizados y agresivos...

Empero, el corsé pica, escuece y molesta...sentimos que somos quienes no somos...y sentimos angustia (en el mejor de los casos)...queremos obrar (con hechos, palabras, síntomas, ilusiones…) para ser...

 

  1. ¿Puede alguien arrogarse la propiedad de la lengua?

La lengua es altera del hombre, y como tal otra distinta del sujeto, y capaz en su eficacia de determinar al sujeto. Por lo cual más que el sujeto poseer la lengua, la lengua es anterior, lo excede y lo posee.

Con la confusión de lenguas se ensancha una fatalmente vital propiedad del lenguaje y del quehacer humano: por una parte la honesta polisemia, por su parte también el engaño…si bien el engaño ya está mucho antes, con la ilusión de la primitiva madre provista de un pene (por parte del niño, ilusión necesaria en su tiempo para hacer coincidir la fantasía de omnipotencia materna con la de su completud; y por parte de la madre, hijo = pene, de acuerdo al valor asignado por un código inscripto en su inconsciente, el hijo es el velamiento de una carencia soportada desde la infancia. Pero, si nos detenemos en esto un instante, notamos que el niño está en un lugar que le es ajeno, otro, falso…).

La posibilidad de injuriar = mentir, estafar, herir, dañar, afrentar, deshonrar... Esto es así si algún otro significativo asigna un significado final, y por lo tanto petrificante, al sujeto.

Es el poder de la palabra, de crear (como en el Génesis) o de destruir inmovilizando o llevando las dudas hasta el agotamiento, o aportando mentiras a las vidas.

Pensemos un poco más en esto al recordar al existencialismo (con su apuesta a la resolución de conflictos al vivir una vida verdadera, entre otras cosas) desde la vertiente de Martín Buber.

Esquematicemos los tipos de relaciones humanas (Yo / otros) en dos tipos:

1) Yo - Tú; 2) Yo - Ello.

El Ello de Buber, que no es en absoluto nada cercano al concepto de Ello psicoanalítico, es un algo que me es indiferente en su ajenidad a mí. Es un objeto de uso, existe para mí en tanto aporta a un fin. Si pensamos, una mesa es para que yo apoye; un paisaje es para que yo goce...son en tanto yo soy su consumidor. Están para que yo los use (o abuse). Después de usados, o de realizada mi necesidad me desentiendo de ellos. Mientras no me sirvan, no existen. El Ello existe para mí en tanto mi necesidad carezca de la satisfacción o ésta este disponible sólo en potencia.

Y es posible hacer del Otro un Ello. El sujeto torna en objeto, fuente de bienes para mis eventuales necesidades. Si me sirve me relaciono con ese Ello. Si no me sirve, no le presto atención, la ignoro, lo ninguneo. Los seudo-sujetos son también "úselo y tírelo". Indudablemente que al tratar al otro como Ello, yo también me cosifico, y me objetivizo en un Ello para él.

Y nuestra interrelación deja el espacio del vínculo para hacerse de intercambio despersonalizado, y transformamos el mundo en un mercado, donde todo es toma y daca, cada palabra, cada gesto, cada silencio es "negociación".

La persona queda fuera. Solamente me relaciono con aspectos parciales susceptibles de intercambio: dinero, órganos, deseos, ideas...Es una humanidad sin hombres deshumanizada. Somos monedas de cambio, y nada más....

Yo - Tú, en cambio es la entrega total de dos seres. Somos, y por ser existimos. Y porque somos valemos como personas, que no tienen precio en el mercado. Tú eres un sujeto íntegro que me interesa, y Yo soy un sujeto íntegro que te intereso. Interés invaluable, sinónimo de aprecio, respeto y quizás amor. Hay un real encuentro, hay auténtica comunicación.

Yo - Tú es todo el hombre con todo el hombre, sin que medie ningún interés lateral entre ambos.

 

Hasta aquí las conjeturas existencialistas son casi una manifestación de añoranza de comunicación total en el seno materno, de "humanización" de las interrelaciones, de posibilidad de completo entendimiento entre sujetos racionales…

Pero, este encuentro en que ciertamente se da en el plano simbólico y en el imaginario, esta comunicación fantástica casi sobrehumanamente ideal, debe ser considerada a la sombra de lo que no está dicho. Queremos decir, que si la historia comienza, siguiendo a Lacan, con la aparición del orden simbólico, podemos concluir que la resultante represión sucesora del sepultamiento del complejo de Edipo, y la palabra no pronunciada conjugados pasan a ser aquello implícito, lo que no se dice.

Esto es, que los signos, la lengua, tanto subjetivada en habla como acallada, de los humanos es como una torre inmensa, construida con miles de millares de ladrillos, y que nos normatiza, nos da una pertenencia a un grupo, nos ordena, nos exige y aun se apoya en nuestras reprimidas debilidades para continuar con vida. Y entonces podríamos afirmar que: toda palabra es portadora de error, y todo silencio carga con una maldición de incógnitas...y de engaños...y de continuas búsquedas de una respuesta que no es más que un nuevo eslabón en la cadena ininterrumpida de preguntas neuróticas...que vuelven a preguntar y a hablar y a dudar...dudas neuróticas...

Neuróticas, sí, pues el psicótico tiene la verdad última, y sin embargo, su mundo, su realidad (tan valiosa como la normatizada de los neuróticos) esconde y se basa en incógnitas, porque si bien las respuestas cubren las preguntas, siempre, hay un lugar al cual el psicótico tiene vedado el paso...pues si pasa el límite...el delirio: que sería el cubrir con un desborde de lo imaginario una apelación desde lo simbólico inapelable, pues hace referencia al Nombre del Padre, jamás inscripto, forcluido...limitante...falta de la falta...

 

El Otro es un lugar, una Función, y un código.

En un plano de lo manifiesto, racional, la palabra (el código aplicado en una situación particular por un sujeto particular) parece dilucidar, explicar, exigir respuestas, en una utilización a través del principio de realidad; mientras que la misma palabra en el plano de lo latente, es lo inconsciente, lo que aun dicho permanece no dicho…ocupando un lugar que no es…

Y en el espacio de la incógnita, de lo silenciado, puede surgir, y surge, otra palabra, y toda palabra es en sí misma un mito.

Aquello que está en el lugar de lo que no sabemos que es.

 

(8) Tanto lo imaginario (lo aprehensible por los sentidos o el registro constantemente actualizado de apercepciones), como lo simbólico (el lenguaje, lalengua) no son la "cosa en sí".

Pues, pongamos por ejemplo la observación de un objeto. Cuando lo vemos, no lo vemos al objeto realmente, sino al reflejo de la luz que incide en él. Lo mismo que si vemos por intermedio de rayos x, la cosa permanece recubierta por lo sensible (en este caso fotosensible) pero lo que advertimos no es lo real, sino una manifestación. Y si lográramos trascender nuestras orgánicas limitaciones, queda aún el hecho de que las percepciones sensoriales son determinadas por quien las percibe. Es decir uno sólo ve lo que está en condiciones de ver, desde el lugar en que está, en determinado tiempo y de acuerdo a la relación que pueda establecer con el Universo estructurado - estructurante.

Con lo simbólico, ocurre de manera paralela, la cosa queda sin cubrir completamente, es decir no se completa por estar recubierta de un símbolo, de una palabra de una indicación, puesto que la cosa "en sí", siempre está un poco más allá de la significación de la cosa.

Decir hombre, no recubre ni a la humanidad, ni a ningún hombre en particular.

La dimensión de la palabra, es tan engañosa como la de la percepción.

Nuestros sentidos, sentimientos, pensamientos no son más que máscaras que cubren y no cubren y descubren lo que es la inaccesibilidad de lo real.

Si seguimos el pensamiento del filósofo Max Scheller, llegamos a que la diferencia entre el hombre y las demás criaturas es en la sustancia o esencia, pues el hombre es, entre todas las criaturas el único que posee la capacidad de decirle "no" a la vida. Somos los únicos poseedores de la capacidad agresiva. No hablo de violencia, sino de la agresividad que delimita a los seres, que impone fronteras a las formas. Y a este "no" los griegos lo llamaron racio, Scheler lo llamaba espíritu. El espíritu no permite que el hombre, a semejanza de los animales, se sumerja en el ambiente que lo rodea, sino que lo impele a objetivizar las cosas, a hacer de las cosas valores. Por consiguiente el hombre es el único ser en toda la creación quien se obliga a ponerse fuera de sí mismo (trascender) y transportarse a los objetos y valores. Scheler sostiene que el hombre no sólo posee la facultad de elegir, sino también la de juzgar los objetos y hacer de ellos valores.

Los valores no son realidades, sino entes trascendentales que posee el hombre y que sólo él es capaz de crear.

Más aún, el hombre no reacciona siempre inmediatamente a los estímulos del ambiente, sino que a diferencia de los animales, lo hace mediante símbolos. Más que reacción es una adopción de actitud frente a los estímulos. Entonces, el hombre ya no vive en su "mundo natural" como lo sostuvo Spinoza, sino que vive en el mundo que él mismo creó, como ser el lenguaje, el mito, la religión, el arte. No percibimos ya las cosas sino las ideas, o quizás imagos, de las cosas. Trastocamos la vida en símbolos. El hombre es una criatura cuyo mundo son los símbolos. (No debemos confundir signos con símbolos, los perros de Pavlov reaccionan frente a signos, mientras que las mismas campanillas pueden servir de símbolos polivalentes para un humano, por ejemplo: salida al recreo ¡que alegría!; entrada a clase ¡que macana! y etc.).

Einstein, en una carta escribió a Popper: "de un modo general, no me agrada todo ese aferrarse "positivista" a lo observable, que ahora está de moda. Me parece una cosa trivial que no se pueda pronosticar en el campo atómico con una precisión arbitraria, y pienso que no se puede fabricar la teoría a partir de resultados de observación, sino sólo inventarla." Aún en el ámbito de la ciencia 'dura' la "realidad" pierde su cualidad axiológica para pasar a ser un símbolo más de mediación en el saber."

Para Lacan "lo real" se distingue netamente de "la realidad".

Ésta es un constructo, una elaboración, parte de la ciudad de edificaciones que los seres humanos realizan en la eterna ciudad de Babel de nuestras vidas. La ciudad fue abandonada cuando la gran dispersión, empero, cada uno de nosotros continua obrando en su mantenimiento y crecimiento. La ciudad abandonada del "petit a", el desubicado esencial, que puede estar y no estar precisamente allí donde está. Es un desecho en un puro pretérito, "pulsión parcial pregenital" y a la vez "causa de deseo", y en cuanto tal, causa perdida. La ciudad abandonada del Babel antiguo que se halla absolutamente desligada de cualquier relación o estructura, que percute de modo afuncional al sujeto desestructurando su discurso o conducta, haciéndolo fallar en acto.

Volvamos a la realidad, que sería una inexistencia elaborada por mediación del lenguaje, por lo tanto cae dentro del registro de lo simbólico, y así, "la realidad" no está emparentada ontológicamente con su homofónica "lo real".

El "real" que está caído de la cadena significante, está siempre inscripto en una relación, relación que determina al sujeto, y que constituye el núcleo del acto psicoanalítico.

El poder distinguir entre ambos términos es de capital importancia, sin embargo, ¿cuantas veces no caemos en la asimilación terminológica?

 

Y en otro aspecto, luego de la final separación de los objetos primarios, debemos soportar la dispersión, abandonar nuestra casa, la construcción de la primera ciudad y su torre, para buscar confortarnos con otros parecidos y distintos a nosotros, pero en otro lugar, ya no en el seno, en el regazo, en Shinar, sino que ahora estamos en el exogámico mundo de relaciones…

Al término del pasaje por Edipo, alías confusión de las lenguas, alias Babel, debería tener consolidados tres articuladores del registro simbólico: el Falo, como representante de la relación; el Otro, como reconocimiento del otro; la Ley, como simbolizador de la regularidad de toda relación.

Y nos queda aquella abandonada Torre, que simboliza la primera relación fallida, y la conjura de la castración…que en una especie de retaliación anticipada, nos libera de la angustia de ser fragmentados por nuestro insidioso padre…

Y nos quedan esos otros dispersados e inentendibles, a los que sin embargo debo aproximarme…

Y nos queda ese Jehová, soberbio y eterno regulador y criador, amén de sostenedor, de regulas

 

  1. El retorno de lo reprimido en lo reprimido…cuando queríamos hacernos un nombre para no dispersarnos por sobre la faz de toda la tierra, nos dispersamos por todas las latitudes, pero al menos tenemos un neurótico nombre: Babel.

El término Babel es traducido como confusión, porque según la Biblia proviene de la voz hebrea Balal, que significa confundir. Pero, Bab-el, en acadio significa: puerta (en la antigüedad esto era casa) de dios.

Al parecer en este mundo poblado de objetos inaprehensibles, en donde lo que parece muchas veces no es, y lo que no es quizás lo sea, el lugar y tiempo de la confusión, de la mezcla, del engaño y de la perpetua divergencia, es también el portal que se abre para los que se aventuran a despechar su ignorancia, a obviar las angustias de los más profundos misterios en un viaje de descubrimiento.

Emprendiendo un curso por el discurso, mediante la realización individual de lo social que hay en la lengua. A la búsqueda del velado sentido, que excede el fenómeno del habla.

Y esto, volvamos a decirlo, en un mundo de distintos, de contrapuestos y hasta feroces antagonistas. Afortunadamente, pues en "una tierra de una lengua y de unas mismas palabras" se negaría la exigencia del inter-cambio…de las diferentes posiciones dentro de la estructura social. En la montura de significantes, obtenemos una posición relativa respecto a los que son otros, ya que el significante remite a las diferencias entre otros significantes, y de ésta surge el sentido de las existencias.

 

Estamos en un viaje de constante exigencia, de ser uno, de lograr la unidad definitiva, la máxima perfección, y cuando llegamos a una estación del camino en la cual sentimos el gozo del logro, el fugaz destello se desvanece y nos abandona nuevamente en el ciclo perpetuo de búsqueda…impelidos por nuestra libido insaciable…nos esparcimos por sobre la faz de TODA la tierra, y ya no logramos hallar ni la llave, ni la cerradura, ni siquiera la calle que nos indique que alcanzamos el retorno a las fuentes de la unidad…ilusiones…con un porvenir de evanescente momentaneidad…

Y mientras vagamos, queriendo ser uno, también queremos ser dos…para ser nosotros y ser a la vez aquel otro que está en la mirada perdida del objeto de nuestro deseo…y esto nos lleva a perdernos aun más en los páramos, pues si ni siquiera somos nosotros completamente, ¿qué nos queda esperar si tenemos el anhelo de ser también otro?

Utilicemos lo que tantas veces repitiera Freud de Goethe: "Lo que has heredado de tus padres, adquiérelo para ti". Nosotros vamos en eterna busca de adquirir lo que somos…

 

Introducción y epílogo

Al finalizar, el inicio.

Bibliografía:


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