Shabbat: Tevet 23, 5764, 17/1/04
Comentario de la Parashá -
Shemot:
De yoes y esencias
(Esta semana corresponde leer la parashá
llamada Shemot ("Nombres") que es la
primera del segundo tomo de la Torá, el
sefer Shemot, conocido en español como "Éxodo").
Está testimoniado que:
"Aconteció cierto día,
cuando Moshé [Moisés] había crecido,
que fue a sus hermanos y les vio en sus duras tareas."
(Shemot / Éxodo 2:11)
Este cierto día fue cuando Moshé ya
tenía cuarenta años de edad.
¡Qué extraño!
La Torá nos anuncia que Moshé creció recién a los cuarenta años de
edad.
Otros a esa altura ya son padres, incluso abuelos.
Algunos ya han compuesto sinfonías, han publicado libros rutilantes, o han
dejado su impronta en el mundo.
Y están aquellos que en sus cuarenta ya se sienten añosos y añejos.
Pero, no fue así con Moshé.
Moshé el grandioso, Moshé del cual está dicho que era "bueno" de
bebé, Moshé el inigualado e inigualable siervo del Eterno, Moshé el más
humilde de los varones, Moshé el ángel mentor de Israel, Moshé el
huésped en el palacio del Eterno, ése Moshé, no había crecido
en su primer tercio de vida.
Al parecer desperdicio cuarenta preciosos años de su preciosa vida.
(No es cierto que los desperdicio totalmente, pero es lo que
salta a la vista).
Según cuenta la Torá,
durante cuarenta largos e indiferentes años,
pasó junto a sus hermanos,
los hebreos, esclavizados y maltratados,
y ni se enteró del dolor y opresión tan espantosos que tendrían que haberle
roto los ojos y el corazón.
Llegados hasta aquí, podemos hacer algunas
afirmaciones de índole psicológico:
-
La persona nace con una esencia, que luego su
educación/experiencias va revistiendo con máscaras que suelen ocultar y
hacer pasar desapercibida la real esencia.
-
Esas máscaras generalmente son las asumidas y
reconocidas como la identidad de la persona.
-
Si las máscaras sofocan la esencia espiritual
de la persona, entonces se recurre a toda clase de artimañas y mecanismos
para sobrellevar ese conflicto espiritual, lo que conlleva agregar más
molestias y sufrimientos para la persona.
-
La personalidad (esa que
solemos llamar "ego", "yo") no es un destino cincelado e
inmodificable.
-
No es la edad, ni la apariencia física, lo que
determina la madurez espiritual/emocional de una persona.
-
Una persona realmente ama al hermano,
cuando en principio acepta verlo tal cual es, con sus alturas y miserias, y
luego, lo ayuda en la medida de sus posibilidades.
-
Una persona crecida espiritualmente es aquella
que no es indiferente al sufrimiento ajeno.
-
En la vida tenemos ocasiones o sucesos que nos
favorecen el desarrollo espiritual, reconocerlos y aprovecharlos es lo que
posibilita la diferencia.
Ahora que hemos descubierto estas premisas
(básicamente empleadas por la
Cabalaterapia en el proceso de conocer y ayudar a crecer) a
partir de esta breve porción, podemos tímidamente preguntarnos y tratar de
respondernos:
¿ya he comenzado a crecer realmente?
¡Les deseo Shabbat Shalom UMevoraj!
Moré Yehuda Ribco
Notas:
Otras interpretaciones de este pasaje de la
Torá, y más estudios los hallan
HACIENDO CLIC
AQUÍ y AQUÍ.
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Relato
Dos mujeres trabajaban en la cocina de la
Ieshiva.
Durante buena parte del día se dedicaban a pelar papas y más papas, y luego
destinaban un ratito a cocinar las comidas para los jóvenes estudiantes de
Torá. Más tarde fregaban y ponían las cosas en orden, para recomenzar la
ardua tarea unas horas más adelante.
Ambas mujeres mantenían largas horas sus espaldas encorvadas, mientras se
afanaban en su penosa tarea.
Una de ellas, no paraba de quejarse. Continuamente protestaba por lo penoso
de la tarea, el bajo sueldo, las tediosas horas, los tajantes cortes, el
sentir que el tiempo podía dedicarlo a cuestiones más provechosas.
La otra, por su parte, cobraba similar sueldo, pasaba similares horas, sus
dedos estaban ajados similarmente, su espalda le dolía todo el día, y sin
embargo, solamente elogiaba la fortuna que tenía por estar trabajando para
alimentar a jóvenes estudiantes de Torá. Ella sentía que cada papa pelada,
cada plato servido, cada cubierto lavado con esmero, era su contribución a
sostener la Torá en el mundo. Y así, con cada minuto la sonrisa no
despoblaba su rostro.
Un día a esta mujer le ofrecieron trabajar en
la cocina de un importante hotel. Su actitud y jovialidad habían llamado la
atención a un rico visitante, que sabía una trabajadora así es siempre
provechosa y además, la quería ayudar a que promoviera su pasar económico.
Y este estupendo ofrecimiento dio pie para que
la otra, la quejosa, añadiera un nuevo rezongo a su rosario de
lamentaciones: ¿Por qué a ella y no a mí?
La persona que me contó esto, no supo decirme
que decidió aquella señora, si tomar el nuevo empleo o permanecer allí donde
era parte del estudio de Torá.
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