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  Lic. Prof. Yehuda Ribco // Siván 2, 5763 - 2/6/03

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  Shavuot // Tanaj // Preceptos                          

          Decálogo: escalera al éxito

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Este año en la diáspora, uno de los dos días de Shavuot coincide con Shabbat.
Por lo cual, el ciclo de la lectura anual de la Torá se interrumpe momentáneamente, para que leamos de la Torá la sección que corresponde a la festividad. La semana entrante, en la diáspora, el ciclo anual es retomado.

En la lectura del primer día de Shavuot (Shemot / Éxodo 19:1-20:23) nos encontramos con el relato de uno de los dos momentos más trascendentales del mundo, el de la Revelación de Dios, y la consiguiente entrega de la Torá, a Israel en el monte Sinaí.
(El otro momento cumbre del mundo fue la Creación).

Tres millones de personas estaban presentes y prestaron su imperecedero testimonio que expresa que en verdad la Torá fue revelada por Dios en aquella oportunidad, y que no es la obra de ser humano alguno.
Tres millones de nuestros antepasados aceptaron sellar una alianza eterna entre Dios e Israel, cuyo contrato es la Torá.
Esto es lo que celebramos en Shavuot, y esto es precisamente lo que leemos públicamente en la Torá en este día.

Ahora bien, parte del relato incluye el texto de los Aseret HaDivrot -el Decálogo-.
Las famosas diez frases (con sus 14 mandamientos) que fueran grabadas sobre piedra de zafiro por mano de Dios, y que (con mucho trabajo) fueran adoptadas como la base del ideal de vida del judaísmo.

Estos catorce mandamientos, enunciados en diez frases, son:

  1. Saber que Dios existe.

  2. No creer que exista otro ser divino aparte de Dios exclusivamente.

  3. No hacer una estatua o imagen con fines idolátricos.

  4. No arrodillarse ante cualquier cosa perteneciente a la idolatría (incluso si no se pretende adorarla).

  5. No servir idolatría en lo que es propio de ella.

  6. No jurar en vano (invocando a Dios como testigo).

  7. Consagrar el Shabbat en palabras y pensamientos.

  8. No hacer melajá -labor- en Shabbat.

  9. Honrar al padre y la madre.

  10. No asesinar a un inocente.

  11. No tener relaciones sexuales adulteras.

  12. No raptar a un judío.

  13. No testimoniar falsamente.

  14. No codiciar lo de otro.

Muchísimo se ha escrito sobre estas frases, así como se continuará haciéndolo y estudiándolas.
Un infinito mar de sabiduría surge de estas palabras, que no gratuitamente se han convertido en el faro que condujo a la nación judía a lo largo de tres milenios, y numerosas vicisitudes.
Son, al decir de expertos eruditos, el basamento sobre el cual reposan las otras 599 mitzvot -mandamientos- de la Torá, así como los decretos de los Sabios.

La pregunta podría ser: ¿Por qué? ¿Qué es lo que tienen que tanta importancia adquieren a ojos de las personas?

Una de las respuestas podría ser: porque son los 14 mandamientos que todos los israelitas recibieron en comunidad y cada uno personalmente, mientras que el resto de los otros mandamientos inscritos en la Torá fueron ordenados por Dios para Israel por medio de Moshé.
Sin embargo, esta respuesta podría dar a entender que estos 14 preceptos tienen un rasgo particular, que los hace únicos en relación a los otros 599, como si fueran más importantes, o quizás los únicos que hay que cumplir... ¡y NO es así!
Realmente todos los mandamientos fueron entregados en Sinaí por parte de Dios, y en su conjunto cada uno de los 613 mandamientos son indispensables para sostener en su punto más saludable el vínculo entre Dios e Israel.
Así que, dejemos de lado esta respuesta incompleta y tratemos de hallar otra que sea más decisiva.

Para lo cual, les pido que comencemos recorriéndolas en su orden inverso.
Empecemos con la décima frase, que nos ordena: "No codicies lo de otro".
Si el pensamiento que envidia y desea la posesión ajena no es erradicado del alma.
Si insistentemente vuelve y retorna.
Si el afán de lo ajeno se convierte en un eje sobre el cual gira la propia vida, no es raro que se caiga en el ámbito de la siguiente prohibición, y se termine prestando un testimonio falso que perjudica a aquel cuya posesión codiciamos.
Quizás el falso testimonio sea involuntario, surgido del inconsciente, y que el falso testigo crea que está hablando palabras verdaderas. Pero, en su corazón corroído por el celo envidioso, los límites entre lo cierto y lo falso se desdibujan, ya que la única cosa que pasa a ser considerada como vitalmente verdadera es la adquisición de aquello que está en propiedad del prójimo.
Cuando se ha dado este terrible paso, de transformar el negro deseo en una perjudicial realidad, fácilmente se cae en la siguiente prohibición, que indica que está prohibido robar una persona. Nuestros Sabios nos han dicho que este mandamiento implica que no se robe/rapte a un judío. Este rapto lo podemos hacer extensivo no sólo a aprisionarlo literalmente, sino también al robo de su identidad, a despojarlo de aquello que lo identifica como quien es socialmente, a engañarlo haciéndolo actuar como no debe.
Este trastocar los valores e identidad del otro, suelen llevar a la infidelidad.
Tanto el que en un principio fuera codicioso, como el que ahora se ha sumado a su camino de pecados, están actuando de manera contraria a lo que su espíritu anhela, pues el espíritu siempre busca la rectitud y la proximidad con Dios. Mientras que el pecado aleja a la persona de lo que es bueno. Este apartarse del Bien, en su faz humana tiene su máxima expresión negativa en el asesinato, cuando se corta la posibilidad de alguna persona de continuar existiendo y creciendo en busca de alcanzar su mayor nivel.
Cuando el que fuera en principio codicioso sin freno ha llegado al asesinato, no suele tener mucho inconvenientes en despreciar a los que son su propia carne y sangre, y en verdad, su conducta errónea constituye un repudio a sus padres. Pues padres son aquellos que dan vida, en tanto que el asesino es el que la destruye, es decir, el que se opone a las obras primordiales de los padres.
Una persona así enviciada, no halla un día de reposo para llenar su espíritu de valores. Se cree el amo del universo, el dueño y señor de vidas y posesiones ajenas. El que no le debe ninguna explicación a nadie. En definitiva, un individuo que rechaza los valores esenciales, y lo socialmente armonioso, con la única finalidad de satisfacerse.
Un sujeto así, ¿acaso temerá al invocar falsamente el santo Nombre de Dios? ¿Acaso se hará problemas por querer usar de Dios para sus fechorías?
Cuando se llega a esta bajeza, en la cual las personas no son respetadas, y Dios es irreverentemente tratado, ¿qué inconveniente se tiene para adorar otros dioses, falsedades que las personas consideran una deidad? Realmente, se estaba en camino a la idolatría desde el mismo comienzo de su ruta de extravío, pues al enroscarse la codicia en su corazón, se estaba adorando el objeto codiciado, y se estaba levantando a la propia persona del pecador como si fuera el centro de todo el mundo (lo que se llama "egolatría", que es la adoración de uno mismo como si fuera un dios).
El adorar y servir a dioses falsos, es un paso previo a creer que existen en efecto.
Se pierde el control sobre la distinción entre falsedad y fantasía, y las fantasías toman cuerpo y se aceptan como si fueran un hecho evidente.
De esta manera, la mente y el espíritu enfermos, pasan a confiar sus vidas en manos de dioses que no existen, en poderes que no son más que el producto de la fiebre.
Y esto, es la negación de la existencia de Dios, el Uno y Único Dios.

Ya vemos, cuidarnos de ambicionar lo que es del prójimo, no es un simple y prescindible precepto; sino que se constituye en la primer barrera contra la pendiente que lleva a los peores crímenes que están al alcance del humano: inmoralidad sexual, asesinato e idolatría.
Precisamente, para no caer a lo más bajo, existen las amarras a Dios, que llamamos el Decálogo. Entonces, podríamos concluir conque el Decálogo ha sido tan querido a lo largo de las generaciones de Israel, pues es el mejor remedio contra el descalabro de la persona, de la sociedad y del vínculo con Dios.

En síntesis, cuando llega Shavuot es el tiempo para recordar que hemos recibido un regalo extraordinario, hemos recibido una caja que contiene 613 herramientas que nos permiten inocularnos contra lo erróneo y nos ayudan a crecer y alcanzar las mayores alturas que humanamente son posibles alcanzar.
Desconocer los mandamientos, es una riesgosa carrera con final incierto.
Adherirse a ellos, es una escalera al éxito eterno, tal como el poeta de Israel cantó:

"Mejor me es la Torá de Tu boca que miles de piezas de oro y plata."
(Tehilim / Salmos 119:72)

                     Shabbat Shalom - Jag Sameaj

Moré Yehuda Ribco

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