Shalom.
Gracias por escribirme.
Ay apreciada amiga, lo que usted comenta es
tan lastimosamente común y cierto.
¡Tantos son los ingenuos que creen descubrir tesoros allí donde sólo hay
perdición y vanidad!
¡Tantos creen liberarse de pesadas cadenas al rechazar los mandamientos del
Eterno, y en verdad se esclavizan tenazmente a bajas pasiones o a ideologías de muerte!
¡Tantos creen que en la asimilación está la armonía y la paz y sólo hay
mentira y falta de identidad!
La senda para la vida, para el crecimiento,
para el Shalom se halla envuelta en estas simples palabras con más de 3000
años de vigente existencia:
"El Eterno habló a Moshé [Moisés] diciendo:
'Habla a los Hijos de Israel y diles que Yo soy el Eterno, vuestro
Elokim.
No haréis como hacen en la tierra de Egipto, en la cual habéis habitado.
Tampoco haréis como hacen en la tierra de Canaán a la cual os llevo.
No
seguiréis sus costumbres.
Sino que
pondréis por obra Mis decretos y guardaréis Mis estatutos para andar en
ellos.
Yo soy el Eterno vuestro Elokim.
Por tanto, guardaréis Mis estatutos y Mis decretos,
los cuales el hombre
que los cumpla, por ellos vivirá.
Yo soy el Eterno.'"
(Vaikrá / Levítico 18:1-5)
La vida no se encuentra en seguir las
costumbres de los idólatras y perplejos.
La felicidad no está detrás de las caretas de los payasos de triste rostro.
La verdad no se halla en los sermones de los que confiesan la vanidad de la
fe falsa.
La paz no se asocia con los que empuñan las armas (materiales
y de palabra) para conquistar con violencia nuevos adeptos a sus
religiones.
La fe vacía que promete paraísos, no es más que otro nombre para el
infierno.
La senda a Dios no se anda sino a través del cumplimiento de los preceptos,
del acatamiento de los mandatos que en la Torá se plasman.
La vida se halla en cumplir los mandamientos.
La vida tanto en Este Mundo, como en el Venidero.
Y esto es así porque realmente los mandamientos que Dios impone a Sus
súbditos (7 para los gentiles, 613 para los judíos),
no son algo ajeno al corazón de las personas,
sino que están inscritos en él,
son su verdadera esencia,
son su realidad.
Por tanto,
cuando se cumple con los mandamientos no se está haciendo caso a una
autoridad ajena, sino reencontrando el camino a lo que uno mismo es
originalmente.
El cumplir mandamientos es estar atento a los
faros que indican el buen camino al Hogar,
y andar de acuerdo a su guía fidedigna.
Pues, el único camino que lleva a sí mismo, y
al encuentro pleno con el prójimo (y por tanto con Dios)
es aquel que es compatible con nuestro verdadero ser,
aquel que nos hace sentir completos.
Y no es un sentimiento de completo por rellenarse de añadidos externos como
si fuera una obra pictórica,
sino un sentimiento de integridad por quitarse de encima lo que está añadido
y estorbando el florecimiento de lo oculto, como si fuera la obra de un
escultor que debe quitar lo que sobra para que la buena forma escondida en
la roca salga a relucir en toda su belleza.
Esto quiere decir que se vive al cumplir los
preceptos,
pues se está permitiendo ser aquella mejor persona que se puede llegar a
ser,
plena, enérgica, trascendente, íntegra e integrada.
¡Ay, pobre de las almas de aquellos hundidos
en la terca vaciedad de la fe y de la creencia ajena a los mandamientos!
Cuán lejanos están de la vida, aquí y en la eternidad.
Antes de despedirme, un recordatorio:
¿Ya ha colaborado con
nuestra tarea sagrada?
Que el Uno y Único Dios bendiga a quienes le
son fieles servidores,
y que
sepamos construir Shalom, Iebarejejá H'.
Yehuda Ribco
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