Camino de santidad

«Guardaréis Mis shabatot y tendréis en reverencia Mi santuario. Yo soy el Eterno.»
(Vaikrá / Levítico 26:2)

En el sefer VAIKRÁ (Levítico) hemos estado viendo a menudo la temática de la KEDUSHÁ, santidad.
KADOSH se traduce como santo.
En la tradición judía esto significa que es diferente, especial, reservado y puntualmente que proviene de Dios.
Tenemos tiempos santos, como el Shabat;
lugares, como el Templo;
y también personas que son santas.

¿Personas santas?
¿Eso significa gente que hace alguna especie de milagros, o que están recluidos en monasterios, o que se apartan de los placeres del mundo para consagrarse a su visión (por lo general distorsionada) de la espiritualidad? Como esos que son denominados santos por las religiones del mundo, aquí y acullá.
¿Santos, al estilo cristiano? Como personajes perfectos y libres de toda culpa; que son declarados santos por la Iglesia; porque (supuestamente) llevaron una vida bondadoso,de especial virtud,abnegación y ejemplo. Para algunos de ellos, todos los que creen en la superioridad del falso redentor son santos, por el mero hecho de posar su fe en el falso mesías, ya obtienen el título de santidad.

¡Cuán diferente a lo que Dios ha declarado que significa la santidad para el hombre!

Si tomamos en consideración lo que mencionamos más arriba como KADOSH, y tomamos nota de lo que la TORÁ expresa, pronto podremos describir a los verdaderos KEDOSHIM, o santos, según la Tradición: aquellas que dedican su vida a cultivar su esencia espiritual (NESHAMÁ) por medio de acciones edificantes en este mundo.
¿Quieres pormenores de la conducta que debe seguir aquella persona que aspira a la santidad real, la que vincula con Dios y no la que es un disfraz de las religiones?
Pues, entonces debes leer con atención los capítulos 19 y 20 de Vaikrá/Levítico, una tarea muy interesante y saludable que te dejo para más tarde.
Si quieres un brevísimo resumen, lo comparto amablemente contigo:

“Guardad y practicad Mis estatutos. Yo soy el Eterno, que os santifico.»
(Vaikrá / Levítico 20:8)

Está la santidad de Israel (judíos) y está la de las naciones (gentiles o Benei Noaj o noájidas).
Ambas son preciosas ante el Eterno, aunque se manifiestan a través de diferentes canales.
El canal de la santidad de Israel proviene de guardar y cumplir los preceptos de la Torá, que el Eterno ha mandatado a los judíos.
En tanto que el canal de la santidad noájica procede de conocer y cumplir con los Siete Mandamientos Universales.

Por lo cual, el judío que aspire a una existencia de santidad, estudia Torá y por ello está consciente de su rol en el mundo y de los mecanismos para practicarlo, que es el conjunto de los mandamientos que le fueron asignados para cumplir.
En tanto que el gentil conoce los siete principios básicos y esenciales, pues son ellos la Torá de las naciones, y los cumple atentamente.

Cuando, por el motivo que sea, la persona no alcanza a estudiar o a comprender, pero igualmente su vida está llena de construcción de SHALOM (acciones de bondad y justicia), entonces se manifiesta también la santidad “natural”, la que proviene de una conducta ética, es decir, espiritual.
Lo podemos corroborar con el siguiente pasaje del profeta, hablando por boca de Dios:

«Así ha dicho el Eterno:
‘No se alabe el sabio en su sabiduría,
ni se alabe el valiente en su valentía,
ni se alabe el rico en sus riquezas.
Más bien, alábese en esto el que se alabe:
en entenderme y conocerme que Yo soy el Eterno, que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra.
Porque estas cosas me agradan, dice el Eterno.»
(Irmiá / Jeremías 9:23-24)

La persona que actúa agradando a Dios es la que va por la vida construyendo SHALOM, pareciéndose a Él en lo que humanamente es posible.
¿Qué hace?
Bondad, juicio y justicia, tal como hace el Eterno.
¡Éste es el camino esencial del espíritu!

Por lo cual, si aspiras a la santidad, construye SHALOM, con acciones de bondad y justicia.
Piensa, habla, actúa de esta manera; entonces estarás emulando a Dios, llevando la LUZ de la NESHAMÁ a tu existencia terrenal y alcanzando la santidad.

Entonces, nuestro entorno estará alumbrado por nuestro accionar, será un ejemplo positivo, un imán de buenas virtudes.
La Presencia del Eterno será evidente, no por rituales y alocuciones extrañas, sino por el compromiso de manifestar Su Palabra en la realidad.

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