Entre el espíritu santo y el señor de este mundo

«También el rey de Egipto habló a las parteras de las hebreas, una de las cuales se llamaba Shifra [Sifra] y la otra Púa [Fúa], y les dijo: –Cuando asistáis a las mujeres hebreas a dar a luz y veáis en la silla de parto que es niño, matadlo; pero si es niña, dejadla vivir.
Pero las parteras reverenciaban a Elohim y no hicieron como el rey de Egipto les mandó, sino que dejaban con vida a los niños varones.»
(Shemot/Éxodo 1:15-17)

Hemos enseñado ya la diferencia fundamental entre moral y ética, al menos desde el punto de vista de la Tradición.
Moral es la manera de conducirse conforme a creencias, valores, normas y costumbres de determinada época y lugar, por tanto, un producto social. (Es el patrón de conducta del Yo Vivido cuando está en desconexión a su Yo Esencial).
Ética es el código de conducta que proviene directamente de la dimensión espiritual, sin intervención alguna del hombre en su elaboración. (Es el patrón de conducta del Yo Esencial y que debería formar al Yo Auténtico).

Por tanto, un ciudadano alemán, modoso y moral de la Alemania nazista, podía discriminar a satisfacción a cualquier judío, maltratarlo, negarle derechos básicos humanos y con todo ello no tener siquiera un mínimo de atisbo de sentimiento de culpa o remordimiento alguno, puesto que estaba actuando en congruencia con los mandatos sociales, es decir, absolutamente dentro de los parámetros morales. Tengamos bien en cuenta que no tenemos porque acusarlo de que se estaba mintiendo en solitario, ni estaba siendo un hipócrita, o considerar que él sabía que estaba haciendo mal con lo que había, porque sinceramente y genuinamente estaba actuando “bien”, desde la perspectiva de la moral al menos. Es decir, ¿porqué habría de picarle alguna cosa si nada de lo que hacía era prohibida o malvada?

Sin embargo, si no tenía silenciada su conciencia, si no había bloqueado por completo el pasaje de la LUZ que proviene de la NESHAMÁ, si no estaba narcotizado con las máscaras y cáscaras del Yo Vivido, si todavía estaba aunque sea en mínimo contacto con su esencia sagrada (NESHAMÁ), entonces seguramente que no actuaría conforme a las grotescas leyes y costumbres de su sociedad y se cuidaría muy bien de caer en esa oscuridad humana.
Con ello estaría en conflicto, internamente y externamente, y tal vez podría llegar a poner en riesgo su salud, economía, estabilidad social, e incluso la vida.
Imagínense en un régimen dictatorial sádico y malvado como el nazi, el estalinista, el de Hamás, el de los Ayatolas, entre otros, que alguien se alce en medio de la marejada de personas moralmente idóneas y reclame una vida con sentido ético… ¿cuánto duraría?

Y sin embargo, hay lámparas de eternidad que se encienden y brillan en las oscuridades.
Como las valientes parteras que citamos al comienzo de este estudio. Que podrían haber sido parteras hebreas o partes egipcias de las hebreas, los exégetas nos dan ambas opciones; como sea, quienes hayan sido, tuvieron la dignidad y poder de levantarse en contra del mandato moral asesino y sostener con firmeza y astucia el código ético.
Ellas reverenciaban a Elohim, sea quien haya sido en sus creencias, lo que importa es que esa reverencia por la Fuerza las llevó a su estatura ética en una época de degradación moral.

Algo parecido, quizás más intenso aun, con la hija del Faraón, a la que conocemos como Bitia (también llamada a veces Batia).
Atiende:

«Entonces la hija del faraón descendió al Nilo para bañarse. Y mientras sus doncellas se paseaban por la ribera del Nilo, ella vio la arquilla entre los juncos y envió a una sierva suya para que la tomase [o, estiró su brazo y lo tomó].  Cuando la abrió, vio al niño; y he aquí que el niño lloraba. Y teniendo compasión de él, dijo: –Éste es un niño de los hebreos.»
(Shemot/Éxodo 2:5-6)

Algunos maestros nos dicen que ella no estaba en el rio para bañarse de la mugre física, sino para descontaminarse de la podredumbre ética que inundaba su país y que en buena medida su padre era el culpable de la situación.
Una de las opciones nos dice que estaba en el Nilo para ver si encontraba niñitos judíos que fueron arrojados allí, y salvarlos.
Estaba en una tarea titánica, de rebeldía contra su padre y la moral de Egipto.
Negando a los dioses que motivaban tanta crueldad y afiliándose, sin saberlo supongo, al noajismo de manera activa y notable.
Era como uno de esos miles de “justos de las naciones”, quienes son elogiados por haber salvado judíos de la maquinaria asesina nazi.
Y allí, de pronto, su tarea ética se vio recompensada.
Pudo finalmente salvar a una criatura hebrea, una de las víctimas de la moral de su país.
Y lo educó para que sea un hombre de justicia, y que tuviera al menos algún contacto con su propia identidad nacional/espiritual, y le dio alas para que siguiera en su camino de rebeldía saludable, que se levanta contra la tiranía en nombre de la ética, es decir, de la espiritualidad.
Así pues, SU hijo, Moshé mamó de ambas madres la personalidad que lo marcaría para toda su vida.

La enseñanza fundamental para tu vida, para los asuntos prácticos y no meramente el conocimiento teórico es…

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