Shabbat I Adar 27, 5763 - 28/2/03 (Parashat
Shekalim)
Comentario de la Parashá
Vaiakel :
Benditas mujeres de Israel
La semana anterior atestiguamos en la parashá cómo algunos pocos extraviados
surgidos en Israel (la mayoría de los cuales NO eran hebreos)
pretendieron imponer la idolatría en el seno del santo pueblo
(tal como actualmente la plaga de los seudo-judíos-amantes-de-Jesús
continúan haciendo).
Y por medio de subterfugios, amenazas y violencia exigieron que Aarón, el
hermano del líder Moshé, les fabricara y adorara con ellos una abominación
idolátrica, el tristemente célebre Becerro dorado.
Aarón era fiel al Uno y Único, pero temía por su vida, y la de muchos
inocentes.
Así que en lo personal no sabía cómo proceder; tampoco la Torá había sido
revelada en su totalidad para encontrar el mandamiento justo al respecto;
tampoco estaban los Sabios habilitados como para indagar su consejo
(ya que aún los venerables dirigentes no tenían en su
posesión la Torá Oral, la Tradición); ni el maestro de todos estaba
presente, pues Moshé estaba en la cumbre del monte recibiendo la divina
Instrucción.
¿Qué hacer?
¡Qué hacer!
Se preguntaba Aarón.
Y no tenía tiempo, ni escape, ni salvación milagrosa.
Así pues, procuró ser más ingenioso que los perniciosos ávidos de idolatría
y les indicó:
"Quitad los aretes de oro que están en las
orejas de vuestras mujeres, de vuestros hijos y de vuestras hijas, y
traédmelos."
(Shemot / Éxodo 32:2)
Aarón supuso (correctamente)
que las mujeres y los niños se opondrían a que los maridos y padres
utilizaran sus finas joyas personales para actos aberrantes, del grado
espantoso de la idolatría.
Pero, la correcta suposición de Aarón estaba fundamentada en un error de su
parte.
Él creía que las mujeres y los niños por egoísmo se opondrían a que se les
incautara sus joyas. Sin embargo, lo cierto es que las mujeres de Israel no
participaron entregando sus joyas para la abominación por amor y respeto
al Eterno.
(Tal como comprobaremos un poco más adelante.)
Pero, Aarón no contó con que los hombres
entregarían sus propias joyas, y las que quitaron por la fuerza a sus
familias.
"Entonces todos los del pueblo se quitaron
los aretes de oro que tenían en sus orejas, y los trajeron a Aarón."
(Shemot / Éxodo 32:3)
Y así, con el deseo de pecar, y a través del
pecado, los descarriados dentro de Israel (que repito, no
eran todos hebreos, pues había muchos gentiles, principalmente provenientes
de Egipto, que por motivos personales se habían asociado a los
hebreos y se sumaron desprolijamente al pueblo) levantaron una deidad
ajena y la proclamaron como el dios de Israel. (Reitero que
para nuestro dolor, aún persisten rebeldes como estos, que continúan
lacerando su espíritu y atormentando el de los ingenuos que les tienen
confianza. Se llaman a sí mismos como judíos mesiánicos, o judíos
cristianos, o judíos por Jesús. Ningún artificio les es ajeno con tal de
desviar a los puros del camino agradable a ojos del Eterno).
Esta semana se nos cuenta el pedido de Moshé
para que las personas generosas y amantes del Eterno contribuyeran con
materiales para la obra de edificar Su Santuario.
E inmediatamente se nos narra:
"Tanto hombres como mujeres, toda persona
de corazón generoso vino trayendo prendedores, aretes, anillos, collares y
toda clase de objetos de oro. Todos presentaron al Eterno una ofrenda de
oro."
(Shemot / Éxodo 35:22)
Para el Santuario, para la gloria del Eterno,
para la edificación de la sociedad, para el mejoramiento de la persona, para
lo bueno, para eso SÍ participaron activamente las mujeres de Israel.
Y no fueron egoístas, ni coquetas, ni remilgosas, trajeron toda clase de
objetos valiosos, de prendas preciosas, de abalorios que estimaban pues las
mujeres benditas de Israel conocen el valor real de las cosas
(tal como las mujeres piadosas que son contadas entre los gentiles justos
que cumplen cabalmente con los mandamientos para las naciones y que preparan
su espíritu mediante las instrucciones de maestros judíos de Torá).
En el espíritu femenino, que por nacimiento se encuentra un peldaño más alto
que el del varón, sienten un anhelo más intenso por hallar al Uno y Único,
en tanto cobijan y aseguran el bienestar de su prójimo.
No es de extrañar que las que iniciaron el camino a la liberación de Egipto
hayan sido las parteras de Israel, quienes desde su humilde lugar se
enfrentaron al inmenso poder de Faraón.
No es de extrañar...
Luego, con el paso de los siglos, el
reconocimiento del papel de la mujer de Israel lo asentó por escrito el
Predicador:
"Engañosa es la gracia y vana es la
hermosura; la mujer que teme al Eterno, ella será alabada."
(Mishlei / Proverbios 31:30)
Las cosas pasajeras, la belleza, el poder, el
ingenio, la vanidad son engaños, ilusiones que llenan por un momento el ojo,
pero aumentan el apetito del espíritu. Son como las estampitas de bellas
vírgenes de cabeza con halo, o como los cuentos de madres milagrosas de
divinidades falsas: trampas que obstaculizan el crecimiento, artimañas que
endulzan el veneno fatal.
En el otro lado se encuentra la verdadera, la simple mujer, que para nada es
maravillosa ni milagrosa, sino que respeta al Eterno, y es atenta a Sus
mandamientos, y es constructora del mundo de acuerdo a lo que la Torá
establece como correcto; esa, esa es la verdadera alabada.
Esa es la mujer, madre, esposa, hija, trabajadora, la mujer que sea, que
recibe su justa recompensa, la de ser reconocida como bendita entre las
mujeres amadas por Dios.
¡Shalom iekarim! ¡Les deseo Shabbat
Shalom!
Moré Yehuda Ribco
Otras interpretaciones de este pasaje de la
Torá, y más estudios los podrá hallar
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De la Parashá Vaiakel
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