La
levedad del ser
El narcisista es un ser humano negativamente egoísta;
centrado en sí mismo, en su Yo Vivido y especialmente en su Plano
Físico/Material (cuerpo, posesiones);
abrazado fuertemente a su individualismo monumental;
débil en acciones acordes con valores morales y objetivos socialmente
aceptables;
obstaculizado para expresar su sentir, por consiguiente esclavo de sus
pesares y fantasías;
y además indiferente (en apariencia) ante cualquier sugerencia
trascendente.
El narcisista cree que es el rey del mundo, aunque en el fondo (quizás
muy en el fondo) siente que es un pobre sujeto, inerme, desamparado,
angustiado.
Cuanto más grande sea su angustia existencial, seguramente mayor será su
esfuerzo por aparentar majestad y preeminencia, pues pretende así
ahuyentar el intenso dolor interno con una máscara (resquebrajada) de
superioridad.
Pero sabemos que en su interior hay un pequeño niño lloroso y trémulo,
temeroso ante la vida, perdido en los laberintos de sus fantasías de
grandeza.
De tanto temor al mundo, a la vida, se aferra a una imagen perfecta de
sí mismo. Embelesado se deleita en contemplar su imagen, que sueña
perfecta, sin advertir máculas, errores, o la presencia de otro que no
sea su propia imagen dibujada mentalmente como inigualable. Por supuesto
que está mirada prisionera del sí mismo y este regodeo consigo mismo, no
hacen más que ahogar más y más al pobre sujeto en las cadenas de su
dolor profundo.
Su pasión es la imagen que fantasea de sí mismo.
Su deleite es su rostro reflejado en los espejos.
Su música es su voz.
Su misión es esquivar la verdad, para no caer de lleno en esa angustia
que desde su interior lo está corroyendo de continuo.
Y por estar en escape de su miedo a la pregunta esencial ("¿Para qué
vives?"), siempre termina dando respuestas incoherentes, fraudulentas,
angustiantes.
Esta huida perpetua del encuentro con el otro, lo conduce a un estado de
constante subjetivismo1.
La sociedad occidental y cristiana,
hija de los valores de Roma/Grecia, trivializa todo, propugna la ley del
mínimo esfuerzo y de la máxima comodidad.
Considera esto: ¡su dios ha muerto en sacrificio para salvar a sus
fieles!
Pensamiento ridículo y facilista, que no exige verdaderos compromisos ni
dedicación a ningún servicio trascendente. Si su deidad está a la orden
de sus adoradores, tal como un esclavo a la espera de las ordenanzas de
sus amos... ¿cómo puedes esperar que no sea una sociedad corrupta y
trivial?
¿O acaso no has visto a los clérigos de Jesús ordenar a su dios que les
realice milagros y portentos?
¿O no has escuchado que no importa tu obrar, sino la fe que tengas,
puesto que su dios no te pide más que irracional fe en él?
Para peor, su deidad es un ser humano, pues al parecer (en una turbia
mirada narcisista) el ser humano es el ideal al cual toda la creación
debe aspirar, ya que su dios desciende de su estatura espiritual para
meterse de lleno en el cuerpo de un divagante pecador.
El Dios de la Creación, el Dios de la Salida de Egipto, el Dios de la
Revelación en Sinaí, ese Dios todopoderoso, sin figura, sin cuerpo, sin
materia, sin partes, mayor que el Universo, de pronto se reduce a una
ridícula porción de polvo, a una pobre figura de arcilla modelada, a un
escaso ser humano falto de conocimiento y gracia. Sinceramente, ¿no
notas el delirio fantástico producto del narcisismo, que ha querido
encasillar al Rey de reyes en un mortal hombre?
Es un narcisismo colectivo, que pretende encontrar una imagen perfecta
de sí mismo, para negar fantasiosamente su deplorable estado real, su
verdadero rostro desfigurado, su fracaso vital2.
La sociedad actual está sujetada a lo
intrascendente, superficial y falaz.
El individuo va decayendo hacia una progresiva debilidad, indulgencia,
deseos caprichosos, exageración del ideal materialista, y esclavitud por
la ambición, el orgullo y todo lo pasatista.
El hombre narcisista se reproduce sin medida arrasa y destruye los recursos naturales planeta,
ensucia y quema
bosques, contamina la atmósfera, las aguas y la comida, destruye, mata,
robando y manipula a sus otros, esta fascinado en este camino hacia la
autodestrucción.
Aunque hable en nombre de los cielos y tenga el "amén" en la boca
constantemente, realmente es esclavos de sus pasiones muy terrenales.
Los narcisistas aman el vicio, anhelan el poder, ansían la riqueza, manipulan y
corrompen, hacen trabalenguas en vez de conversar, venden espejos a
precio de oro...
Y lo puedes comprobar a diario, mira una página del periódico, o abre
tus ojos a lo que está pasando, y no tendrás como dudar de lo que te
digo ahora. Tanta miseria, tantas guerras, tanto terrorismo, tanto odio,
tanta xenofobia, tanta maldad, tanta depresión, tantos abortos, tanta
pornografía, tantos crímenes, tanta corrupción directiva, tantos
clérigos pederastas o estafadores, tantos hambrientos en un
planeta pleno de bienestar...
Por supuesto que el 99% de las
personas que están en esta senda, no desean hacer lo malo, no anhelan la
destrucción, detestan la mentira y la corrupción. Si conocieran su
triste estado espiritual, y estuvieran entrenados para ser libres,
romperían las pesadas cadenas que los tienen atrapados dentro de los
dogmas y doctrinas de su "fe".
Sin embargo, viven engañados por el otro 1%, y aceptan como verdades
sagradas terribles maquinaciones de individuos faltos de moralidad o
cordura.
El 99% está esclavo de los faraones, que astutamente se aprovechan de
las debilidades y temores, para someter a las masas. Ese 1% es hábil
manipulador, astuto de antaño, que sabe emplear con habilidad las
herramientas para dominar a la mayoría. Ese pequeño manojo de taimados
piratas de la fe promueve la tendencia hacia el narcisismo colectivo,
sostienen el delirio y amenazan con catástrofes e infiernos a los que se
atreven a señalar que la imagen del espejo no es tan bella como quieren
hacer creer.
Como parte de la estrategia de
dominación, la sociedad narcisista tiende a la masificación en
cualquiera de sus ámbitos:
-
Acumulación de individuos, donde se acallan las voces divergentes y
se tiende a uniformizar el pensamiento. Templos inmensos, estadios
deportivos multitudinarios, centros comerciales descomunales, en fin,
una muchedumbre gigantesca en donde el ser humano individual pierde su
identidad para formar parte de una masa.
-
Despersonalización alienante: un hombre sin la fuerza que dan los
ideales, obsesionado y dirigido por los medios de comunicación, las
modas, lo superficial, "el que dirán", el puritanismo, los prejuicios,
los miedos a diablos e infiernos.
Estas dos condiciones llevan a dos
desastres personales y sociales:
-
Nos consideramos "más iguales", cuando en realidad somos "menos
nosotros mismos".
-
Falsedad a la hora de responder a la pregunta esencial de todo ser
humano: ¿Para qué vives?. Ya no creamos la respuesta que debemos crear
con nuestros actos, sino que repetimos patrones de conducta que nos
inyectado, o huimos de la respuesta, o nos sumergimos en cualquier
actividad con tal de no enfrentar la pregunta.
Vivimos en una sociedad triste, sin ilusión, distraída
en asuntos necios.
La cotidianeidad invita a seguir en
su letargo vicioso.
Es que la versión narcisista de la vida al principio tiene un cierto
atractivo, es chispeante y divertida, pero después emerge su patética
cara; es decir, un ser vacío, hedonista, materialista, sin ideales,
evasivo y contradictorio.
Cuando la persona comprende que
solamente quien camina por las sendas del Eterno, aquel que cumple con
Sus mandamientos, ese día inicia su desarrollo integral, de la salvación
en el mundo material y en el espiritual y, por tanto,
de la redención total.
Allí se deja de luchar consigo mismo.
Recuerda que
con justicia y bondad, conseguirás alcanzar la paz.
Recuerda que si ayudas a los demás
serás ayudado.
Recuerda que si te valoras correctamente y por consiguiente valoras a tu
prójimo, estarás desatando las cadenas que te apresan y colaborando para
liberar a tu sociedad.
Sigue siendo fiel a la Torá, pues
solamente con sus mandamientos el ser humano alcanza el
conocimiento, el despertar, la superación de la inclinación negativa y los miedos, que nos
impiden reconocer nuestra verdadera naturaleza.
Debemos salvarnos de
nosotros mismos y Torá con mandamientos es la respuesta.
Shalom y bendiciones.
Notas:
1-Por consiguiente, desde
su perspectiva solamente son válidas estas cuatro conductas o
actitudes:
-
hedonismo, la búsqueda
incesante del placer, del goce de los sentidos, sin ninguna
responsabilidad ni compromiso, su único compromiso es consigo
mismo;
-
consumismo, por medio
del cual intenta ahogar su angustia existencial, puesto que
inyecta en su ser todo aquello que supone le revestirá de mayor
grandeza y lo apartará de enfrentar su triste realidad;
-
permisividad, como
cree que el mundo gira a su alrededor, se permite todo aquello
que desea, aunque le niega el mismo derecho a otra persona,
aunque quizás, como estrategia admite un libertinaje general,
para de esa manera esconder su debilidad;
-
relativismo; ya que él
es el patrón de medida de todas las cosas, absolutamente todo
depende de su estado de ánimo, de sus deseos e intereses.
2-Ciertamente toda
sociedad que no se fundamenta en los mandamientos del Eterno es una
sociedad corrupta o en decadencia hacia la corrupción. Tomé el
ejemplo de la sociedad occidental y cristiana, capitalista, puesto
que es en la que tú y yo convivimos, pero si analizáramos cualquier
otra sociedad encontraremos invariablemente que cuanto más apartados
de los mandamientos del Eterno, más retroceso moral y espiritual. Y,
obviamente, es ésta la sociedad narcisista en esencia, por lo que te
he contado antes: su dios es supuestamente el Todopoderoso que ansió
tomar forma de hombre para morir para gloria y salvación de los
hombres. Es tan petulante y pretencioso el pensamiento dogmático
delirante de la sociedad narcisista que hace al Creador a su mortal
imagen y patética semejanza.
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