Cien años de esterilidad

El patriarca Avraham, antes de ser padre, ya sabía que tendría un hijo de su esposa amada Sará.
El Eterno se lo había prometido, no una sino varias veces.
Sin embargo, ese hijo anhelado, el sentido de su existencia, no aparecía.
Todas las promesas de Dios se perdían en el abismo sin este hijo.
Nada tenía valor, todo era insignificancia y vanidad al no nacer el retoño que daba posteridad a su existencia.

Hasta que, teniendo ya cien años –y noventa su esposa- el crío nació, el bien esperado Itzjac vio la luz del día (Bereshit / Génesis 21:5).
Cien años de espera tortuosa, porque no fue fácil.
La dificultad para concebir y parir había sido muy dolorosa individualmente y como pareja.
Trajo numerosas dificultades, entre otras el nacimiento del otro hijo, aquel que provenía de la esclava Agar.
Muchas otras que cuenta la Torá, así como las que podemos imaginar se suceden entre las personas y parejas que desean fervientemente su hijo, pero éste no aparece.
Horas de estudios médicos, tratamientos de fertilidad, pedir préstamos para los procedimientos onerosos, viajar a los centros que prometen el milagro, la angustia y la esperanza que se marchita, las culpas que se echan y rebotan, el sentirse mirados con lástima por los demás, la espera de que suceda lo que ya parece imposible, el darle vueltas al asunto sin encontrar respuestas ni soluciones, el implorar y rezar a Dios o dioses, el recurrir a magia y supersticiones, recitar otro salmo y otro luego, tanto llanto y amargura. ¡Cuánta habrá pasado por estas experiencias, incluso entre los que amablemente están leyendo estas líneas ahora!

Avraham y Sará tenían la promesa divina, de EL SHADAI, pero ésta no se cumplía, no se concretaba confirmando así la Voluntad del Eterno.
Igualmente, de alguna manera ellos seguían esperando. Sin fuerzas, con sonrisas amargas, pero en la infaltable espera.
Algo de confianza perduraba en ellos en la realización de ese imposible.
Pero, el tiempo pasa y no nos vamos poniendo más jóvenes.
Si antes parecía difícil, cuando Sará aún estaba posibilitada biológicamente; ahora en la senectud, ya largamente pasada la menopausia, ¿cómo seguir teniendo “fe”?
Pero bueno… de alguna manera el hijo vendría.
Y si no, sería este vástago belicoso y rebelde, el muchacho Ishmael, el hijo de la esclava… como un premio consuelo…

Entonces, me surgen algunas dudas.
¿Por qué?
¿Por qué no haber facilitado las cosas?
¿Por qué no haber evitado sufrimiento y futuros terribles problemas (Ishmael y su bravucona descendencia, por ejemplo)?
¿Por qué tan tarde, si ya era sabido y confirmado que el hijo amado y esperado nacería?
¿Por qué no abrió el útero de la matriarca mucho antes, cuando igualmente fuera evidente el milagro pero habiendo evitado tantas contrariedades?
Si no es producto del azar ni de la casualidad, si no es un hecho imprevisto, sino un acontecimiento largamente establecido y anunciado, ¿por qué no hacer que la vida fuera más sencilla para la pareja así como para sus futuras generaciones?
¿Por qué?

Una respuesta.
Porque el hombre propone y Dios dispone.
Él conoce los tiempos, Él escoge las oportunidades, no se mueve de acuerdo a nuestras necesidades o necedades.
Cuando Él decide, entonces ocurre.
Y si no ocurre, no ocurre.
A nosotros corresponde el esfuerzo, la dedicación, la entrega a la tarea, mantenernos firmes y leales realizando nuestra parte.
Sí, también rezar.
Pero el acontecimiento sucederá, cuando deba hacerlo.
Sea el hijo, sea el trabajo, sea la liberación, sea lo que fuera.
Aprender esto puede costarnos muchísimo, pero a la larga nos enseña a ser pacientes, constantes, amables, a juzgar meritoriamente, a sobresalir por sobre la impotencia.
Porque, precisamente, es la capacidad para ser fuertes en la impotencia lo que se pone a prueba y lo que termina siendo el premio más sabroso.
Vendrá el hijo, o no; pero el éxito se encontró en el camino.

Las largas esperas, las dudas, las complicaciones, los caminos que se bifurcan, las lágrimas, el dolor, las pérdidas, todo lo oscuro tiene finalmente un sentido.
Aunque no nazca ese hizo, aunque no se realice el deseo amado.

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