Lo oscuro que es producto de la luz

El tropiezo es parte de lo esperado y esperable.
Habrá más de uno. Si no te has caído, o al menos trastabillado, entonces… ¡no estás en movimiento hacia lado alguno! Y quedarse petrificado es sinónimo de muerte, de desaparición.
Si no remas, te llevan las corrientes hacia donde ellas conducen, no hacia donde tú pudieras querer o apreciar.
Claro, puede resultar más sencillo no esforzarse, dejar que la pereza siga su curso. O tal vez, es una extraña forma de no sentirse inepto y fracasado, pues se puede levantar la excusa: “si yo lo hubiera intentado, seguramente lo hubiese alcanzado”. Porque, en ciertos sistemas de creencias (individuales o colectivos) se esconde en la inacción el miedo al fracaso.

Los contratiempos y destiempos no dejan de ser componentes de la ecuación de nuestra existencia terrenal.
Los tiempos difíciles acontecen, ¿cada cuánto? ¡Cuándo sea que fuera!
Y, como menciona el popular dicho: “a mal tiempo, buena cara”.
Lo que podemos traducir como: admite tu limitación, no te golpees insistentemente contra los muros que así no se moverán, fluye sin pretender dominar lo que está fuera de tu alcance y poder, acepta tu fracaso pero para emplearlo como trampolín para iniciar el ascenso. Con confianza, con seguridad, a sabiendas de que no controlas el universo, ni tu pensamiento positivo organiza al cosmos para que te sirva, ni tus aplausos o quejas harán de Dios tu sirviente que será tu genio de la lámpara satisfaciendo tus caprichos o necesidades.
Tú encárgate de hacer tu parte, no dejes de ver con optimismo realista el futuro, pero saca del aquí y ahora todo su jugo vital.

Los malos tragos pueden abrumarte y hundirte en el enojo, la desesperación, el reproche, la venganza, la apatía, la muerte.
O, puedes descubrir cuál es la enseñanza y oportunidad que contienen escondidos para ti.
¿Quién desea la amargura del trago? Supongo que nadie emocionalmente centrado, pero al ser inevitable en nuestra endeble existencia, no ahondemos su pesadez con el pesimismo y el abandono del camino correcto.
Es una oportunidad para aprovechar, y ya que está ahí, ¡aprovechémosla!

Las personas contenciosas son como piedras dentro del zapato, ¿quién las quiere?
Podemos dedicarnos a rumiar la venganza, atesorar como si fueran diamantes el odio, darle vueltas a los mismos traumas, barruntar el reproche y la excusa.
Sí, podemos hacer de la mala relación un pésimo recuerdo y una experiencia que nos marca negativamente.
O podemos usarla para examinarnos de manera reflexiva, profunda, trascendente, plena de sentido.
¿Qué de la persona desafiante me provoca el malestar?
¿Cuánto de lo oscuro en mí se ve espejado en esa persona?
¿Soy tan diferente a él?
¿Mi conducta es tan noble que no merece reparos?
¿Seré yo una persona desagradable para mi prójimo, el cual padece por mi causa, tal como yo creo padecer por la suya?
¿Cuáles son las cuestiones mías, propias, personales, en las cuales debo trabajar para convertir el desgano y la ira en cuestiones efímeras, que se esfuman rápidamente, y crecer en verdad?
¿Cómo puedo aprovechar este momento de nubarrones y tormenta para que rieguen el jardín de mi beneplácito y satisfacción sana?
Sí, esas piedras en el zapato tienen algo para enseñarme, ¿no es suficientemente malo soportarlas, que además no voy a aprovecharlas para avanzar dignamente?

Nadie (cabal y en su sano juicio y con profunda espiritualidad) promete que la vida sea fácil, que todo transcurra mágicamente, que dioses y ángeles conspiren para aligerarnos las cargas y hacernos más que vencedores.
Y si alguien te lo promete, seguramente te está llevando a la celdita mental de la vergüenza, impotencia, malestar, pecado; aunque abundes en dinero u otros bienes materiales.

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Por experiencia, ante la eventualidad, se responde a la impotencia desde el plano emocional; la persona se convierte, toda ella, en malas emociones, y desde ellas se demanda (a quien sea) respuestas o soluciones. Ese ha sido un hábito detectado, pero tan fuerte, que ha sido difícil su tratamiento para eliminarlo. Y todas esas preguntas emocionales ( no existenciales porque no vienen de la razón sino de la emoción) «¿por qué a mi?, ¿por que yo?» etc, etc, parecen ser atizar ese sentimiento de derrota, y crean el circulo viciosos de la emoción. Por dicha se a alcanzado una pizca… Read more »

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