Shabbat Shevat 22, 5763 - 25/1/03
Comentario de la Parashá Itró
: ¿Se puede mandar creer?
En nuestra nuestra parashá leemos el relato de cómo los Hijos de Israel
recibimos (todos nosotros, los 3.000.000 presentes
físicamente, y los que estábamos espiritualmente) el Decálogo.
Fue el momento de mayor revelación por parte del Eterno, cuando todos los
testigos inexcusablemente sentían, percibían, reconocían la divina Presencia
actuando en la realidad.
Ninguno de los millones allí congregados podía dejar de reconocer la
existencia de Dios y Su actividad constante, pues, no llegaban a la
convicción a través de la hueca fe, o de la transmisión de valores
familiares/nacionales; sino que estaban viviendo y compenetrándose
directamente de la Revelación.
Dios ya no era esa Fuerza misteriosa que los había rescatado unos días antes
por medio de proezas y prodigios de las garras del poderoso Mitzraim, ya que
ahora Dios era un certeza indudable, una presencia probada.
Sabiendo esto es comprensible la declaración de que el comienzo del Decálogo
no es un mandamiento, sino una aseveración tajante: "Yo soy el Eterno tu
Elokim que te saqué de la tierra de Egipto, de la casa de esclavitud"
(Shemot / Éxodo 20:2).
Dios no está exigiendo creencia en Él, muchísimo menos está demandando vacía
fe (que es propia de religiones y embaucadores).
Dios lo que está haciendo es poner en palabras lo que para Israel era
(y es) una verdad palpable y viva: sé que Dios existe, pues Él me
liberó de Egipto.
Así pues, lo que el Eterno está reivindicando aquí son dos cosas básicas:
-
Que tengamos honestidad intelectual.
-
Que preservemos el recuerdo de lo que hemos
vivido en persona (colectivamente).
Si ambas bases se sostienen, el resultado es
la creencia racional y la confianza plena en Dios.
Siendo honestos y memoriosos damos cumplimiento al mandamiento de saber que
Dios existe y es guardián fiel.
Ésta es uno de los varios fundamentos que
diferencia al judaísmo de las religiones, en el judaísmo a la
creencia en la deidad se llega por la razón honesta y el legado familiar; en
tanto que en las religiones las deidades son entes absurdos ante los
cuales emocionarse y tener fe sin permitirse preguntar ni interrogar acerca
de la veracidad de los mismos y sus complacencias.
Otra de las diferencias fundamentales, y que
también se advierte en la formulación del Decálogo, es que para el judaísmo
la creencia en el Eterno es un principio (un punto de partida
que lleva a otra cosa); en tanto para las religiones la fe es
un fin (un punto de llegada y término).
Para entender mejor esta diferencia, permítanme citar al príncipe de los
pensadores, a Maimónides: "Ya sabes que las ideas no arraigan, sino
acompañadas de actos que las afiancen, divulguen y perpetúen entre la
muchedumbre" (Guía de los Perplejos 2:31).
Esto significa que dentro del judaísmo la creencia en el Eterno debe servir
para el mejor cumplimiento del resto de los preceptos que Él ordena, es
decir, convertir la creencia en una vivencia cotidiana. Pues, aquel que dice
que cree en Dios, pero se abstiene de amarLe y serLe fiel a través de
respetar y hacer viva Su Palabra, en verdad, ¿cuánto cree en Dios?
Por su parte, las religiones se conforman con que el feligrés
sostenga con firmeza inmutable lemas tales como: ten fe en mí y tendrás
la salvación; o, adórame y cree en el profeta entonces obtienes el paraíso;
o, yo soy el camino, la verdad y la vida, proclámame y te amaré eternamente.
No así Israel, que manifiesta su amor especialmente por actos meritorios, y
no con meras palabras vaciadas de cualquier contenido trascendente.
En síntesis, la primera frase del Decálogo no
está expresado como un precepto, pues es irracional y sin sentido ordenar
que se tenga creencia y confianza en algo o alguien, incluso en Dios.
La creencia y la confianza se basan en experiencias vitales, que son
cotejadas sincera y saludablemente por la razón.
Por lo cual, la afirmación de "Yo soy tu Dios que te sacó de Egipto",
se transforma en un mandamiento cuando nos compenetramos de su intención y
significado.
Entonces descubrimos que sin estar ordenado, es un precepto y algo más, es
un motor para redoblar esfuerzos en la tarea de asociarnos con Dios para
mejorar el mundo. Pues, si no lo es, de nada vale...
¡Shalom iekarim! ¡Les deseo Shabbat
Shalom!
Moré Yehuda Ribco
Otras interpretaciones de este pasaje de la
Torá, y más estudios los podrá hallar
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De la Parashá Itró
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