A partir del 25 de Kislev
(generalmente a mediados de Diciembre) y hasta el 3 de Tevet,
celebramos una de las más hermosas festividades surgidas en épocas
posteriores a la conclusión del Tanaj. Como tiene origen en destacados
sucesos de la historia de la nación de Israel, nuestros Sabios
(los del Talmud) tuvieron suficientes elementos como
para definirla festividad nacional judía.
Por lo cual, durante 8 brillantes días festejamos Januca -fiesta de la
dedicación-, también conocida como jag haurim -fiestas de las luces,
fiesta de las luminarias-.
Veamos un poco de esos hechos, para lo cual
nos tenemos que remontar casi veintidós siglos.
Imaginémonos en la provincia de Yehudá, en la santa tierra de Israel.
Estamos bajo el dominio de la dinastía seléucida que gobernaban desde Siria,
y que eran herederos de Alejandro Magno.
Mientras el Magno y sus primeros sucesores conducían los destinos de nuestra
patria, se implementó la tolerancia religiosa para los judíos.
Así, el segundo Beit HaMikdash (Gran Templo en Ierushalaim/Jerusalén)
continuaba funcionando de acuerdo a lo indicado por la Torá, y también los
judíos mantenían activamente y sin inconvenientes su apego por la Torá y las
mitzvot (preceptos).
Pero, al llegar al trono seléucida Antíoco IV, la vida física y espiritual
de nuestra nación fue amenazada.
Antíoco, en su enferma imaginación dislocada, consideraba un peligro para su
reino el que los judíos mantuvieran su propia cultura, sus creencias
exóticas en una deidad única e invisible, y que no adoraran ni se
prosternaran ante las deidades de Grecia.
Es que, incluso estando loco y siendo un pervertido, Antíoco no erraba
cuando intuía que la fortaleza de los judíos no proviene de sus armas, ni de
su número, ni de su poder político. Antíoco comprendió correctamente que la
fuerza judía nace de su espiritualidad, de su deseo de ser fieles a su
propia esencia conectada con el Eterno. (En lo que estaba por
completo desquiciado, era en su temor paranoide de que los judíos viviendo
su judaísmo pudieran representar un activo peligro de estabilidad a su
reinado. En todo caso, la presencia de judíos fieles a su esencia puede
servir para denunciar con su presencia la irrevocable mentira del
régimen dictatorial, y de la hipócrita vivencia de la idolatría.)
Por eso, como método de dominación restringió el acceso de los judíos a su
propia identidad, a su vitalidad: la Torá y las mitzvot.
Y por otra parte, reemplazó la pureza con impureza, la Luz por la oscuridad.
Llenó el santo Templo con idolatría; sacrificó animales inmundos en el sacro
altar; pobló los espacios de estatuas; profanó lo consagrado con objetos
abominables; cambió Ieshivot por "Gimnasios"; obligó a invocar falsas
deidades en lugar de al Eterno.
Trocó estudio de Torá por deportes honrando a las olímpicas deidades, e hizo
florecer las indecencias sexuales en cada rincón de la santa tierra.
Hizo todo lo que estaba a su alcance para quitar las venerables mitzvot
de los programas educativos judíos, e inundó las casas, calles y
poblados con símbolos y signos de apego a lo griego.
Además se sirvió de los servicios de judíos traidores a su identidad o a
falsos judíos para que disfrazaran el paganismo en ropajes de piedad, de
modo tal de embaucar a los ingenuos judíos.
Entonces, pudo poner de su parte a muchos judíos apartados de su judaísmo
(por medio de amenazas, tortura, dinero, promesas, fanática
adhesión a helenismo, o por la ignorante torpeza). Y así éstos
comenzaron a involucrarse con lo más bajo de la cultura griega y su modo de
vida hedonista y pagano. Recordemos solamente a los perversos Jasón y
Meneláos, que por medio de violencia, manipulaciones políticas y bajezas de
todo tipo, provocaron el derrumbe de la casa sacerdotal de su época, y el
avance de las tropas griegas sedientas de sangre.
Y con este oscuro panorama, entre los fieles a su identidad original, gran
número fue masacrado, otros eran sanguinariamente perseguidos y torturados
hasta la muerte; y por si fuera poco la malicia de Antíoco se financiaba a
partir de sádicos impuestos sobre la comunidad judía oprimida.
A pesar de esto, en secreto se sostuvo sin interrupción el bendito estudio
de nuestra Torá, y se esmeraban los fieles más que nunca en el cumplimiento
exacto de los preceptos. Pues, si por la fuerza no podían quitarse la bota
del opresor; al menos no permitirían que la inmundicia del paganismo y la
maldad colmara también los resquicios de sus almas.
Es en el seno de estos adeptos a su identidad que surgiría la llama que
encendería la revuelta contra el imperio.
Debemos saber que en contra de lo establecido por la Torá, Antíoco había
ordenado que se erigieran altares en cada ciudad y aldea; y que allí
cohanim (sacerdotes del Eterno, de la tribu de Leví)
elevaran las ofrendas para las deidades olímpicas, e incluso ante estatuas
del divinizado loco de Siria.
Hubo sacerdotes que acataban este malvado decreto por debilidad; otros
quizás por deseo de no aumentar el dolor; y otros indudablemente para
beneficiarse, congraciándose así con el fiero ocupante. Y entonces los
judíos congregados (a la fuerza los fieles, voluntariamente
los traidores) en el lugar del altar, debían tomar parte de la
idolatría, así como participar de prácticas de inenarrable degradación
espiritual.
No podemos olvidar a los sacerdotes firmes a la Torá, que preferían la
inmolación antes de cometer abominaciones contra Dios y su nación.
En una oportunidad, una brigada sirio-greco erigió el sucio altar en la en
la pequeña aldea de Modiin, a escasos kilómetros de Ierushalaim.
Juntaron a los judíos y ordenaron a Matitiahu, el anciano patriarca del clan
sacerdotal Jashmoneo, que ofrendara a las deidades griegas.
El anciano en lugar de arredrarse y aceptar la miserable orden, se enfrentó
a los soldados. Sus cinco valerosos hijos se sumaron a él, y sacando fuerzas
de su debilidad, encendió la revuelta al grito de "¡Mi laHashem elai!"
-¡Quien está con Dios, conmigo!-.
Destruyeron la imagen obscena, dispersaron al resto de los enemigos; y por
seguridad y estrategia marcharon a las montañas de Yehudá, en donde se
refugiaban y atacaban las hordas del invasor.
De a poco un grupo de valientes piadosos se fue sumando a esta guerra de
guerrillas; que ahora era comandada por el genial y valeroso Yehuda HaMacabí.
Su lema de guerra era: Mi Camoja Baelím, Hashem -¿Quién es como Tú,
Dios, entre los poderosos?-, de las iniciales de esta frase proviene el
nombre MaCaBI, que fueron grabadas en sus escudos.
No eran mucho más de 6.000 hombres escasamente armados y poco preparados
para la guerra, pero incluso así, vencieron a un fuertemente armado
contingente de unos 50.000 enemigos adiestrados y curtidos en numerosas
batallas.
Desde el trono seléucida se decidió acabar a como dé lugar con esta
revuelta, por lo que un gran ejército fue enviado a sofocar a los rebeldes
libertadores.
Venían pertrechados con la mayor tecnología armamentista del momento,
y sin embargo, en la cruenta batalla de Bet Tzur, los judíos, escasos en
número pero inmensos moralmente, triunfaron.
Tras la victoria, continuaron rumbo a la imperecedera capital de la nación
judía.
Combatieron y desalojaron al extranjero intruso, y recuperaron el Mikdash.
Lanzaron fuera las tallas idolátricas, emprendieron la purificación de la
santa Casa, y finalmente estuvieron dispuestos para encender y mantener
flameando el milenario símbolo del judaísmo y de la eterna presencia divina,
la Menorá dorada.
El aceite de oliva para tal tarea que hallaron era muy escaso, tan sólo una
vasija con el precinto del Sumo Sacerdote intacto sellándola.
Ese aceite permitiría mantener prendidas las siete luces durante un día.
Tiempo escaso realmente, ya que para elaborar y traer el nuevo aceite
demorarían unos días, quizás hasta ocho.
Sin descansarse en la presunción del milagro, pero tampoco permitiendo que
el desconsuelo les ganara, los macabeos encendieron la Menorá. Si un día
estaría encendida, ¡un día lo estaría!
Y entonces, tras el largo tiempo de oscuridad e impureza, la poderosa luz de
las minúsculas llamas de la Menorá irradiaron nuevamente.
El símbolo de la presencia divina estaba anunciando que: ni la aculturación,
ni la asimilación, ni los misioneros, ni los engaños, ni la miseria, ni la
opresión, ni el terrorismo, ni la guerra, ni la oposición rebelde, ni la
torpeza podían vencer al judaísmo.
Vaya uno a explicar el hecho, pero el aceite suficiente para un día mantuvo
las flamas iluminando hasta que se trajo el nuevo aceite, un total de ocho
días.
Al año siguiente, para evocar los milagros
acontecidos, y proclamar el eterno pacto entre Dios e Israel, y demostrar el
caro valor de la identidad judía; nuestros Sabios de bendita memoria
establecieron que cada año, al llegar el 25 de Kislev, durante ocho días
festejáramos Januca.
Sin embargo, no todo fue éxito:
-
Muchos murieron, tanto como víctimas así
como luchadores por la causa de la libertad.
-
Y muchos demostraron su debilidad, sea
moral, o de valores, o de apego a su identidad.
-
Y muchos creyeron haber terminado con las
dificultades, y se descansaron, permitiendo que nuevamente se infiltrara
el virus de la malicia en forma de ideas paganas, o de bajezas en la
conducta. Los saduceos, por ejemplo.
-
Y los macabeos engolosinados con el poder
terrenal, no sólo ocuparon sus correspondientes cargos sacerdotales, sino
que además se entronizaron como líderes políticos de la nación; desoyendo
la promesa del Eterno de que el rey judío fuera el que correspondía de la
dinastía davídica.
PREGUNTAS PARA REFLEXIONAR:
-
La raíz etimológica de la voz Jánuca
se relaciona con:
-
inauguración;
-
dedicación; y
-
educación.
¿Qué tiene que ver la "educación" en este
festejo?
-
Tal como declaramos en el rezo, en Januca
celebramos "la entrega de los poderosos en manos de los débiles, los
muchos en manos de los pocos... y los malvados en manos de los justos..."
¿Cuáles son los milagros que recordamos en esta celebración?
-
¿A qué apuntan esos milagros? ¿Por qué hubo
necesidad de éstos?
-
¿Actualmente se han extinguido los peligros
que acosaban a los judíos de hace 2200?
¿Qué nuevos nombres y caras tienen?
-
¿Cómo luchar contra los enemigos actuales
que se oponen a que los judíos sigan existiendo como tales
(o por extinción física, o por asimilación a otras culturas, o
menoscabando las particularidades del judaísmo)?
-
¿Cuál fue el gran error de los macabeos por
el cual los Sabios han omitido su mención en el Talmud?
¿Qué aprendemos de este error?
-
¿Tenemos algún método para hacer que los
milagros sucedan?
-
¿Cuál es el símbolo más esencial del
nacionalismo judaísmo, y por qué?
-
¿Cuál era la consigna de los luchadores
judíos, y en qué se diferencia de los fanáticos asesinos en nombre de
deidades de la actualidad?
-
¿Cuál es la diferencia fundamental entre la
celebración de Januca y la de la Navidad (con la cual a
veces coincide, y algunos la confunden)?
Si este texto le ha sido de provecho, no olvide que este sitio se mantiene
gracias
a SU colaboración económica. No cierre su mano, y abra su corazón bondadoso.
Yehuda Ribco |