Shalom.
Gracias por participar.
¿Acaso humanamente existe la creencia
absoluta?
A lo máximo que podemos aspirar, si de creencias se trata, es a mantenernos
estables y armónicos en ellas, sorteando los naturales altibajos.
Digamos entonces que la creencia absoluta es un estado ideal, uno que
se alcanza tras cuantiosa voluntad y dedicación.
Debemos recordar que "fe" y "creencia" son
conceptos antagónicos.
Fe, es la ceguera irracional que se aferra a fantasías (y raras veces
a hechos), más allá de cualquier interés en la lógica y la razón.
Creencia, es la confianza que se adquiere merced al esfuerzo por
descubrir lo que se oculta detrás de lo aparente.
La fe se apoya en el sentimentalismo volátil y la respuesta impensada.
La creencia se fundamenta en la razonada emotividad, y se construye por
medio de filosas preguntas y edificantes acciones.
La fe exige absoluta sumisión silenciosa.
Pero, cuando se desarrolla la creencia, se acrecienta la confianza
voluntaria en el Eterno.
Por lo tanto, sin dudas que hay personas que
manifiestan fe absoluta: los fanáticos, los religiosos, los
extremistas, los que se aferran a los absurdos y temen enfrentar la vida con
sus gustos y displaceres.
Pero, la creencia absoluta, como mencionamos, es un estado ideal,
difícil de alcanzar.
En el judaísmo tradicional no hay mucho
espacio para la fe, pues ésta es apropiada para la idolatría, que todo
responde con mitos y dogmas, mientras nada permite cuestionar ni criticar
(pues la fe desaparecería).
En el judaísmo tradicional se alimenta el tesón por la práctica de los
preceptos, por el estudio exhaustivo de Torá, por el inquirir sin
vergüenzas, por incluso enfrentar a Dios en pos de desentrañar lo que es
Justo y Verdadero (lea un ejemplo en Bereshit / Génesis 18:22-33).
Claro, sabemos que el intelecto humano es
finito.
Sabemos que hay infinidad de aspectos que nos superan; algunos de los cuales
serán descubiertos o comprendidos con el avance del conocimiento y la
exploración; pero otros permanecerán velados por siempre para nosotros.
Lo que más impenetrable es, y que jamás nadie podrá descifrar, es la esencia
de Dios.
Es decir, comprender lo que Dios es, está absolutamente por fuera de
nuestras capacidades actuales y futuras (lea Iyov / Job 36:26).
Por lo tanto, si el conocimiento acerca de Dios es imposible, ¿no hay
espacio para que nuestra mente y corazón duden acerca de la existencia de
Dios?
Por supuesto que lo hay, y por supuesto que así es como Él ha querido que
fuera. Pues, si llegara a sernos posible saber a ciencia cierta (y sin
atisbos de dudas) acerca de Su existencia, ¿nos quedaría opción para ejercer
nuestra voluntad y albedrío; o estaríamos sometidos a la esclavitud de
sentirnos bajo el total dominio de Dios?
Como Dios nos quiere libres, nos ha dotado de infinidad de herramientas, y
de notables limitaciones, la más notable es conocer Su esencia. (Incluso en
la Era Mesiánica, época de conocimiento general de Dios, no penetraremos con
nuestro intelecto ni siquiera la puntita de la esencia divina.)
Por lo tanto, a Dios no Le agrada pero
tampoco sorprende que hayan personas que están dubitativas acerca de
Él. (En este texto estoy usando lenguaje humano para referirme a Dios, pues
no encuentro otra manera de expresarme, pero Dios no sufre de sentimientos).
Tampoco Le sorprende que haya algunos que Lo nieguen (lea Iyov / Job
36:5).
Estas dudas razonables no alegran al Eterno, pero tampoco son lejanas
a lo que las personas somos.
Por lo cual, es claro que el judío que duda acerca de Dios sigue siendo
judío. Incluso más le digo, quizás esta duda no sea otra cosa que un camino
alternativo para finalmente toparse con Dios (lea Iyov / Job 42:5).
Pero, lo que absolutamente Dios rechaza, y con
persistencia lo ha hecho notar en Su Torá, es la infidelidad, la falsedad,
la idolatría (lea Devarim / Deuteronomio 11:28).
Tal es el enorme pecado de la persona que habiendo nacido judía yerra y va
tras dioses ajenos (Ieshu/Jesús, religiones africanas, orientales,
espiritualismo, etc.).
Pues, con el acto de adherirse a alguna deidad ajena, corta su vinculación
con el judaísmo, pierde sus derechos como judíos; pero, especialmente, está
obscenamente rebelándose contra Dios (lea Iyov / Job 36:13).
Por lo tanto, el judío ateo, o el agnóstico, o
el que duda, mientras no adore deidades ajenas (a veces el credo
ateísta es una religión disfrazada), sigue siendo parte de la familia judía.
El que tiene fe en otra deidad, ya no lo es (mientras permanezca sumido en
su prostitución).
Hay otra razón para esta disparidad de
criterios (entre dudoso e idólatra).
¿Recuerda lo que mencionamos más arriba acerca de la "fe" y la "creencia"?
Pues bien, el idólatra ha hallada las respuestas en la fe, en la necedad que
lo ciega, y lo amarra para que no desarrolle su potencialidad positiva. El
que adora dioses ajenos se convierte en una piedra estática, sin avanzar, y
cayendo.
Mientras que el que duda y cuestiona racionalmente, está en búsqueda de
"creer", aunque ¡no lo quiera creer! Está en el camino de ser una
mejor persona, mientras no atente contra los mandamientos que el Eterno ha
ordenado (aunque no cumpla los atinentes a la relación con Él). Pues, no hay
persona buena, sino personas que van mejorando, y personas que van en
sentido contrario.
En resumen, lo que un judío (cualquier persona
en realidad) hace, es muchísimo más vital y trascendente que aquello que
piensa y siente (en verdad, estos dos suelen ser productos secundarios de
las acciones). Por lo cual, aquel que duda sobre la existencia de Dios,
mantiene su condición de judío.
Claro está, para alcanzar niveles de altísima calidad humana, es
imprescindible que a los actos positivos en relación al prójimo se le añadan
las acciones que tienen como objetivo vincularnos estrechamente con el
Eterno.
Cuando ambos planos se conjugan con armonía y exquisitez, se abre la puerta
para la emuna shelema -la creencia plena-, que ya describimos al
comienzo de este texto (lea Tehilim / Salmos 101:6).
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Iebarejejá H' - Dios te bendiga,
y que
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Yehuda Ribco |