Aprender a vivir

Hay un hecho cierto, ahora estás vivo.
No sabemos dentro de un instante, pero confirmadísimo que en este momento gozas de este regalo divino que es la vida.
Llegar hasta este punto probablemente no fue sencillo, pues… ¿quién no ha pasado por altibajos de toda clase y especie?
Tal vez incluso ahora estés padeciendo de algún dolor o sufrimiento, quizás te encuentras en un pozo al que no le encuentras salida; pero puede ser que estés en un período de deleite, que realmente disfrutas del bienestar que te ha tocado.
Como sea, todo cambia porque esa es la esencia de la existencia en este mundo, el cambio.

Si te pones a revisar hacia atrás, en las enseñanzas que has recibido, probablemente te encuentres que no te instruyeron a cómo vivir.
Te enseñaron a decir “mamá”, “caca”, “abuela”, “agua”… después matemáticas, ciencias físicas, ejercicios físicos, a pintar y algún que otro idioma; pero… ¿a vivir?
Hasta donde recuerde, nadie se dedica a impartir clases de vida,
ni veo que haya mucho alumno pendiente de aprenderlo.

Tal como para casarse o para trabajar de madre/padre,
se deja que “la naturaleza” siga su curso
y que cada uno se las arregle como mejor pueda.
¿No es así?

Entonces, a los tumbos vamos adquiriendo experiencia,
que no siempre es válida como instrucción ni edifica,
ni sirve para perfeccionarnos y sacar a relucir la mejor versión de uno mismo.

Ni tan siquiera es una asignatura escolar el aprender acerca de las emociones y cómo ser diestro en sobrevivir a ellas…
¿Es así también en tu país?

Vamos aprendiendo a los golpes,
vemos lo que le pasa a los demás,
nos tiran algunas pistas.
Por ahí hasta los libros de autoayuda, o sitios web dedicados a ello, nos sirven de algo más que confundirnos y trastornarnos.
Hasta podría ser que alguno de esos gurúes (de la ideología que sea, de cualquier etnia) que surgen de la nada y son adorados como iluminados,
tengan alguna buena moralina para compartir… ¿quién sabe?

También están algunos de los maestros de Torá,
que toman el Mensaje de Vidas, desde la Fuente al consumidor,
y con ello tratan de encaminar a sus discípulos o al ocasional espectador o transeúnte.
No siempre con mucho éxito.

Entonces, vamos caminando hacia la muerte
sin siquiera aprovechar el paseo que resulta ser la vida.
Nos apuramos para llegar a ninguna parte,
mientras desperdiciamos el fabuloso regalo que la Eternidad nos está brindando generosamente.

Como muertos, pero con el corazón latiendo y el cerebro a veces marchando,
pero como muertos.
Insensibles, dopados, atrapados, esclavizados,
más pendientes de fantasías y de vidas de ultratumbas,
o de gozar lo que no es permitido ni hace bien,
en lugar de dedicarnos a elaborar una vida con sentido, disfrutable, espectacular,
que aproveche todo lo aprovechable de este lado de la línea final,
y de esa manera también sembrar lo que será cosechado al traspasar esa línea.

Porque, cada disfrute permitido en este mundo,
es un recuerdo imborrable de placer en la eternidad.
Porque cada momento de sentido,
es invaluable en el tiempo sin reloj y lugar sin espacio.

Así vamos a los trompicones, salpicándonos de anécdotas,
sin siquiera saber vivir lo que estamos viviendo.
Ni tampoco preparando, sin especial interés, la muerte.
Porque, cuando llegues al final de tus días terrenales,
de nada valdrá que grites o implores: “¡Que me devuelvan la ilusión!”.
El partido ya fue jugado y el resultado es el que es,
te guste o no.

Entonces, preparar la muerte es básicamente,
vivir la vida.
Pero, el que se enfoca en la muerte en lugar de en la vida,
seguramente pierde la segunda y no cosechará mucho en la primera.
¿Entiendes?

Es este fugaz lapso, este espacio limitadito,
el que decide muchísimo luego.
Por tanto, aprender a jugar en este mundo,
es aprender a trascender las limitaciones.

Entonces, amplía tu aquí y ahora hasta el máximo de lo permitido y posible.
Disfruta de todo lo que puedas y sea apto para ti.
Valora cada instante, atesora las experiencias,
comparte con el prójimo.
No dejes de construir SHALOM en pensamiento, palabra y acción, conjugando con calidad la bondad con la justicia.
Aprende y toma conciencia de tu conexión con TODO, a través de ser parte de esa IEJIDÁ (conciencia universal).
Comunícate con el Padre y sé leal.
Estudia para revelar la faceta espiritual en cada cosa e instancia.
No te dejes atrapar por la religión, ni cualquier otra superstición.
Apégate, pero sabiendo que tarde o temprano solamente quedarán los recuerdos en esa eternidad, por tanto que tu apego sea sano, disfrutable, de liberación.
Agradece, reconoce, paga.
Trata de que tu presencia haga la diferencia positiva y que tu ausencia se rememore con afecto constructivo.
No trabajes para la muerte, sino que vive plenamente cada minuto.
Pide perdón y perdona a quién se arrepiente sinceramente.
Quita el piloto automático cuando es innecesario, entonces dedicarás más esfuerzo y energía a las cosas, pero estarás más presente también.
Deja las reacciones para los momentos de urgencia extrema, pero ejercítate para responder y elaborar alternativas vitales.
Supera con buen ánimo las caídas, porque sin ellas no hay crecimiento.
Encuentra un maestro y enséñale.
Encuentra un alumno y aprende de él.

Que toda tu vida sea una enseñanza para la vida, porque tropezando y sin saber realmente,
estarás adquiriendo la maestría.

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