Entre muros, entre cardos

«Entonces Iaacov [Jacob] envió a Yehudá [Judá] delante de él a llamar a Iosef [José] para que viniese a encontrarle en Gosén. Mientras tanto, ellos llegaron a la tierra de Gosén»
(Bereshit/Génesis 46:28)

Los hebreos llegaron a residir en Egipto.
El plan era pasar allí unos pocos años, mientras las dificultades económicas persistían en su tierra patria.
Luego, retornarían a su vida habitual.
Ya sabemos que el esto no ocurrió, sino que se fueron quedando y permanecieron varios siglos.
Al principio en una posición cercana a la realeza, para luego terminar en el pozo más oscuro, más abajo que todos en el espectro social.
Cuando el Eterno los rescató, a un paso del portón cincuenta de impureza, el cual es el punto sin retorno.

En la idea original estaba no mezclarse con los egipcios, o hacerlo lo menos posible. Solo cuando fuera estrictamente necesario y sin más opción.
Era el método que encontraron para preservarse de la asimilación.
Levantar los muros de su auto formado gueto, ser extraños y lejanos.
Gente diferente y rara, inaccesible, poco frecuente.
Las personas que se encerraban en sí mismas para sí mismas.
No por algún orgullo especial o rechazo de los otros, sino como mecanismo para preservar su identidad. Siendo pocos y débiles en un medio que los superaba ampliamente en cantidad y fuerza.
Por ello, en el acierto o el error, concibieron esta solución.
Se pertrecharon en la provincia de Goshén, rica y apta para su tarea pastoril. Lugar que les pertenecía legalmente, pues había sido obtenido por sus patriarcas de manos de un rey egipcio anterior.
Allí estarían, en su exilio, en su escondite.

Tenían otra forma de resolver la dificultad de la asimilación, pero no fue la que emplearon.
Era conocer y vivir con plenitud su propia identidad, siendo capaces de disfrutarla incluso entre gente que es diferente y no la comparte. O quizás, especialmente en esas circunstancias.
Cuando tienen todo a mano para ser como los demás, nadie los presiona, nadie los agrede, son aceptado y a pesar de ello ellos optan por seguir leales a sí mismos.
No por ello despreciando lo de los otros, por el contrario, encontrando en aquello cosas valiosas. Pero, sabiendo que mucho más importante es tener lo que es propio, valorarlo, disfrutarlo, llevarlo al máximo de su potencial.
Sin esconderse detrás de los muros de sus asilos, sino abriéndose al mundo para poder ser ellos rodeados de los otros.
En palabras inspiradas:

«Como un lirio entre los cardos es mi amada entre las jóvenes.»
(Shir HaSHirim/Cantar de los Cantares 2:2)

Aprender de su propia cultura, quererla, enseñarla entre los suyos y mostrar a los que están alrededor que no por ser diferentes se es antagonista.
Cada uno tiene lo suyo, ¡qué bueno que así sea!
Esta solución permite que el hebreo esté en el mundo, sea parte activa de él, al tiempo que no abandona ni rechaza su propio mundo.

¿Cuál crees que a la postre es la mejor alternativa?

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uno

Hombre, está bien conservar esa sabiduría, pero si el primer ser del que procede el hombre se hubiera aislado no hubiera llegado a lo que es

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