Fundamentar la autoestima en los hijos

Autoestima es la propia valoración.
Evaluarse y llegar a asignarse un valor.
Puede ser una autoestima correcta, lo que comúnmente llaman “alta o gran”.
O puede ser incorrecta, lo que llaman “poca o baja”.
Una persona con su autoestima distorsionada puede sentirse, imaginarse, presentarse, interactuar desde una posición de sumisión, de retracción, de debilidad; o por el contrario podría estar usando mecanismos seudo compensatorios y aparecer como fuerte, expansivo, dominante pero todo esto como máscaras que siguen sin representar su valor.

En la Tradición se denomina anav (humilde) a la persona con una adecuada autoestima.
Compréndase que en este contexto humildad no es sinónimo de pobreza, de no proponer sus ideas, de relegarse ante los demás. Muy por el contrario, el anav tiene conciencia de sus fuerzas y de sus limitaciones, reconoce su potencial y se esmera por desplegarlo. No pretende ser otro, ni lucha por obtener premios que no le corresponden. Está bien ubicado, sus pies firmes en tierra, su cabeza despejada del humo del EGO, sus planes asentados pero confiados en alcanzar aquello que sanamente imagina.

Por supuesto que no es fácil llegar a ser anav, aunque estamos llenos de vanidosos que pretenden humildad.
Recordemos que no tiene nada de malo el elogio, el aplauso, el disfrutar del propio poder saludable y lícito; y que por el contrario, negarse en sus poderes suele ser signo de estar esclavizado al EGO, sometido a oscuras cadenas del Sistema de Creencias.

Por lo general la persona con la autoestima distorsionada tiende a llevar relaciones también distorsionadas, donde se ponen en juego diferentes juegos, manipulaciones, conflictos que podrían ser evitados desde una autoestima bien posicionada.

Es fundamental trabajar con la autoestima para que podamos llevar una vida mucho más armoniosa, alegre, completa.
La autoestima nunca viene de fuera, no se consigue con la aprobación de otros, ni el aplauso ajeno. Sino que es uno mismo que debe aprender a valorarse, a quererse, a respetarse, a aplaudir sus logros con responsabilidad, y también a considerar sus fracasos desde la misericordia y el compromiso.

Esta tarea comienza enseñando a los hijos a que se valoren, se respeten, se traten con cariño y cuidado a sí mismos.
Por lo tanto, como padres debemos asegurarnos que le estamos dando a nuestros hijos pequeños aceptación. Que se sientan queridos y respetados, que se les trate con dignidad y aprecio. Que se les ponga límites saludables y que los padres se encarguen de sostenerlos con amable firmeza, porque los límites claros son más que necesarios, los niños los precisan para determinar su propia identidad y coordinarse con el mundo que les rodea. Cuando los padres con amor estricto hacen respetar los sanos límites, están haciendo un impresionante favor al bienestar actual y futuro de sus hijos y de las personas que les rodeen. Aunque el niño haga berrinches y sienta que el padre es cruel por no permitirle quebrar los límites, en verdad es el sostén de los mismos el mejor favor que el padre puede hacer por su crío en todo momento, y en especial en el de la pataleta.

Los niños quieren límites, aunque suelen hacer movimientos de rebeldía.
Eso es muy bueno, porque son intentos para probar la fortaleza de los límites. También porque con esa confrontación se están estructurando a sí mismos, aprendiendo hasta donde pueden llegar. También están midiendo las fuerzas con sus mayores, para ver que tan seguros y confiables son. Y también son pequeños pasos para ir logrando su autonomía, que es hacia la que tienen que tender los esfuerzos de los padres. Que el niño de a poco vaya dejando de depender de los padres para todo, y pasito a paso vayan adquiriendo herramientas, conceptos, fortalezas emocionales que les permitan ser los artífices de su personalidad.

Con todo esto, colaboramos grandemente en formar hijos con una estupenda autoestima.

Es normal que los hijos se sientan inseguros, por esto es importante que les vayamos asegurando, permitiendo aprender qué tan poderosos son. Que aprendan que todos nos equivocamos y no es esto excusa para lanzar todo por la borda y seguir haciendo cosas incorrectas. Por el contrario, el anav se arrepiente, pide perdón, se levanta si cae, llora si le duele y no hace muecas como si fuera un Superman. Cuando tropieza se levanta y sigue adelante dentro de lo que puede.

Con todo esto, enseñamos autoestima.

Si el hijo se equivoca, corregirlo por supuesto y no hacer ni del error ni del correctivo un drama. Más bien, es oportunidad para adquirir enormes enseñanzas, muy provechosas en desarrollar una personalidad integrada y saludable.
Los defectos, los obstáculos, las dificultades son parte de la vida, que también deben ser integrados para lograr una mayor capacidad de disfrute y realización.

Con todo esto, pedirle que nos ayude, en cosas que sepamos que puede hacer e incluso alguna que sea un poquito por demás difícil o compleja de que haga.
Que se sepa apreciado en su trabajo, que sepa que está contribuyendo con el bienestar propio y de otros.
Que no se sienta inútil, parasitario, molesto, dependiente. Sino que, con sus capacidades y potencialidades, dando de sí para recibir. Que no sea solamente un receptor, porque quien solo recibe termina enojado, humillado, avergonzado, en estado patético. Quien solo da, se desgasta. Pero quien recibe para dar, estará construyendo un mundo más poderoso en su interior y con su entorno.

En esto también entra a pesar que el niño haga actividades, que no solamente sea un apéndice del padre o del cuidador. Que no sea un pasivo mirador de videos o torpe tocador de pantallitas. Que salga, que pasee, que explore, que haga deportes, que investigue, que haga actividades que impliquen creatividad. Que vaya saliendo del útero y desprendiéndose del cordón que lo ata con sus padres. Porque de esta forma se unirá con amor y respeto con los demás, y no desde la desesperación, la necesidad, el miedo, la manipulación.
Si llegarán a comprender los padres el daño terrible que hacen a sus hijos cuando no les habilitan salir de la cajita en la que los pusieron…
Si entendieran los padres que darles todo a cambio de nada, es ahogarlos en la depresión…

A cada rato usar la Comunicación Auténtica.
Por tanto atenderles sin que ellos tengan que recurrir a acciones alocadas, ni a la violencia, ni a enfermarse o cualquier otra cosa negativa para que les demos atención. Cuando lo que dicen o hacen no es correcto, por supuesto que marcar el límite y sostenerlo, pero no desde el “porque yo lo digo”, sino con argumentos que sean comprensibles de acuerdo a la evolución mental/emocional del hijo.
En esto también entra a jugar enseñarles a reconocer sus emociones y sentimientos, clasificarlos, concienciarlos. Por lo general ni hablamos de emociones, ni tampoco enseñamos a identificarlas y a trabajar saludablemente con ellas. Es habitual callarlas, prohibirlas, negarlas, disfrazarlas, distorsionarlas, condenarlas; a no ser que sean sincrónicas con el Sistema de Creencias del padre. Pero no queremos enfermar a nuestros hijos ni dejarlos envueltos en la telaraña del EGO. Por tanto, aunque nos cueste o no sepamos, aprendamos y hagamos el esfuerzo; por nuestro bienestar y el de los hijos.
Que sepan expresar sus sufrimientos, que se duelan con el dolor, que lloren con lo trágico, que expresen sus ideas angustiantes; pero que NO se queden en ello. Que sea solo el momento del drama y no el ancla del trauma.
Para lo cual, obviamente que es fundamental la aceptación y compromiso de parte de ti, su mayor.
Pero está también tu ejemplo personal, porque tú también deberías poder expresar tus emociones, asumir tus penurias con conciencia y altura, comunicarte auténticamente, dialogar, negociar, convivir con la mente y el corazón en armonía.

También que el hijo vea que a menudo dialogamos con el Creador y tenemos una vida espiritual rica y sazonada, que no se limita a limitados rituales o a repetir lemas religiosos o a llevar una vida desconectada del mundo. Sino que expresamos nuestra identidad espiritual por medio de nuestros pensamientos, palabras y acciones. Que estamos abocados a la construcción de SHALOM, con conductas de bondad y justicia.

Con todo esto, valoramos sus acciones, tanto si son correctas o no.
Porque de aprender a dar correcto valor se trata.
Si el valor es negativo o escaso, asumirlo y trabajar por mejorarlo.
Si el valor es superior, apreciarlo, regocijarse, usarlo para el bien.
Todo enseña, lo bueno y lo malo; pero que sea todo dedicado a construir SHALOM.

Cuando enseñamos a tener los pies sobre la tierra, firmemente plantados; también enseñamos a poner la mente en proyectos creativos, a potenciar la imaginación. Con ambos ingredientes, la solidez terrena y la volatilidad imaginativa, alcanzar el desarrollo de nuestro poderes.
Sin caer en bajones, ni drogarnos con las esperanzas banales. Sin llenarnos de falsas expectativas, pero tampoco ahogarnos en la desesperación y la falta de ingenio para generar alternativas.

Ni deberíamos decirlo porque es obvio, pero no está de más recordarlo, que no es bueno ni útil humillar, agobiar, manipular, mentir, castigar (innecesariamente), dejar sin apoyo, permitir que rompan los límites. Tampoco compararlo o dejarlo en evidencia cuando se equivoca.
Ni comprarlo tampoco. Ni darle todo lo que quiere, ni permitirle hacer lo que se le ocurra, ni decir cualquier disparate.
¡Límites! ¡Límites!

Porque, aunque quizás ya te diste cuenta, la autoestima significa aprender los propios límites, apreciarlos, mantenerlos y dado el caso expandirlos dentro de lo que es bueno y justo.

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