Judaismo conversion Israel Mashiaj Tora Dios amor paz

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 Lic. Prof. Yehuda Ribco (Av 6, 5762 - 15/7/02)

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BeShem H' El Olam

¿Florecitas o piedritas?

La duda

Últimamente está ganando fuerza el llevar flores a las tumbas de los seres queridos, o de enviar coronas o ramos a las "levaiot" (funerales), ¿es esta costumbre apropiada en un contexto judío?

La respuesta

Este proceder deriva de una costumbre no judía y que por varios motivos no debería arraigar en el seno del pueblo.

Fundamentación del rechazo de las flores

  1. La principal razón para su rechazo, es que debemos cuidar en extremo de no copiar las costumbres paganas, pues eso es el inicio, sino el síntoma, del debilitamiento de la propia identidad judía. Por lo cual, resulta no sólo innecesario, sino contraproducente enviar o llevar flores como muestra de respeto por el muerto. Para entender este repudio, sería conveniente conocer el origen de las flores en relación al difunto.
  2. Es ley judía que la persona muerta sea sepultada lo más rápidamente posible, permitiéndose las demoras sólo en contados casos, con fundamentos suficientes para ser consideradas excepciones. Esta premura se basa en el grandísimo respeto que se tiene por el honor del fallecido, pues su cuerpo no es expuesto como objeto, ni su deterioro es exhibido a ojos vistas. Pero también por el respeto y sensibilidad que merecen los deudos, quienes al permanecer con su ser querido fallecido presente en cuerpo (y no alma), aumentan de manera exagerada su dolor y congoja.

    Por su parte, entre las naciones del mundo, la costumbre no es tal. Por el contrario, se cree honroso exponer el cuerpo al público, y organizar funerales extensos, de hasta algunos días.

    Como el cuerpo, coincidente con la muerte, comienza su proceso de descomposición, en poco tiempo el hedor puede ser molesto y ofensivo para los presentes. Es por esto que en la antigüedad se comenzó a traer flores aromáticas a los velorios y sepelios, para disfrazar el mal olor proveniente del cuerpo en putrefacción, también se usaron especias aromáticas sobre, o en, el cadáver, sin detenernos a explicar los procedimientos de embalsamamiento (notemos la palabra "bálsamo" = perfume) y de maquillaje post - mortem. Todo esto como procedimiento para ocultar lo que adrede se descubre...

    (Si bien el Talmud (Berajot 51) como al pasar, y el Shuljan Aruj (Oraj Jaim 217) indican poner fragancias a los pies y a la cabecera del féretro, por deferencia a los visitantes, esto es tomado de costumbres gentiles, según Minague Ieshurún 314).

  3. Otra de las razones probables para no aceptar las flores, está basada en la negación voluntaria de la negación inconsciente de la muerte. Para explicar superficialmente este punto, tenemos que saber que las flores son símbolos de sexualidad, o de órganos genitales. Ante la angustia que provoca el misterio inescrutable de la muerte, y ante la presentificación del propio término, en imagen de la persona allegada; la persona se aferra como puede a la vida, en este caso, por medio de la negación de la muerte, representada por su opuesto: la sexualidad. Así pues, la revelación de la genitalidad (simbólica), es sólo un recurso, bastante débil, contra las fuerzas desligantes interiores. El judaísmo no rechaza la muerte, y mucho menos la erige como terror paralizante, como obstáculo para crecer y desarrollar todas las potencialidades de Esta Vida. La muerte es otra de las etapas de la vida, es la estación terminal del viaje en Este Mundo. Mientras no lleguemos a la época mesiánica, todos llegaremos a ella, antes o después. Por lo tanto, es natural temer lo desconocido, temblar ante el fugaz pensamiento y sentimiento de la propia desaparición física, pero en nada contribuye a una mejor vida el huir de los temores internos. Por el contrario, esa huida lo único que favorece es el fortalecimiento de lo que más tememos. En consecuencia, en el momento de la muerte del ser querido, el dolor es bueno, correcto y útil. El llanto es un escape de presión, una exteriorización de todo lo que se pierde. Pero, negar la muerte, es llamarla con urgencia a que acuda a nuestras vidas. Sea en forma real, sea encarnada en una vida hueca, deprimida, apática, vida sin vida.
  4. Las flores (de las angioespermas, esas exuberantes y multicolores) son el magistral recurso de movilidad con el objetivo de reproducirse, que poseen algunas especies vegetales. Las flores son usadas por la planta (árbol, etc.) como llamativo anuncio, para ser visitadas por insectos y otras especies animales, que luego polinizan otras plantas, procurando de esa forma involuntaria el desarrollo y supervivencia de la especie vegetal. Flores son vida y facilitan la vida. Por eso, el lugar de las flores no es un florero, ni una corona fúnebre, sino, la planta de la que fue arrancada. Al cortar la flor, cortamos una posibilidad de reproducción de un ser vivo, y el beneficio de otras especies vivas. ¿Acaso la muerte de la persona querida, amerita la destrucción de otros seres?
  5. Esta última razón, sino la fundamental, es la más sabia para tener en cuenta.

Las flores son unas compañeras fragantes, simpáticas, luminosas, alegres, etc. ¿Quién duda que pueden solazar la gris visita a los cementerios, atrayendo un poco de optimismo a los dolientes?

Sin embargo, su bondad es de vida realmente limitada. Pocas horas separan la brillante experiencia, de la marchita partida.

Por lo cual aconsejan nuestros sabios maestros, que es preferible gastar el dinero utilizado en adquirir las flores en obras de bien, por ejemplo en tzedaká. Sin dudas, una obra buena, por más pequeña que sea, realizada con el dinero que se podría haber usado para las flores, es muchísimo mejor que todas las flores del mundo.

La buena acción reporta beneficio para quien la e

jecuta, para quien es destinatario de ésta, y en el caso de hacerla en nombre de la persona fallecida, también su alma recibe méritos por la misma. ¡Y las recompensas son eternas!

Por sentido común, si queremos deleitar nuestro abatido espíritu por sentir la falta del ser querido, hagámoslo con algo que realmente sea placentero, y no con diversiones del momento.

 

La costumbre judía

Hace milenios nos acompaña la costumbre de depositar o arrojar piedritas sobre la tumba. Es bueno que sepamos sus posibles bases, para que apreciemos el valioso tesoro que tenemos en nuestro acervo, y no corramos en busca de lo que no es nuestro patrimonio cultural.

Razones posibles para depositar o lanzar piedritas

  1. En la mishná (Ediot 5:6) se nos cuenta que fue apedreado el féretro de una persona que había muerto en estado de impureza ritual, como forma ritual de limpiar el alma del difunto con el castigo que le hubiera correspondido en vida. Algunos explican que apedreado no debe ser tomado literalmente, sino que fue puesta una piedra sobre el ataúd, o sobre la tumba. Por lo cual, de este antecedente aprendemos que depositar piedras sobre la tumba o arrojarlas levemente (como algunos hacen) tiene un motivo legal, que es el mejorar el alma de la persona fallecida, buscando su mayor elevación frente a la Presencia del Eterno.
  2. Otros afirman que es un castigo substitutivo del castigo de lapidación (sekilá), que todos merecemos por no respetar las leyes sabáticas con integridad. Con este proceder, queremos atenuar el perjuicio de los pecados cometidos por el difunto.
  3. Antiguamente las piedras eran erigidas como aviso de algún suceso especial o de importancia. Una de las piedras que levantamos en la actualidad con ese motivo es la lápida recordatoria, pero, ¿no son las piedritas pequeñas lápidas que nos recuerdan en cada ocasión a la persona que hemos perdido?
  4. Las piedritas sirven como testimonio duradero de la visita de los familiares y allegados, pues no se deterioran, ni son fácilmente movibles del lugar. De esta manera, se simbolizan los lazos de unión sentimentales entre las personas sobrevivientes y el fallecido, y sirven para consolidarlos.
  5. Para recoger las piedras uno debe agacharse al suelo, generalmente en las inmediaciones de la sepultura. Con este acercamiento a la tierra, nuestra "última morada", la persona que visita puede sentir que su propia vida es limitada, que no conocemos los días que contamos en Este Mundo, y que por lo tanto debemos hacer el uso más adecuado que podamos de los mismo.
  6. Las piedras, en parámetros humanos, son "eternas"- tal como la vida en el Mundo Venidero lo es. Al colocar piedras, aceptamos la eternidad del alma, la adhesión al Eterno. La contraposición entre nuestra limitada existencia, y la perpetuidad, incomprensible de la Eternidad.
  7. Entre los judíos de la Edad Media, cundió la superstición, y para la misma tanto la tierra como las piedras son obstáculos para el pasaje de los malos espíritus; así, en el medioevo los judíos modificaron su antigua costumbre, ahora con la creencia que eso preservaría sus vidas o los cuerpos de los fallecidos de los espíritus malignos. Demás está decir que esta modificación de la costumbre judía, poco aporta al judaísmo.
  8. Al depositar piedras sobre la sepultura, aceptamos la muerte, pues, simbólicamente expresamos que admitimos el deceso del familiar, ya que contribuimos a preservar su enterramiento, juntando más piedras sobre el mismo. En este caso, no es tapar lo que nos molesta o atemoriza, sino cubrirlo, precisamente, para darle el lugar que le corresponde, como hoyo (literal y metafórico) de lo que es vida.
  9. Las piedras forman parte de la Tierra, a la cual debemos retornar por orden de H'. Con las piedritas asumimos la majestad del Eterno, y reconocemos nuestra existencia finita y limitada, pues del "polvo venimos y al polvo regresamos".
  10. "¿Es mi fortaleza la de las piedras? ¿O mi carne, es de acero?", dice el sufriente Iyov (6:12). Y nosotros frente al testimonio de nuestra extrema debilidad, le contestamos a través de los siglos: "No. Iyov, tu fuerza, nuestra fuerza es poca. Nuestra carne fácilmente se desgarra, con premura se corrompe". Y lo demostramos, piedras que permanecen, frente al cadáver que presentimos o sabemos pútrido.
  11. El Eterno eligió la piedra en forma de tabla para grabar sus Decires (Mandamientos). Y fue el pecado del hombre, su deseo irrefrenado, su búsqueda del placer superficial, lo que precipitó su pronta ruptura. Por eso, al llegar al cementerio, tomamos en nuestras manos las pequeñas piedras, para que nos sirvan de recuerdo y de advertencia: el pecado puede quebrantar hasta la piedra más poderosa, incluso la grabada por el mismo Dios. Así pues, enmendemos nuestros caminos, en tanto tengamos vida para hacerlo, porque luego, cuando seamos "habitantes" de este lugar, será muy tarde.
  12. Isaías (2:10) predica irónicamente acerca del malvado que dice: "Métete en la piedra, escóndete en el polvo, de la presencia espantosa de Hashem y del resplandor de Su majestad." El muerto ya está "escondido" en el polvo; en tanto las piedritas le sirven para que "se meta" en ellas. ¿Acaso así podrá esconderse del juicio recto del Eterno? Cuando colocamos las piedras por el que ya no lo puede hacer, sentimos que el Juicio es cierto, que no hay fuga de la mirada del Eterno.
  13. Iyov dice (28:3): " Las piedras que hay en la oscuridad y en la sombra de muerte." De aquí podemos presumir, sin entenderlo a ciencia cierta, la existencia de alguna relación oculta a los que estamos en vida, entre las piedras y muerte.
  14. Hashem recibe en ocasiones el apelativo de "Tzur"- "Roca". Quizás al colocar piedras sobre el sepulcro, estamos confirmando nuestro deseo de que La Roca sea el verdadero cobijo de la persona que ha partido de Este Mundo.
  15. En todas las culturas y tiempos el apedrear a alguien o algo fue una señal de desaprobación, de ira lanzada a dañarlo. Es un hecho psicológicamente confirmado, que muchas personas sienten
  16. sentimientos de culpa en relación al extinto, por todas las cosas que se han perdido, por lo que no se pudo concretar, por los proyectos inconclusos, por faltas reales o fantaseadas. Pero, también es común el padecer un sentimiento de ira hacia el muerto, obviamente que basado en relaciones inconscientes, pues se siente que su muerte, es algo así como un abandono. Al apedrear, simbólicamente, la tumba, se están descargando esos sentimientos nocivos, que de permanecer en el sistema del sobreviviente, en lugar de ser provechoso, es perjudicial. Aceptar la partida de la persona querida, la imposibilidad de resolver materialmente todos los aspectos inconclusos, es la mejor forma de dejar descansar en paz al difunto, y vivir en paz, creciendo, nosotros en Este Mundo.

 

Yehuda Ribco

Tammuz 5759 / Junio 1999


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