Lic. Prof. Yehuda Ribco |
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BeShem H' El Olam |
Existía una montaña considerada sagrada, cruce del Cielo con la Tierra.
A su sombra dormitaba una pequeña ciudad.
Haciendo honor al privilegiado emplazamiento, la habitaban personas altas, mucho más que en otras partes.
Aunque, una excepción vivía entre ellos, ¡un verdadero enano!
De niño, no existían diferencias, pero al ir creciendo los amigos, él se fue quedando en su altura. Llegó un tiempo en el cual todos los pobladores lo reconocían y despreciaban. Solitario iba y venía, salía y entraba, dormía y cansado se levantaba...
El mísero enano esgrimía palabras ante las rodillas ajenas, ya que ninguna cabeza se rebajaba a tan ínfima altura.
Sus oídos escuchaban nada más que repetidas risas grotescas y dolorosas burlas. Sus ojos hacían un esfuerzo para apreciar algo más que las siempre amenazantes sombras de los otros.
Si algún despistado forastero hubiera increpado a esta gente su áspero proceder, seguramente los normaltos hubieran argumentado que no lo hacían con maldad, pero, con reticencia aceptarían que no toleraban que algo o alguien les recordara cómo podían ser...
Una madrugada, cuando las estrellas aún tapizaban las frías laderas, el enano emprendió el vedado ascenso a la montaña sagrada. Les mostraría a todos quién era el más alto, el más encumbrado. Aunque, nadie se percató de su partida rumbo a la arriesgada y herética aventura.
Escaló con dificultad varios metros.
Cercano al centenar podía apreciar buena parte de los tejados de la ciudad, y aún distinguir las testas de algunos conciudadanos.
Al kilómetro la localidad aparecía como una fuente oscura, llena de ranas ineptas que saltaban de una a otra miasma.
Un poco más arriba, la que era ciudad, surgía como una gran mancha, y las personas altas, se dejaban representar como minúsculas pulgas, seres inferiores, parásitos despreciables...¡en realidad, lo que siempre habían sido! - pensó - mientras un sentimiento de bienestar lo inundaba...
¡Él era el más alto!
A sus ojos, los otros eran casi nada. Sombras lejanas. Imperceptibles a la vista, inaudibles. Viento susurrante, y poco más. Pues, hasta SU altura no alcanzaban las risotadas y las befas. Allí arriba ningún dedo inoportuno lo señalaría como a un monstruo, estigma deforme, existencia corruptible.
Pero, aun continuó su torpe ascenso.
Llegó hasta el trono de las nubes.
Allí el remoto poblado ya no existía, el cielo ya no existía, la montaña ya no existía...
Sólo existía el enano congelado en su soledad...
Hellen Camejo
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