Lealtad o las otras opciones

Cuando los hijos de Israel estaban ante el mar, momentos antes de que milagrosamente éste se abriera, muchos temieron por sus vidas.
Entre los que no confiaban plenamente en el Eterno, cuenta la tradición, se distinguían cuatro grupos:

  1. Los que querían lanzarse al agua para acabar con sus vidas.
  2. Los que querían someterse nuevamente a las vejaciones de Egipto.
  3. Los que querían lanzarse a una guerra sin sentido.
  4. Los que querían parlamentar y lanzar proclamas altisonantes pero inefectivas.

Estos son modelos de alternativas que desde entonces y hasta hoy aparecen entre los que no depositan su confianza en el Eterno ante las dificultades provocadas por el odio hacia los judíos.

  1. Los que afirman que el problema judío desaparece con la extinción de la identidad judía, particularmente con la asimilación. Así pues, se lanzan al agua de la sociedad, para borrar las diferencias con los demás, para integrarse como uno más, sin rasgos propios, sin separaciones.
    Buscan la asimilación, adrede no quieren contraer enlace con judíos, ni eduar a sus hijos en judaísmo, ni permiten penetrar costumbres o valores propios de la cultura judía.
    Repelen su identidad, con la secreta esperanza de no ser más diferentes, no ser víctimas de discriminación.
    Prefieren el suicidio espiritual con tal de preservar bienes materiales.
  2. Los que bajan los brazos a toda posibilidad de crecimiento como nación. Se niegan al avance del pueblo judío como una entidad independiente y orgullosa de su existencia. Entre los contemporáneos, puede ser de esos sectores judíos que repudian al Estado de Israel, no en su conducta laica sino en su misma existencia.
    Pueden ser también los que viven un “judaísmo” light, carente de tradiciones, desprovisto de identidad diferenciada netamente. Al estilo de los primeros reformistas, que se negaban a siquiera mencionar un ideal nacionalista mesiánico o reclamar el retorno de Israel a su tierra ancestral. Gente que admite las humillaciones del exilio, las tolera en silencio, las busca, las adopta con la triste esperanza de que al ser vejados en silencio al menos sus existencias sean perdonadas por los malhechores. Fantasean con que las murallas de los guetos los protegerán de los pogromos, cargan ilusiones de que las masacres son pasajeras.
  3. Los que son bravucones y pretenden llevarse al mundo por delante con actos de violencia injustificada, con agresiones sin equilibrio, con pretenciones de libertad que no corresponden a patrones reales. Podrían identificarse con grupos de ultranacionalistas, que rechazan todo diálogo, toda posibilidad de establecer vínculos pacíficos con el mundo gentil. Que el espíritu aguerrido es la única respuesta posible para que Israel encuentre un lugar entre las naciones.
  4. Los que sueñan con un mundo en el cual a los judíos se les respete y acepte porque hay leyes sobre “derechos humanos” o leyes que penan la discriminación. Quieren mantener su forma de judaísmo, con dignidad, sin altercados, en un orbe ecuménico, en el cual cada uno comparte con los demás, minimizando las diferencias para hallar una forma compartida de vida.
    Sueñan con que serán aceptados si usan la llave comunicacional adecuada, y aunque pasaron mil experiencias que demostraron su error, no dejan de apelar a los discursos y a promesas que nunca se cumplen.

Para todos ellos, los que estaban temerosos y anhelantes antes de la apertura del mar, Moshé les encomendó: “Ustedes, no teman, ni estén anhelantes, aguarden tranquilos y vean en silencio cómo es el Eterno quien lucha y obtiene las victoría sobre sus enemigos para ustedes; ya no volverán a ver a Egipto como hasta ahora. Esperen la ayuda que viene del Eterno” (Paráfrasis de Éxodo 14).

Es bueno el diálogo, cuando hay con quien hablar.
Es correcto prepararse para la batalla, cuando hay un contendiente que no desea la paz.
Es apropiado admitir la derrota material, cuando no hay chance posible para otra opción.
Pero, en ningún momento perder la confianza en el Eterno, jamás perder el lazo que nos une a nuestra identidad espiritual, no dejar de lado lo que nos hace “santos”, pues en caso de abandonar la ruta de la lealtad, estamos perdidos y sin oportunidad real de salvarnos.

Que esto quede como enseñanza para cada una de las ocasiones en nuestra existencia, sea como individuos o como colectivo.

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