Shalom.
Gracias por participar.
De Dios, cada uno de los humanos recibimos en
confianza un invaluable tesoro: nuestras vidas.
Esto significa que no somos los dueños de nuestra energía vital, sino
los depositarios y encargados de preservarla.
La finalidad para la cual se nos confiere esta energía, es la de desarrollar
una vida de plenitud, de crecimiento, de mejoramiento individual y
colectivo.
Cuando la vida finaliza su período en la tierra, el Dueño pide cuentas, y el
espíritu disfruta (o padece) de los frutos de sus acciones en vida.
Para dar un ejemplo bastante cercano, le pido
que suponga que cada persona fuera un Banco.
Dios es el depositante en una cuenta corriente.
El alma es el valor depositado.
Y nuestras acciones son los que reditúan en ganancias o pérdidas (para el
Banco), materiales y especialmente espirituales.
Cuando nuestros actos son acordes a las leyes
inmutables universales (la Torá), entonces estamos haciendo buenas
inversiones, y nuestra empresa está fortaleciéndose.
Pero, si pecamos, o somos remisos en el cumplimiento de los preceptos (7 con
sus derivados para los gentiles y 613 para los hebreos), nuestras
inversiones están produciendo mermas, que pueden llevar a la quiebra a
nuestra empresa espiritual.
El suicidio es uno de los pecados (y crímenes)
para los cuales no hay compensación, ni restitución, ni expiación.
Es decir, que el que comete suicidio se pone (a su espíritu) en una
situación dilemática, sin solución.
Ya lo deja entrever la Torá (la eterna Palabra de Dios), cuando expresa: "Porque
ciertamente por vuestra propia sangre pediré cuentas..." (Bereshit /
Génesis 9:5).
Dios dice que va a pedir cuentas por la propia sangre derramada, es decir,
por la acción de aquel que se auto-elimina; además de pedir cuentas por los
daños colaterales derivados de esta acción.
¿Cómo y cuándo puede ser esta interpelación divina?
Del único modo posible es a través de un juicio en la vida espiritual que se
continúa tras esta vida terrenal.
Juicio que a priori no puede ser muy favorable, ya que ¿cuál puede ser el
veredicto del Juez ante aquel que derrochó totalmente el deposito de
energía vital que le fuera otorgado para vivir y crecer?
Buena parte del juicio depende de los actos que efectuara la persona en
vida, pero, el cometer suicidio es uno de los actos que desmoronan cualquier
construcción que se hubiera realizado durante la vida.
Aunque, como dijimos más arriba, el Eterno se encargará de ajustar las
cuentas con este espíritu quebrado; por lo cual, es indudable que la
Misericordia del Juez tendrá claramente presente qué movió a la persona al
suicidio (sobre lo normativo se puede ver en Sulján Aruj,
Iore Dea 345). Seguramente que si el suicida llegó a ese extremo
tortuoso aquejado por un padecimiento que le obnubiló la conciencia, el
Eterno será compasivo, y Él mismo se encargará de restañar las heridas
(espirituales) del atormentado suicida.
Como ya enseñáramos en otra oportunidad, la
vida más allá de esta vida es el gozar (o padecer) lo que pudimos construir
a partir de nuestras vivencias terrenales.
El gozar o padecer de la plenitud edénica, está condicionado a lo que
uno fue haciendo durante su vida. Es decir, que a mayor cantidad de
recuerdos de vida agradables (en armonía con la Torá), y de abundancia de
acciones positivas, mayor es el deleite eterno edénico. Cuanto menos
memorias agradables, y menos actos positivos en el haber; menor es el
placer. Se decrece en placer, hasta que éste puede transformarse en sentir
un tormentoso sufrimiento. Y ya enseñaron los Sabios que un minúsculo
instante de placer (o dolor) edénico, supera infinitamente una vida completa
de gozo (o sufrimiento) terrenales.
También dicen nuestros Sabios, que este sufrimiento tiene como máximo once
meses terrenales, luego de los cuales el espíritu queda en condiciones de
acceder a mayores niveles de placer.
Pero, hay personas que con su vida de maldad y
rebeldía, exterminaron toda posibilidad de escapar de los lazos terrenales,
por lo cual al fallecer, sus espíritus no trascienden y viven una
eterna nada plagada de recuerdos inocultables y sintiendo a plenitud en todo
su horror la miseria maldita de sus vidas. Son almas perdidas, que no
están en ningún lado, ni tienen existencia real, y sin embargo sufren lo
inenarrable.
Pensemos en un Arafat, en un Hitler, en un Aman, en un Faraón, en un
Torquemada, en cualquiera de los asesinos Fedayines palestinos, entre
otros, que son espíritus condenados a sentir la vivencia de la eterna maldad
que sus vidas y muertes construyeron. Cada persona muerta, cada miembro
cercenado, cada libro sagrado incendiado, cada mujer violada, cada lágrima
derramada, cada vena partida, cada madre sin su primogénito, cada... cada
dolor que se les hace presente, al unísono, y sin escapatoria... ¡eso es el
infierno!
En una palabra: superan el horror más profundo que la mente pueda imaginar.
¿Dónde ubicar a cada suicida en la línea que
va del excelso placer al espanto más oscuro?
Sólo el Eterno es el que puede decirlo.
¿Podemos los sobrevivientes del suicida ayudar
a su alma en pena?
Tal como con cualquier difunto, no depende de los vivos el modificar
su posición en Edén. Cada cual depende
Sin embargo, si el Juez advierte que las influencias (ejemplo de vida) del
difunto han sido positivas y de edificación entre los que le sobreviven (por
ejemplo, para que cumplan con mayor prontitud y rectitud los preceptos; para
ser mejores personas, etc.), entonces, esto es tomado en cuenta a favor del
alma del fallecido.
Ahora, contestaré a sus tres preguntas
brevemente:
-
Quisiera saber qué pasa con el alma de
alguien que se suicida.
Fundamentalmente la respuesta depende de lo que hizo en vida. En
general se podría decir que su espíritu padece hasta un máximo de once
meses antes de elevarse a regiones de mayor gozo edénico.
Como sea, el suicidio es un pecado gravísimo, con consecuencias nefastas
para el espíritu (y generalmente para los sobrevivientes).
-
La energía de esa persona queda atrapada
en el lugar?
No.
La energía vital (espíritu y alma) retornan a la Fuente de la Vida.
En caso de haber sido fue malvada total, pierde conexión de retorno
con la Fuente, permaneciendo en un estado tormentoso de existencia nula.
Lo que puede quedar son rastros de energía disipada y enlazada a
objetos materiales. Esto puede ocurrir cuando lo material era lo
prioritario en la vida del difunto, y tras su fallecimiento se niega a
reconocer la verdad de su muerte. Quiera reconocer o no el
hecho, su espíritu se separa de lo material, pero, rastros quedan ligados
a lo terrenal hasta que se cumplan determinados requisitos o tiempos.
-
Cómo se puede ayudar a su ascenso?
Cada uno comportándose como Dios manda, y usando el ejemplo del
fallecido para mejorar como personas y no para empeorar.
Además, y si el sobreviviente es judío, puede estudiar Torá y rezar el
Kadish.
Y, sea gentil o judío, rezar por el alma del difunto es de gran mérito
añadido.
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Iebarejejá H' - Dios te bendiga,
y que
sepamos construir Shalom
Yehuda Ribco |