Cuando tienes hambre

Tienes hambre.
Puedes actuar como un animal famélico y comer aquello que se te presenta por delante. Solamente tu instinto te escuda de ingerir alimentos corrompidos o perjudiciales. Estás sometido al imperio de tus sensaciones corporales, sin más. Por supuesto que la comida servirá para nutrir tu organismo, en tanto lo que comas sea apto para ti.

También puedes comportarte como un niño pequeño, que será selectivo a la hora de escoger sus viandas. Por supuesto que se centrará en aquello que le agrada, que le atrae, que es vistoso o meramente sabroso. Lo que quiere come y supone que habiendo satisfecho su deseo y habiendo calmado la punzada del hambre, ya ha alimentado su organismo.
En ocasiones se deja de lado el deseo por determinada comida para acatar el mandato de alguien que es temido o amado, por miedo a la reacción de esa persona o para conquistar mimos y caricias.
También como el niño pequeño que detesta la sopa, pero por miedo a su madre o para complacerla, termina por comerla.

Quizás te dejes llevar por lo que la sociedad impone como alimento de moda. O te informas con tus amistades o con conocidos acerca de lo que está valorado como lo mejor. Por supuesto que tienes un reclamo corporal por alimento, de seguro que te percatas de que tienes un deseo por ciertos alimentos, pero te dejas seducir por la opinión de tu grupo, los sigues con pasiva sumisión, de manera tal de ser uno con la masa. Lo que comes tal vez sea pura chatarra, o tal vez tenga un gran valor nutritivo, pero tú no tomas en cuenta esto, sino que te mueves al son de la marcha que toca la orquesta… de la que tú también eres ejecutante.

Podría ser que a la hora de percibir el quejido del hambre, dejes de lado tus deseos, no te inmutes por los deseos de alguien importante para ti, no tomes en consideración principal los dictados de la sociedad; sino que evalúas racionalmente los factores que intervienen a la hora de saciar tu apetito. Así te informarás acerca de cálculos de calorías, valores nutricionales, costos y recetas así como cualquier otro factor que te sirva para tomar una decisión pensada. Probablemente no comas a menudo chocolate, milanesas con papas fritas sea algo «pecaminoso» en tu mundo, y seguramente habrá poquita carne. Doy por descontado que no comes fuera de hora, y si alguna vez te das un atracón o contrabandeas una golosina en tu dieta, luego te sientes apenado, con culpa. Es que decides a partir de lo que piensas, de lo que evalúas mentalmente a partir de tu capacidad intelectual y de los datos que has recabado.
O tal vez seas de aquellos que tienen hambre y no corres a saciarlo con lo primero que encuentras. Ni eres esclavo de tus deseos, y por tu ceguera comes cualquier cosa que te plazca, en el momento que sea. Ni aceptas cual ovejita aquello que la sociedad impone como comida «oficial». Ni tampoco caes en la trampa de suponer que solamente tu intelecto te dará la única respuesta aceptable, ni todas las opciones pertinentes.
Porque, tal vez eres de esos que aprecian su plano espiritual, y por tanto estudian Torá para aplicar con diligencia e integridad sus mandamientos.
Entonces, harás lo que es tu deber.
Dentro de lo que está en tu marco de posibilidades (físicas y espirituales), sacias tu hambre en tanto buscas nutrirte y cuidarte.
Rechazas aquello que está fuera de tus límites, tales como alimentos no kasher.
Bendices antes de comer, y luego de haber comido, pues sabes que la comida es algo más que una manera de llenar de combustible el organismo, y que hay una faceta espiritual a considerar cuando se come.

Hasta aquí las cinco modalidades en las que se puede probar nutrir la vida.
¿Cuál de ellas es la que habitualmente empleas?

Si sabes la respuesta a la pregunta anterior, debes ser sincero para encontrar qué tan alejado estás de nutrir con equilibrio y sanamente tu vida en todos sus planos.

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