El poder del mensaje

«דִּבְרֵ֥י פִֽי־חָכָ֖ם חֵ֑ן וְשִׂפְת֥וֹת כְּסִ֖יל תְּבַלְּעֶֽנּוּ:
Las palabras de la boca del sabio son agradables, pero los labios del necio causan su propia ruina.»
(Kohelet/Predicador 10:12)

Estamos comunicando todo el tiempo, no solamente con palabras y hablando/escribiendo.

Nuestra postura corporal, los gestos, los silencios, los objetos que manipulamos, nuestra vestimenta o falta de ella, la manera de andar, en resumen, todo habla de nosotros, lo queramos o no.

Del otro lado del proceso comunicativo debe estar alguien que sepa y quiera recibir los mensajes, los pueda decodificar medianamente bien y reciba con ellos una impresión no solamente del contenido explícito del mensaje sino de nosotros, los que lo emitimos.

Estamos comunicando todo el tiempo y en diferentes niveles. Por supuesto que nuestro Sistema de Creencias ejerce notable presencia en ello.
Estamos interpretando todo el tiempo, a través de los filtros que nos pone el Sistema de Creencias (y otras instancias más).

Los mensajes del sabio son agradables, porque está en la esencia de la sabiduría poner en evidencia la belleza donde se la puede recrear, o el camino alternativo de superación cuando se lo precisa.

Pero, el tonto puede sentirse como palabras ofensivas o agresivas. Porque a algunas personas les mortifica confrontar la verdad, o les estresa que les contradigan, o se inquietan si hay otro que manifieste mayor poder que el que creen tener. Por el motivo que fuera, para el necio hasta el saludo amistoso puede revelarse como una conspiración satánica.

El problema no está en quien emite el mensaje, sino en quien arma su idea a partir de los elementos que captó del mismo.
Si lo que expresa el constructor de SHALOM no le agrada a alguien, probablemente encontremos el núcleo negativo en el receptor y no en el emisor del mensaje.

Por su parte, el necio arruina a su paso, también con lo que está comunicando.
Justo el efecto contrario que el sabio.

Pasa en ocasiones que actuamos como necios para con nosotros mismos, sin quererlo, sin darnos cuenta.
Por ejemplo, cuando decimos cosas negativas de nosotros, sin sentido y sin razón. Aunque pudieran ser cuestiones ciertas, no hay ninguna finalidad edificante ni tampoco aporta al bienestar.
Pero por alguna causa ahí están esas palabras negativas, que decimos de nosotros, que van haciendo su trabajo demoledor y poniéndonos en situaciones de sufrimiento.

Nuestra mente va adoctrinándose en esos mensajes negativos, los va asumiendo como la verdad, se habitúa a ellos haciendo que lo que era una fantasía negativa cobre vida y dañe.
Las semillitas malignas que fueron plantadas por una o dos palabritas fuera de lugar, con el cuidado necesario crecen hasta transformarse en selvas enormes llenas de peligros y oscuridades.

Por eso es indispensable cuidar nuestros mensajes, hacia otros y hacia nosotros.
No permitir que la mala palabra nos invada, ocupe terreno y nos esclavice.

Que tengamos pensamientos, palabras y acciones de bondad y justicia (o lo contrario) depende grandemente de nuestra decisión y los efectos son inesperados pero siempre mucho más amplios que la semillita que les dio origen.

Cultivemos jardines del Edén y no selvas de terror.
Seamos sabios y no actuemos como necios.

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