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“(14) Si vendéis algo a vuestro prójimo o compráis algo de mano de vuestro prójimo, nadie engañe a su hermano.

(17) Ninguno de vosotros oprima a su prójimo. Más bien, teme a tu Elokim, porque Yo soy Hashem vuestro Elokim.”

(Vaikrá / Levítico 25)

Es un hecho conocido que la Torá es económica en palabras, no hay redundancias, ni repeticiones que no tengan. algún significado propio, entonces ¿cómo explicar que el versículo 17 se refiera a que debemos ser rectos y no engñar (en nuestras transacciones comerciales), si el versículo 14 claramente ya lo había declarado antes?

Lo que ocurre en realidad es que el versículo 17 nos habla de ser JUSTOS en todas y cada una de nuestras relaciones interindividuales, sean o no tratos comerciales.

Para entendernos, se trata de que si me encuentro con una persona que nació gentil y se convirtió al judaísmo me está. prohibido recordarle su pasada vida y la distancia quo media con su familia. También el ser justos en nuestros vínculos comprende a ese deporte universal quo es el mal-hablar del prójimo, sea verdad o mentira lo que decios; es decir, ¿por qué molestarnos en. hablar, mal o bien, de otro? Dediquemos nuestras vidas a cosas más atractivas, o al menos productivas.

Más aún, la Torá nos insinúa qua es peor molestar (o robar} de palabra que robar algún objeto concreto, puesto que para al engaño por intermedio de palabras está dicho «porque Yo soy Hashem… ‘ (Vers. 17), mientras que para el engaño material nada dice la Torá acerca de D-s. Además de esta razón (digamos) religiosa, contemplemos esta otra: si por algún motivo nosotros participamos en. propagar una mala fama, alguna particularidad. o hecho acerca de alguna persona (repitamos sea esto falso o real), ¿cómo haremos luego para retirar lo dicho? Es como querer recuperar cientos de plumas que son llevadas por al viento hacia cualquier dirección, desde el momento que la pluma (la palabra) se alejó de su lugar de procedencia, va a resultar difícil (imposible) recuperarla. En cambio, quien por alguna circunstancia robase algún objeto, está capacitado para devolverlo, o anta la pérdida irreparable, pagar a cambio. Sin embargo, cuando lo perdido poseía un valor sentimental ¿cómo pagarlo?

Y así hay infinidad de otros motivos que convierten al engaño real y abstracto en más perjudicial que uno real palpable.

Ahora miremos este caso de robo material: entra un sujeto (podría ser cualquiera de nosotros) a una tiendita, y tanto nosotros como él sabemos que no tiene ninguna intención de comprar, sólo está esperando a alguien en la zona, y para «matar el tiempo» ingresó al local. Luego de curiosear, y para no aburrirse inoportuna al dueño-vendedor con numerosas preguntas, ¿cuánto cuesta? ¿es importado? ¿tiene garantía? y parecidas más. El amable vendedor atiende solícitamente las preguntas, dejando de lado otra tarea que anteriormente estaba efectuando. Pasados varios minutos dc interrogatorio el «comprador» divisa a quien debía encontrar y se retira con las mismas sanas intenciones de comprar que cuando entró.

Sobre esto también trata el versículo 17. El «comprador» no procedió de mala fe, pero al actuar como actuó, creó vanas esperanzas en el vendedor, y le hizo perder el tiempo, el peor de los robos. El peor de los robos, pues ¿quién puede devolver la vida que pasa y no regresa jamás?

Robo material, robo intelectual, robo espiritual, robo de lo que es imposible retornar…

Así como nos parece horrible el robo, sugeriría que nos parezca igualmente despreciable robar la dignidad o la vida o cualquier bien (o mal) del prójimo.


“Rav enseño que las mitzvot fueron instituidas únicamente para disciplinar y refinar a los hombres. ¿Qué más le da a D-s si un animal es sacrificado de una manera más bien que de otra? Las leyes respectivas son medidas disciplinarias, para refinar a les que las observan.» (Bereshit Rabá 44:1)

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