El rezo “cabalístico”

Presta atención al siguiente texto, quizás lo conoces, quizás alguna vez lo leíste, quizás creíste comprenderlo:

"En aquellos días Jizkiá [Ezequías] cayó enfermo de muerte. Entonces el profeta Isaías hijo de Amoz fue a él y le dijo: -Así ha dicho el Eterno: ‘Pon en orden tu casa, porque vas a morir y no vivirás.’
Entonces él volvió su cara hacia la pared y oró al Eterno diciendo:
-Oh Eterno, acuérdate, por favor, de que he andado delante de Ti en verdad y con corazón íntegro, y que he hecho lo bueno ante Tus ojos. Jizkiá [Ezequías] lloró con gran llanto.
Y sucedió que antes que Isaías saliese del patio central, le vino la palabra del Eterno, diciendo:
’-Vuelve y di a Jizkiá [Ezequías], el soberano de Mi pueblo: ‘Así ha dicho el Eterno, Elokim de tu padre David: ‘He oído tu oración y he visto tus lágrimas. He aquí, te voy a sanar; al tercer día subirás a la casa del Eterno…’"

(2 Melajim / II Reyes 20:1-5)

Como siempre, hay tanto para aprender… concentrémonos en una breve enseñanza, pequeña pero te aseguro que profunda y llena de eternidad y bendición.

Algo había hecho el gran rey Ezequías, o había dejado de hacer, al punto que era merecedor a una muerta prematura, pues solo tenía 39 años de edad.
Para empeorar aún más, se le estaba anunciando que tampoco tendría porción de dicha en el mundo de la posteridad, puesto que “moriría Y no viviría “, lo que es explicado por nuestros Sabios como una clara identificación a la terminación de sus días en este mundo y también una desconexión en el más allá.

Es terrible, para cualquiera, pero mucho más si consideramos que de este rey fue dicho con inspiración divina que:

"Él hizo lo recto ante los ojos del Eterno, conforme a todas las cosas que había hecho su padre David.
Quitó los lugares altos, rompió las piedras rituales, cortó los árboles rituales de Asera e hizo pedazos la serpiente de bronce que había hecho Moshé [Moisés], porque hasta aquel entonces los Hijos de Israel le quemaban incienso. Y la llamó Nejustán.
Jizkiá [Ezequías] puso su esperanza en el Eterno Elokim de Israel. Ni antes ni después de él hubo otro como él entre todos los reyes de Yehudá [Judá], porque fue fiel al Eterno y no se apartó de Él, sino que guardó los mandamientos que el Eterno había mandado a Moshé [Moisés].
El Eterno estaba con él, y tuvo éxito en todas las cosas que emprendió. Se rebeló contra el rey de Asiria y dejó de servirle.
Derrotó a los filisteos hasta Gaza y sus territorios, desde las torres de los centinelas hasta la ciudad fortificada…"
(2 Melajim / II Reyes 18:3-8)

Tenemos a un hombre íntegro, bueno, justo, cumplidor de los preceptos, luchador de las guerras de Dios, celoso para defender la verdad, un héroe en el bando de los nobles.
Es lo que el propio Dios atestigua, entonces… ¿cómo entender que no tuviera parte en el mundo venidero?

Un hombre que era tan “perfecto”, que había llegado a realizar cosas para honrar a Dios y Su Torá y Sus preceptos, al punto que ninguno otro se había atrevido antes, que vivía para el servicio de Dios… ¿cómo entender que moriría joven y sin futuro en el paraíso?

Un rey majestuoso, que tenía a Dios como aliado y era exitoso… ¿qué había hecho, o dejado de hacer, como para que de repente se le anunciara tan amargo final?

Da como para pensar, ¿no te parece?
¿Será que el cumplimiento de los mandamientos de todo corazón y con todas las energías en realidad no son un salvoconducto para obtener el éxito y la eternidad?
¿Acaso es una demostración de que cuando cumplimos con nuestra parte, lo que Dios nos ha ordenado, NO estamos negociando con Dios algún arreglito para acomodarnos, sino que solamente estamos haciendo nuestra labor como siervos, que no deben estar pendientes de la retribución, sino solamente de servir al Amo?
¿No es posible que esto demuestra a las claras que no compramos el paraíso con nuestra fe, pero tampoco con nuestras acciones, sino que es necesario un plus, un algo “extra”, que está esbozado en la primer cita que te trajimos a estudio hoy?

Contempla con cuidado las palabras y acciones en el primer pasaje.
El rey ora y le recuerda a Dios lo bueno que él, Ezequías, ha sido; trae a la memoria de Dios cómo él, Ezequías, ha dedicado su vida al servicio de Dios.
El rey eleva su sentida plegaria para que Dios tome conciencia de sus obras, de su grandeza, de su entereza, de su humilde actuar.
Es lo que dice el párrafo que leímos, ¿no es así?

Entonces, ¿no encuentras nada extraño en esto?
Dime, ¿te parece que Dios anda precisando un ayuda memorias?
¿Ya está viejito y medio olvidadizo que la persona tiene que hacer un repaso de sus propias acciones meritorias para que Dios no deje pasar el dato y entonces se comporte de manera justa?
¿Es que Dios está desmemoriado, o es un ingrato e injusto, que tenemos la necesidad de pasarle las cuentas en limpio para que nos pague como creemos que nos merecemos?
¿Es eso lo que está haciendo Ezequías y lo que nos quiere enseñar el Santo Libro?

Porque si es esto, pues… ¡qué pobre imagen de nuestro Dios nos está dando!

¿No será más bien que es este recordatorio “para Dios” de parte de Ezequías es solamente un vehículo para que Ezequías haga algo que no había logrado hacer hasta entonces como debía?
Atendamos nuevamente al texto, ¿qué más nos está diciendo?
Leamos una línea antes… “Ezequías volvió su rostro a la pared y oró al Eterno”… bien, aquí tenemos un punto sumamente jugoso que se complementa con “y Ezequías lloró con gran llanto”.

Volvió su rostro, para no estar atento al mundo externo, para dejar de prestar atención a las banalidades, para no ser esclavo de su EGO a través de las múltiples máscaras que éste usa.
Dejó de lado por un momento lo que el creía de sí mismo, dejó de ver la opulencia de su palacio, sus ricas ropas, sus títulos, a los serviles que le eran genuflexos, a los logros académicos y militares, dejó por un rato de concentrarse en lo grandioso que era en este mundo de apariencias para conectarse con esa vocecita interna, con su Yo Esencial, con su espíritu puro.
Por una vez en la vida, ante el hecho de que se le terminaba y no había luego nada más, por una vez en la vida se buscó a sí mismo, y al hacerlo encontró en verdad a Dios.
Por supuesto que él era fiel al Eterno, sin dudas que lo era. Él era un experto en Torá, un gran estudioso y maestro, un promotor de que la Torá se extendiera y fuera valorada.
Es claro que dedicaba su vida al cumplimiento de los mandamientos, con amor y dedicación sinceros.
Sin embargo, aún no había despertado su Yo Esencial, seguía apabullado detrás de las cáscaras y máscaras del EGO.
Sí, aunque parezca imposible, así era.
Un hombre íntegro, bueno, justo, leal a Dios, atento al servicio divino, dispuesto al riesgo para eliminar la idolatría y la perversión, pero que sin embargo aún no era libre por completo de su EGO, puesto que éste seguía entorpeciendo que estuviera en armonía multidimensional, el EGO todavía le impedía que fuera su Yo Esencial quien dictará las pautas de su vida.
Parece mentira… pero es lo que está en claro en el texto sagrado.
Y Ezequías, con su inmensa grandeza, hizo lo que la mayoría no estamos dispuestos a hacer: eludir al EGO para llegar a la propia esencia, y desde allí fundirse en abrazo poderoso con Dios.
Este encuentro consigo mismo, y con Dios, fue de un impacto tal que le hizo largar el llanto, el gran llanto.
El que no es producto de la impotencia o la sensiblería torpe, sino el llanto de la liberación, del romper un viejo bloqueo para salir a la libertad.
Fue un instante “milagroso”, como nunca había experimentado el rey.
Fue como un nuevo nacimiento, puesto que por primera vez Ezequías encontró a Ezequías, al verdadero, al despojado de caretas, al que está ligado a la eternidad.

Sí amigo mío, Ezequías iba a morir y no iba a disfrutar de la vida postrera como se “merecía”, en buena medida (aunque no solamente) porque todo lo que había conseguido era bueno, pero teñido aún por el EGO.
Su entrega y dedicación a Dios aún tenían oscuras salpicaduras del EGO y fue necesario esta ocasión para que Ezequías alcanzará un nivel de plenitud impresionante.

Su cuerpo (que sin dudas estaba enfermo) sanó, en gran medida porque su nexo espiritual se rectificó.
Fue preciso que Ezequías orara como nunca antes, llorara como nunca antes, se librara de su EGO para que ascendiera finalmente a un estado espiritual que podemos denominar “Casa del Eterno”.
Alzarse hasta la “Casa del Eterno”, al "Santuario del Señor”, tal como anheló Jonás el profeta en su propio encuentro consigo mismo, dentro del gran pez, quien también padeció el sofocó de una muerte prematura, de una posteridad trunca, hasta que logró desplomar las murallas del EGO y armonizar su ser interior con el exterior (Ioná/Jonás cap. 3).

Ojo, ten cuidado, mira que las enfermedades no siempre son causadas por el EGO, aunque no lo podemos descartar.
Si te sientes enfermo es bueno que reflexiones, te encuentres, medites, reces, pero NO DEJES DE ACUDIR AL MÉDICO al EXPERTO.
Por ejemplo, si te sientes triste, con ideas de muerte, casi no comes o te engullas todo lo dulce que encuentras, si duermes poco y/o mal, pide cita con el psiquiatra, sigue su tratamiento médico como si la palabra de Dios fuera, porque es necesario hacer así para tener bajo control una probable depresión, o algún otro trastorno biológico-funcional.
Te sientes mal, estás débil, la materia fecal no es normal, te duele al orinar, te persiste algún dolor, tienes mareos habituales, etc.: consulta al médico, no busques brujos, pastores, rabinos, cabalisteros, charlatanes o santos. Busca al médico, y por supuesto, encuentra tu nexo sagrado con Dios, evapora al EGO, fortalece tus otras dimensiones, pero no descuides de hacer lo que tienes que hacer para estabilizar o mejorar el plano físico.
No te pienses que rezos complejos son la solución a los problemas y enfermedades en tu vida.
No culpes al EGO de todo, ni quieras solucionar todo rectificando el mando que el EGO tiene sobre ti.
Es muy importante que lo tengas en cuenta.

No te confundas con el asunto de la plegaria u oración que se te está señalando en este texto.
No estamos haciendo referencia a una mímica repetitiva, ni a aullidos en una comunidad de clamorosos, ni a una murmuración de párrafos prescritos que te corresponden o estás usurpando, ni a paladear salmos como si fueran embrujos mágicos, ni a negociar con Dios, ni siquiera a pedirle con honestidad y legalmente a Dios.
Nos estamos refiriendo a un viaje hacia el interior de ti mismo, allí en donde te encuentras tú, esa luz pura conectada a Dios, ese ser de luz que no se mancha a causa de ninguna acción o pensamiento.
Es un viaje de auto-conocimiento, de desvestirse de máscaras, de sortear los obstáculos de las cáscaras emocionales y mentales; es una travesía que solo unos pocos se atreven a hacer y alcanzan a lograr.
Es hallar a Dios cuando te hallas a ti mismo.
Es silencio.
Es soledad.
Es despojarse de pretensiones y deseos.
Es olvidarse de problemas y esperanzas.
Es surfear hacia donde lleva la ola que va a tu Yo Esencial.
Es dejar de lado palabras y lemas repetidos.
Es no poseer.
Es un abrazo intenso, verdadero, significativo con el Uno y Único a través de abrazar tu verdadera esencia, a la que desconoces y habitualmente rechazas.
Es dejar este mundo sin apartar los pies de él.
Es dejar de aspirar al mundo venidero sin quebrar tu nexo con él.
Es intimidad, es silencio, es paz…

Quien lo alcanza, lo siente, lo reconoce, llora con tranquilidad, encuentra lo que nunca había visto y tampoco nunca había perdido.
Se recupera a sí mismo.
Pero, claro… al rato se vuelve a perder en el barullo del mundo cotidiano, en las trampas del EGO, en palabras, en pensamientos, en deseos, en sentimiento, en sensaciones, en afanes, en culpas, en miedos. Al poco rato vuelve a las máscaras, y es normal que así sea.
Sin embargo, ese fugaz destello de realidad esencial, es inolvidable, aunque de a poco se esfuma entre las sombras que proyecta el EGO.
Se ha entrado al palacio del Rey, al Santuario, para luego salir transformado de él, pero de vuelta al mundo, a la vida, a los altibajos, a lo común, a lo sagrado dentro de lo mundano.
Vuelves a tu obligación ante Dios y tu espíritu de cumplir con los mandamientos que te corresponde, de esforzarte por actuar con bondad y justicia, de ser un constructor de Shalom aunque tu infatigable EGO no quiera dejarte hacerlo.
Vuelves a tus necesidades y a tus deberes, a tus derechos y quejas, a tus luces y sombras.
Y está bien, así es el ser humano.
Vuelves a los rezos aburridos, a la repetición de lemas, al farfullo de salmos, a hacer negocitos con Dios, a pedir y pedir y quizás agradecer alguna cosilla.
Y así somos…

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RonaldShalom

quizas me deje parafrasear sus palabras con cierta certeza bajo mi entendimiento con esta frase: El justo está pendiente que su egoísmo no se vuelva su casa, para lograrlo comprenderá, en suplicas, plegarias, ruegos al Eterno para volver del Eterno su verdadera casa. su regocijo.

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