Impotencia como condición humana

Es condición básica del ser humano el profundo sentimiento de impotencia.
A partir de ésta se va elaborando el Yo Vivido, con sus diferentes facetas y máscaras.
Nuestros fracasos y sufrimientos se arraigan en el sentimiento de impotencia.
Vamos creando una vida alrededor de este sentimiento, nos vamos armando a partir de nuestros esfuerzos para impedirlo, negarlo, rechazarlo, huir de él, luchar fútilmente en su contra.
Somos criaturas de nuestra impotencia y los mecanismos que invertimos en sofocar su presencia constante.

La persona “sana” es aquella que encuentra y emplea otro tipo de mecanismos, aquellos que sirven para armonizar su Yo Vivido con su Yo Auténtico.
Por supuesto no es tarea simple alcanzar ese estado de plenitud del ser, requiere de conocimiento, entrenamiento, conciencia, tenacidad, valentía, entrega, admisión de las propias falencias y virtudes.
Es posible encontrar caminos para esa sanidad, ese estado de sintonía dinámica plena entre los diferentes Yoes que nos retratan, pero no todos están dispuestos o tienen el acceso para lograrlo.

Sin embargo, la más de las personas en las más de las ocasiones, se aferran a sus ineficaces métodos de supervivencia, que simplemente les dejan en estado de falta de armonía, enfermos, esclavizados al EGO, padeciendo sin fin, en sufrimiento a veces enmascarado como deleite… impotentes aunque algunos presumiendo de poderes que realmente se les escapan de entre sus débiles dedos y padecientes mentes y almas.
Las más de las personas en las más de las veces no somos más que títeres patéticos a merced de nuestra impotencia primordial que repercute en las micro instancias sucesivas de impotencias cotidianas.

Es de lo más normal, aunque no por ello sea sinónimo de sano, que la persona encuentre personas, objetos, ideas a las cuales abrazarse, ejércitos a los cual enrolarse, masas en las cual sumergirse, para que de esa forma el sentimiento de impotencia parezca ser acallado y se tenga la (hueca y enfermiza) impresión de haber vencido a la impotencia y haber encontrado la clave misteriosa para el verdadero éxito.
Realmente, es de lo más normal, es decir, de lo más común y corriente.
Creo que no ha de haber persona que no caiga en esta triste manera de negar su existencia y preservar la discordia entre sus instancias del ser.

No faltan los que se afilian a partidos políticos, clubes deportivos, clanes familiares, grupejos extremistas, sectas fantasiosas, camarillas ocultistas, religiones milagrosas, y similares, para encontrar la aparente solución a su existencia opaca adornada con palabras emblemáticas, rituales complejos, procesiones a lugares santos, hostigamiento del diferente, odio hacia el otro, atontamiento del pensamiento, entre otras maravillosas drogas emocionales.

No es extraño toparnos con pobres tipejos que se inclinan servilmente ante su amo de turno, al que llaman gurú, pastor, rabino, amo, sir, milord, general, jefe, patrón, líder, maestro, sabio, moré, iluminado, amigo, hermano mayor, chamán, buda, rebe, guía, pai de santo, o como fuera que le llamen, para sobarse con ese engreimiento de sentirse poderosos, adiestrados en sus acciones, llevados por caminos que aparentan ser seguros, estimulados al punto de perder la identidad –oscura y pútrida, pero identidad al fin- y en la realidad no son más que títeres de títeres manejados por la impotencia multiplicada exponencialmente.

Los que adoran dioses que son vanidad, como el becerro dorado, como las vírgenes, como los santos cristianos, como los hombres endiosados por los pordioseros emocionales que los siguen con pía devoción, como los que abiertamente o de modo indirecto se adjudican sitiales de deidad ante las masas de opacados seres que admiten con feliz torpeza las ideas más bizarras y enfermas.

Es el sentimiento de impotencia el que nos lleva a envilecernos, a ser violentos, a someternos a líderes inmorales, a enviciarnos, a maltratarnos, a drogarnos, a empedernirnos, a ser falsos, a creernos todo poderosos, a enfermarnos, a vivir en angustias, a ser esclavos, a endiosarnos, a endiosar a lo que no es Dios…
Es ese sentimiento profundo, incrustado en lo más profundo de nuestra primera vivencia mundana.

En síntesis, cada quien encuentra a qué someterse, a qué doblegarse, para en esa genuflexión de cierta forma sentirse querido, sentirse amado, sentirse poderoso, sentirse protegido, sentirse seguro, sentirse con una vida, sentirse con sentido en la vida, sentirse con un seguro para lo que viene después de la muerte, sentirse amparado por seres, personas, objetos, grupos que mágicamente los resguardan de la eterna y temida impotencia.
(Ejemplos cotidianos sobran, quien esté capacitado podrá verlo casi a cada momento en cada persona de su entorno y en sí mismo.
Quien quiera ejemplos “bíblicos”, también son abundantes, pero muy claro está en Shemot/Éxodo capítulo 32, en el asunto del becerro dorado. Vale la pena su estudio concienzudo y teniendo en mente este aspecto tan nuclear como lo es el del sentimiento de impotencia).

Y no se dan cuenta, no pueden o no quieren darse cuenta, de que no hacen más que aumentar su impotencia.
En las fantasías de poder se cae aún más hondo en la impotencia.

Quien esto escribe no está libre de temores, de errores, de fracasos, de huidas, de sufrimientos; quien esto escribe no lo hace desde la soledad olímpica de los iluminados que están más allá de las vicisitudes humanas.
Pero esta admisión de la propia flaqueza no es sinónimo de someterse a los dictados del sentimiento de impotencia, sino de principio de sanidad.

Hay mecanismos saludables para armonizar el Yo Vivido al Yo Auténtico.
Hay maneras para mitigar el sentimiento de impotencia, para ser libres, para vivir a plenitud, para gozar del bien y la bendición que tenemos a nuestro alcance.
La cuestión es poder y querer hacerlo.

Por ahora, las personas preferimos negarnos a gozar de la bendición constante que desde Arriba nos está enviando nuestro Padre.
Por ahora, preferimos las migajas magras y el hambre extenuante de nuestras propias ideas delirantes de poder.

Que pases un esplendido día y encuentres el bien que está a tu alcance para disfrutarlo, y te deleites con él.

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Es cierto que de las sensaciones de impotencia nadie nos libramos; ni tampoco del recurso que el propio EGO desarrolla para revertir la sensación.

Pero lo cierto es que hay que no hay que negarla ni hacer como si nada pasa. Ojala y pronto llegue el día en que todos podamos desarrollar las potencialidades de que como personas tenemos, y abandonar de uan vez por todas tanta careta.

Si el lenguaje estructura nuestros pensamientos y sentimientos; también está relacionado con la esa condición de debilidad o de impotencia.

Creo que no solamente aprender conceptos sean necesarios, ni tampoco concientizar huecamente; urge aprender a hablar, para pensar y sentir distinto.

Cierto que si. Pero he desaprendido más.

Estoy de acuerdo. En mi caso personal la balanza se inclinó más a lo desaprendido en los primeros años.

Y claro, lo aprendido en los siguientes años ha sido una joya.

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