Luz y fuego del santuario

En la parashá TZAV se ordena que: «El fuego sobre el altar, encendido en él, no será apagado» (Vaikrá / Levítico 6:5), instrucción que es repetida en otras instancias.
Pero, si revisamos en el Talmud (Iumá 21b), la lista de los diez milagros que acontecían en el Beit HaMikdash, nos encontramos que había un fuego del cielo que caía sobre el altar, manteniéndolo encendido sin importar las variaciones del clima. Recordemos que este altar se encontraba fuera del edificio del Santuario, en el patio que formaba parte sustancial del complejo del Templo, a merced del viento, la lluvia, la nieve, cualquier elemento de la naturaleza que pudiera afectar la llama prendida.
Pareciera haber aquí un conflicto, porque por una parte es deber del hombre laborar para que la llama no sea apagada y siga encendida, al tiempo que se nos dice que es Elohim quien se ocupa de eso.
¿Cómo explicarlo?

Para complicar más la cuestión, el mismo versículo que antes citamos indica que: «El sacerdote hará arder leña en él cada mañana» (Vaikrá / Levítico 6:5).
¿Qué significa esto? ¿Acaso que el fuego se apagaba y había que iniciar el proceso nuevamente cada mañana?
Por ahora, no sabemos, lo que sí podemos advertir es que la actividad del hombre es requerida y esencial en mantener el fuego ardiendo y alumbrando en el sagrado recinto.

Pero, además había otra llama que debía preservar su presencia dentro del Templo, la de la Menorá, según leemos en la parashá EMOR: «Manda a los Hijos de Israel que te traigan aceite de olivas claro y puro para la iluminación, a fin de hacer arder continuamente las lámparas» (Vaikrá / Levítico 24:2). Así cada noche eran reencendidas todas las lámparas de la Menorá, cuidándose de que la “occidental” nunca se apagara.

Y había otra luz, en el Santo de los Santos.
La que provenía de las Lujot haBerit, Tablas de la Alianza. La que deslumbraba de entre medio de los querubines y manifestaba la constante Presencia del Eterno.
Luz que se podía percibir, cuando las telas eran corridas; luz que simbolizaba la LUZ de la Torá, por tanto, del Eterno alumbrando y energizando la totalidad.

Luz fuera, luz dentro.
Con la llama exterior, la del altar, se quemaba las ofrendas. Por eso era necesaria la actividad del hombre, quien estaba dispuesto a sacrificar sus partes oscuras, rindiéndolas ante la LUZ del Eterno.
Con la luz más interior se manifestaba la conexión del Eterno con Su creación, la energía vivificante que permite la existencia.
Con la intermedia, la del candelabro, se ponía en evidencia que somos NESHAMÁ, espíritu, chispa del Eterno, perpetuo vínculo que nos une a Él y a todas las otras neshamot.

Esa LUZ que somos, nuestro Yo Esencial, está presente, conectándonos a cada instante con el Eterno y con el resto de los humanos (de toda época y lugar).
Pero, se encuentra rodeada por la densidad de la oscuridad de experimentar Este Mundo.
Además, con cada pecado sumamos una mancha alrededor de esa pura LUZ, haciendo más dificultoso que la podamos percibir.
Y sin embargo, allí está.
Nada la cambia, nada la marchita, nada la apaga.
Ni el peor de los pecados erradica nuestra esencia, corta nuestro lazo.
Pero, sí sentimos la lejanía, nos hundimos en oscuridad. Pareciera que estamos en penumbras, por dentro y por fuera. Como si la religión, re-ligarse, tuviera que ser necesaria, ya que aparentemente no existe más conexión con la Divinidad.
Pero, seguimos siendo seres de LUZ. Aún en la peor de las miserias que podamos incurrir. Ninguna acción del Yo Vivido extingue la llama sagrada.
Es imprescindible que tengamos consciencia de ello, que lo sepamos y no permitamos ser confundidos.
Porque, cuando ignoramos nuestra esencia pura y sagrada, nos dejamos resbalar hacia peores estados del ser, exilándonos aún más, rechazando más y más el camino de la TESHUVÁ.
¡Sepamos que somos de LUZ y como tal debemos brillar!
Para lo cual, sea grande o pequeño el pecado, estemos cercanos o lejanos a la Fuente, tenemos a disposición la TESHUVÁ.
¡No la desaprovechemos!

Ofrendemos aquello que nos aliena, que nos perturba, que nos hace vivir una existencia separada de nuestra verdadera identidad.
Tomemos conocimiento de nuestra sagrada personalidad, para así poder estar en armonía con ella.
Obviando las religiones, apartando las sectas, despojándonos de rituales, repudiando todo lo que se nos apila para que desconozcamos nuestra NESHAMÁ.
¡No demos lugar al EGO y sus trampas!

De arriba nos alumbran constantemente, nos llaman sin pausa, la silenciosa  y persistente voz nos conduce hacia el SHALOM.
Pero no es por milagro que lograremos el ascenso de la existencia hacia la LUZ. Ni por atajos religiosos, ni con salmodias petrificadas, ni repitiendo lemas, ni adorando hombres, o actuando fuera del camino de los mandamientos que nos corresponden (los Siete Universales paralos gentiles, los que sean apropiados de los 613 para el judío).

Encendamos nuestro fuego, borremos las manchas que estorban la LUZ.
Limpiemos nuestros pensamientos/palabras/actos, para adecuarlos a la Presencia.
Sacrifiquemos lo que nos entorpece el gozo de la felicidad verdadera, que es el disfrute de Su Gloria.

Está en ti que vivas construyendo SHALOM, con acciones leales de bondad Y justicia; para que tu luz desenmascare la LUZ.
Para que Su LUZ sea tu luz.

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