Judaismo conversion Israel Mashiaj Tora Dios amor paz

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 Lic. Prof. Yehuda Ribco (Av 6, 5762 - 15/7/02)

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BeShem H' El Olam

El espejo

¿Existe algo más sagrado, perverso, maldito, falso y sincero que el espejo?

El espejo es mensajero de Dios y de demonios. El espejo procrea y recrea. Enseña, educa, miente e induce al error.

El espejo lo es todo, y sin todo no es nada.

Margo pasaba sus horas, sus días frente al espejo.

No tenía necesidad de salir de su habitación, todo le era alcanzado allí, provista en todo sin nada que le faltaba.

Si algo llamaba la atención en su habitación, era el espejo.

Era (es) enorme, de cuerpo entero y más. Está biselado primorosamente, como ya ningún artesano sabe concebir. De porte majestuoso, como queriendo demostrar que representa de modo fiel y digno todos y cada uno de los detalles que frente a él aparecen.

Esto no pasaba inadvertido a los ojos verdes de Margo, que, desde el mismo instante que se reconoció por primera vez sobre él, ya nada la pudo hacer olvidar de la existencia de ese reflejo allí.

En los primeros tiempos, sólo acercaba su rostro, lo giraba para apreciar hasta el último poro de su perfecta faz; cambiaba la posición de las luces, variaba sus intensidades, sonreía, hacía mohines, pestañeaba, inflaba los cachetes y cientos, miles o más de variaciones, tratando de impresionar su sentir de todas y cada una de las imágenes que el espejo le regalaba.

Escudriñaba con afán y regocijo sus pupilas, enamorándose de sus ojos y de todo su ser, de lo que creía era su alma.

La familiaridad de su eterno rostro no la disgusto, ni la cansaba, pero el espejo exigía más. Así que, posó para él todo su cuerpo. Comenzó vestida, moviendo brazos, hincándose, de espaldas...

Más tarde fue descubriéndose, dejando que se reflejara su lechosa piel.

Finalmente desnuda vestía de reflejos.

Lo que veía le agradaba.

Conoció hasta el más imposible de sus rincones, los amaba y deseaba a todos, los memorizaba y catalogaba, para volver a recorrer momentos más tarde en el regazo del espejo.

Los exhibía, mostraba, masajeaba sin desfallecer en esta tarea.

Las más de las veces se quedaba sentada frente a él horas y más horas, iluminada por la luz del sol que penetraba por las bajas cortinas, hasta que la penumbra devoraba las formas.

Entonces, como sin querer, encendía las luces y volvía a su sitio en el espejo.

Le hablaba y susurraba.

Besaba esa imagen que tanto adoraba, la gozaba y excitaba. La acariciaba y mimaba. Sólo en ella pensaba y soñaba.

Aunque, soñar, era sólo una palabra ajena.

Vivía y dormía en el espejo, no le era necesario el reposo, alimentarse o pensar; sólo necesitaba ese espejo allí y que su imagen la siguiera.

Cuando hace poco nos abandonó, el viudo cubrió con una pesada funda de terciopelo ese espejo.

Dice que no soporta contemplar en él los huesos de la que fuera su esposa.

 

 

                                                                                                                       Hellen Camejo

 


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