Ira

La ira, dice el diccionario:

1. f. Pasión del alma, que causa indignación y enojo.

2. f. Apetito o deseo de venganza.

3. f. Furia o violencia de los elementos.

4. f. pl. Repetición de actos de saña, encono o venganza.

La ira.
Por alguna razón la solemos ocultar, reprimir, negar, excusar, justificar, esconder, despreciar, avergonzarnos de sentirla o manifestarla, culpar o culparnos por ella.
Pero también la dejamos explotar, destruir, arrasar, carcomer, lastimar, esclavizar, matar.

Surge del EGO.
En su faceta positiva, es un recurso primitivo, inconsciente, natural, animal, una pasión automática y veloz “del alma” (entendida como configuración natural o energía primordial de vida) con la que contamos para defendernos en casos de extremo peligro, es un mecanismo rudimentario pero puntualmente efectivo para la supervivencia.
Su faceta negativa, es su manifestación (o represión inconsciente) en todo el resto de las circunstancias y situaciones. Por ejemplo, si nos sentimos socialmente  ignorados, lastimados emocionalmente (pero sin daño físico directo), no atendidos, rechazados, frustrados, es normal que el EGO dispare algunos de sus herramientas y que se configure una reacción iracunda, exactamente como si estuviéramos ante un peligro real de vida (como si tuviéramos que batallar para seguir vivos). Esta reacción realmente NO nos ayuda a preservarnos u obtener atención saludable. Por el contrario, aumenta el problema, le añade otros componentes que alegan de la resolución pacífica y constructiva.

Así pues, es necesario reconocer que uno está sumido en ira, admitirlo, saber que eso está pasando en nuestro interior. Darnos cuenta de que algo nos está haciendo sentir impotentes, real o imaginariamente, y que ha provocado la respuesta desde el EGO en forma de ira.

Sí, me siento engañado; sí, esa persona que tanto idealicé me defraudó; aquella amada me rompió el corazón; mis expectativas se marchitaron por inoperancia de otro; sufrí de una evidente injusticia que me imposibilitó alcanzar un propósito anhelado; se burlaron de mí; en fin, tantas circunstancias que nos someten a la sensación de la impotencia y la consiguiente reacción del EGO.
Entonces, mi pecho palpita rápidamente, mi respiración se hace rápida y entrecortada, siento la garganta apretada, me acaloro, la sangre se me sube a la cabeza, siento ganas de romper, de lastimar, de quebrar, de gritar, de insultar, de descalificar, de desparramar mi enojo y sentirme de cierta forma con poder. Sí, quiero controlar aquello que me sometió a la sensación de impotencia, y quiero demostrar que tengo poder, que controlo, que domino, que no soy débil. Quiero rugir, que mi voz haga estremecer al que me deja indefenso con su conducta, quiero hacer sufrir, quiero que el otro deje de demostrar mi pobreza para que yo demuestre cuanto valgo, que tan poderoso soy.
Pero, si exploto, si dejo que el EGO tome el timón, si grito, lloro, golpeo o me desconecto de la realidad, no estoy siendo más poderoso, sino más débil. Ciertamente soy más esclavo de mi impotencia y aumento el problema inicial.
La ira es parte del problema, nunca de la solución.
Pero, ahí está, la siento, no la niego, no la justifico, no la apaciguo con palabras falsamente calmantes. La reconozco, la admito, sé que estoy muy enojado, sé que estoy con ganas de hacer daño, sé que algo me ha llevado a sentir impotencia, pero no la manifiesto, tampoco la reprimo ocultándola y haciendo como si nada pasara.
La admito y la dejo ir sin dañar ni dañarme. Respiro, respiro, me concentro en la respiración. No hablo, no digo, no me quejo, no golpe, nada… respiro y me concentro en la respiración. La reacción automática, desde las zonas primitivas del cerebro, pasa en pocos instantes. Debo dejar que ese canal neuronal deje de tener influencia para que me maneje desde zonas desarrolladas del cerebro.
No lucho contra la ira, tampoco la trato de dominar por medio del engaño o negación/represión.
La dejo ir, no la guardo de mi corazón como si fuera un tesoro, porque es estiércol y no oro. Tampoco la disemino por mi entorno, porque contamina. Ni se la lanzo a mi prójimo, aunque sienta que él tiene la culpa de mi malestar. Sino que la admito y la dejo fluir sin actuarla.
Es una alarma que suena, para que atiendas debidamente a lo que la disparó.
¿Ahora puedo poner un límite y detener la agresión que me llevó a sentirme impotente? ¿Hay algo más “evolucionado” que tengo en mi haber para usar y diluir la “amenaza”? ¿Lo que diré, haré, servirá para calmar la cosa o para echar más gasolina al fuego de las pasiones?

Sí, es fácil aconsejarlo, pero cuesta hacerlo. Lo reconozco. A mí también me cuesta. Por eso, es cuestión de entrenamiento. De preparase en cada oportunidad y trabajar en el control sin controlar.

¿Qué, quieres tener la última palabra en la discusión?
¿No quieres parecer un debilucho?
¿Te parece insoportable que el otro se vaya con la ilusión de que ha triunfado?
¿Quieres limpiar tu honor mancillado a causa de tu impotencia?
¿Crees que te mereces atención y gloria?
¿Sientes que te resignas a ser un perdedor si no ladras, asaltas, insultas, agredes, etc.?
¡Vamos! Piensa bien, no con las tripas, sino desde la multidimensionalidad.
¿Qué ganas cuando es el EGO el que te maneja como títere?
¿De que te vale tener la última palabra cuando es realmente “la última” en una relación que podría ser perdurable?
¿Que tan fuerte eres cuando solamente con el poder falso de la impotencia te levantas sobre otro?
¿Quien maneja tu vida cuando es el EGO el que decide tus acciones?
¡Vamos! Toma un poco de distancia y mírate. Mira tu cara enloquecida por el sufrimiento y el enojo. Mira el papelón que estás haciendo. Defráudate de ti mismo, tan falto de vigor y dominio que necesitas recurrir a los trucos primitivos del EGO para arañar algo de atención y poder.

Y, ¿qué tan fuerte eres cuando te arrastras de dolor a causa de negar que sientes ira?
Si te viven agrediendo, te maltratan, abusan de ti, te ponen en situaciones espantosas, te hostigan, y tú no sientes nada… ¿eso es poder, eso es haber aprendido a someter al EGO, o es una ceguera impresionante a la realidad, una represión grosera de tus emociones, y por tanto mucho, muchísimo EGO?

Una cosa es reconocer al EGO, admitir su injerencia, percibir tus emociones “oscuras” y no permitir que todo esto te lleve a actuar destructivamente.
Otra cosa, muy, pero muy distinta, es creer que no pasa nada, que está todo bien, que no sientes nada cuando estás bullendo por dentro pero te niegas absolutamente a reconocerlo.
¿Comprendes lo que te estoy enseñando?

¿Sientes ira?
Ok, qué bueno que te das cuenta.
No la niegues, no la rechaces.
¿Te das cuenta qué de la situación la ha gatillado?
¿Ves en qué eres o te sientes impotente y por tanto la situación te ha despertado la reacción del EGO?
Sí, ahora tienes la conciencia despierta. Estás en camino de armonizar tu Yo Esencial con las máscaras del Yo Vivido. Tienes una oportunidad refrescante para crecer a través del duro aprendizaje que te propuso “el destino”. ¡No lo eches a perder actuando la ira!

El camino del AMOR no del EGO.

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Netanel

Muy lindo articulo More! para recalcar me gusto la frase: La ira es parte del problema, nunca de la solución.

Netanel

sisi! muy lindo tambien, esta muy bien definido y claro! muchas gracias

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