Queridos Talmidim y Javerim, Shabbat Shalom:

"Así fue destruida toda sustancia que vivía sobre la faz de la tierra, desde el hombre hasta la bestia, y los reptiles, y las aves del cielo; y fueron raídos de la tierra; y quedó solamente Noaj, y lo que con él estaba en el arca." (Bereshit 7:23)

Lo que en castellano conocemos como "Arca de Noé", es el famosísimo barco que fuera fabricado por aquel bíblico personaje, por orden de H’, y que le sirviera para rescatarse y rescatar a la vida animal de toda especie y género de la destrucción que sobrevino sobre la tierra, a causa de la conducta indigna y perversa de los hombres.

Nosotros muchas veces usamos la expresión "Arca de Noé", cuando hablamos de los peligros ecológicos, o de salvar especies en extinción, o de crear refugios para animales o personas en peligro de muerte.

Quizás sería oportuno descubrir algo acerca del vocablo Arca.

En la Torá, en esta parashá en particular, se la menciona varias veces como "TEVÁ" (pronunciado también "teivá"), pero, ¿qué es TEVA?

El diccionario nos brinda cuatro acepciones:

Arca; cajón o armario o recipiente; palabra o sílaba o letra; púlpito o mueble utilizado para el rezo o la prédica.

¡Qué interesante! Arca, cajón, recipiente, es decir, elementos cuya función primordial es recibir y contener elementos externos a ellos mismos; y palabra, que entonces podríamos decir que es el recipiente, el envase que transporta ideas, anhelos, creencias y errores. Las palabras (orales, escritas, gesticuladas, etc.) son los disfraces que portan la personalidad, el ser en relación con otros, pues dejan ver lo que está por detrás de ellos, pero que no son ellos. Las palabras son tales en tanto sean vasijas de algo interior, sino, son tan sólo aire expelido por la boca, tinta en papel, movimientos que nada dicen...

Si el entorno en que nos encontramos es caótico, si la maldad nos circunda, si la desolación invade los recovecos de la existencia, tal como pasara con Noaj, entonces, tenemos el mandato divino "entra... en la teivá" (Bereshit 7:1); es decir, recupera el sentido de las palabras, de las acciones, halla refugio en lo que permanece fiel a sí mismo y que no es alterado por los avatares y las circunstancias externas.

Pues, aquello que permanece dentro de la "teivá" es semilla de nueva vida, de resurgimiento, de volver a ser pero un poco mejor que antes. Tal como el Arca de Noé sirvió para repoblar el mundo, para llenar de vida animada los rincones de la tierra, así la palabra buena, la que es sentida con sentido puede calmar la intranquilidad del vacío de la existencia, llenar de vida y luz los rincones del alma...

Sería bueno invitar e invitarnos a "entrar" en nuestras palabras, a llenarlas de santidad y justo propósito para navegar por las inmensas olas de pesar que abundan en la vida cotidiana.

Sería agradable hacer de los "animales", de los propios instintos y pasiones animales, que ingresaron en nuestra Arca de Noé, manantiales de felicidad y dicha, de elevación por sobre las montañas más altas, hacerlos símbolos de vida prodigiosa y pura.

Así, cuando recibamos el segundo llamado de H’: "sal de la teivá" (Bereshit 8:16), tendremos un espíritu elevado que puede sortear con justicia todas las circunstancias de la vida, y aportar al mundo bondad, bienestar y santidad. Nosotros podemos estar en situación de ayudar a otros a encontrar sentido a las palabras, a las acciones y a la vida. Así, haremos uso de la última acepción de "TEVA", "púlpito", el lugar que se destina a predicar los correctos caminos por los cuales transitar, el sitio desde el cual se elevan las más bellas plegarias al Eterno, y se dicen las más adecuadas palabras de aliento y reconvención al prójimo.

De esa forma, lo que el nabí nos profetiza en la haftará, no es tan lejano de la realidad: