Perdonar a Dios en Iom Kipur

El patriarca Iaacov se quedó a solas una noche, entonces un ángel lo confrontó y estuvieron luchando hasta el amanecer.
De esa batalla surgió una nueva versión del patriarca, más aguerrida, más confiada y confiable, e incluso adquirió un nuevo y eterno nombre: Israel.
Nombre que le adjudicó el ángel, explicándole que significa: luchaste contra ángeles y contra hombres, y has logrado prevalecer, a pesar de estar en desventaja.
De la pelea quedaron también heridas físicas, pues Israel tuvo desde entonces problemas para caminar, lo cual no le impidió continuar avanzando y creciendo como persona y comunidad.

Acerca de heridas que nos marcan e igualmente triunfar nos enseñan Iom Kipur.

Iom Kipur es conocido como el día del perdón.
Se nos ha dicho en infinidad de ocasiones que tenemos la oportunidad para arrepentirnos, para mejorar, para pedir perdón, para perdonar.
Está dicho en nuestra tradición milenaria que Dios está ejerciendo su rol de juez en estos días, sometiéndonos a su sentencia para el año que ha comenzado.
Sin embargo, raras veces escuchamos de aquello que nosotros tenemos para reclamarle a Dios.
Por ejemplo, aquella persona que se siente dolida porque considera que Dios no la ha protegido mientras era niña, o en realidad, en cualquier momento de la vida.
Cuando contemplamos sucesos que nos arrebataron la salud, la vida de seres queridos, la integridad material, la paz, el respeto por nuestra persona, en fin, todas esas tragedias colectivas y personales que nos aquejan desde incluso antes de nacer.
Podemos, probablemente, hacer una lista de los dramas que, sin haber hecho nada para merecerlos, nos han envuelto y agobiado.
Tal vez, lo siguen haciendo. Dramas reales, tragedias que suceden y no solamente sentirnos víctimas y hacernos los ofendidos.
Es entonces cuando, con todo derecho, podemos mirar al cielo y preguntar: ¿por qué a mí?
Y, ya que del día del perdón se trata: ¿cómo puedo perdonar a Dios por eso?
Sí, nosotros perdonar a Dios, si es que eso fuera posible.

Aquellos que han padecido angustias, en particular si ocurrieron cuando eran pequeños y sin experiencia, tal vez llevan soportando sobre sus hombros pesadas cargas, ¿cómo hacer para perdonar a Dios?

Suele ocurrir que algún evento traumático que no hemos podido procesar correctamente, funciona como un ancla y no nos habilita para que emprendamos el viaje del crecimiento.
Las aflicciones funcionan entonces como una trampa para aquel que no se ha librado de ellas. Nos atrapan y no conducen a obtener beneficios, y al mismo tiempo nos imponen restricciones y otras calamidades.
Por tanto, el aflojar esas cadenas y perdonar es un acto terapéutico, de sanación, más que un deber moral o algún ritual religioso.

Ante todo, es necesario aceptar que el hecho doloroso nos ha impactado y tenemos derecho a nuestro sufrimiento.
No hay necesidad de esconder el dolor, ni de camuflarlo, o negarlo.
Aquello que nos duele, nos duele.
No debemos agregar culpas o vergüenzas a lo que ya padecimos

Como segundo punto, es importante poder permitirse hacer el duelo, en el momento que sea. Porque, tal vez no lo hicimos cuando ocurrió el evento, o poco tiempo después; por ello, cuando tengamos la oportunidad, hagamos el trabajo de duelo y experimentar realmente todos los procesos del duelo, porque son altamente reparadores.
Quizás han oído que se hicieron estudios acerca del duelo, el más famoso es el de Kübler-Ross y se han identificado cinco etapas para el mismo, sea en caso de muerte de un familiar, o cualquier otro acontecimiento que nos afecta y perturba poniéndonos en situación de pérdida e indefensión.
Así pues, transitemos esas etapas: la negación, la ira, la negociación, la depresión y la aceptación.
Por tanto, démonos permiso para sufrir, para rebelarnos ante lo que sentimos como injusticia, negociemos para encontrar una nueva estabilidad luego del impacto sufrido.

Hay que darse el permiso para llorar, si nuestro cuerpo siente que eso es lo que precisa. No importa el tiempo pasado desde el evento traumático, ni los parches que hemos ido poniendo, lo que afecta positivamente es transitar el camino de la reconciliación y el perdón.

Puede ser que nos sirva tener apoyo de alguien, podría ser un amigo, una figura protectora, o lisa y llanamente un profesional de la salud emocional.
Sepamos que no es debilidad reconocer que se precisa ayuda, buscarla y obtenerla.
Hay expertos que se dedican a estudiar y trabajar para acompañar a las personas en sus procesos de crecimiento, para lo cual es necesario levantar las anclas de los recuerdos que nos marcan y no nos permiten avanzar.

Este mismo trabajo lo podemos hacer con respecto a nuestra relación con Dios.
Se nos ha dicho que Dios nos ama y confía en nosotros, que Él quiere lo mejor para nosotros, y que debemos confiar en Él.
Sin embargo, las cosas malas pasan también a los que son buenos.
Tal como si Dios fuera injusto, o impotente, o incompetente, o hasta malvado.
Así nos nacen preguntas tales como: ¿por qué permitiste que esto sucediera? ¿Por qué te llevaste a mi padre tan joven? ¿Por qué ha sufrido mi hermano? Y todas las otras preguntas que nos surgen ante la impotencia y el sentido de injusticia. Visualicemos nuestra existencia, tal vez encontremos esas amarguras que endilgamos al cielo y que no hemos podido perdonar, ni resolver. Quizás retumban en nuestra mente y corazón las dagas de dudas y resquemores contra el Creador.

Con todas las interrogantes y emociones, es muy valioso que nos brote la compasión por nuestro sufrimiento y que nos permitamos hacernos una pregunta muy profunda: ¿cómo puedo salir de esto más bendecido? ¿Cómo puedo salir de esto con más claridad? ¿Qué puedo ganar, dentro de la pérdida, en lugar de continuar padeciendo?

Solamente desde el abismo del sufrimiento más genuino, podemos alumbrar con compasión sincera y aprovechar la amargura para crear dulzura y salud.

Permanecer presente sin huir, sin tratar de evitar, sin tratar de minimizar, sin tratar de ser cínico, sin adormecer nuestra conciencia.
Sino, estar presente, ser consciente, admitir y comenzar a valorar las cosas desde una perspectiva diferente.

Salir del papel de víctima, real o imaginaria, para poder preguntar: ¿Qué puedo aprender de esto? ¿Cómo puedo crecer a partir de esto?

Cuando la vida te ataca, y te hieren, no te escapes, sino que lucha con las herramientas que tienes a tu alcance para obtener bendición.
Mira de frente a tu adversario, encuentra sus puntos débiles y trabaja para que el encuentro resulte en bendición, aunque haya amarguras de por medio.

Llegados a este punto, es necesario admitir que no hubo, ni hay, persona que sepa realmente por qué y cómo funcionan los planes de Dios.
Nos queda aceptar el hecho de que nuestra limitada mente humana no puede comprender al creador ni Sus decisiones.
Probablemente, querríamos cosas que Él no considera que son las buenas para nosotros. Como las cosas que nos amargan y nos hacen sentir endebles, frágiles, víctimas de injusticias.

Entonces, finalmente: ¿cómo hacemos para perdonar a Dios?

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