Benditas mujeres de Israel

La semana anterior atestiguamos en la parashá cómo algunos pocos extraviados surgidos en Israel (la mayoría de los cuales NO eran hebreos) pretendieron imponer la idolatría en el seno del santo pueblo (tal como actualmente la plaga de los seudo-judíos-amantes-de-Jesús continúan haciendo).
Y por medio de subterfugios, amenazas y violencia exigieron que Aarón, el hermano del líder Moshé, les fabricara y adorara con ellos una abominación idolátrica, el tristemente célebre Becerro dorado.
Aarón era fiel al Uno y Único, pero temía por su vida, y la de muchos inocentes.
Así que en lo personal no sabía cómo proceder; tampoco la Torá había sido revelada en su totalidad para encontrar el mandamiento justo al respecto; tampoco estaban los Sabios  habilitados como para indagar su consejo (ya que aún los venerables dirigentes no tenían en su posesión la Torá Oral, la Tradición); ni el maestro de todos estaba presente, pues Moshé estaba en la cumbre del monte recibiendo la divina Instrucción.
¿Qué hacer?
¡Qué hacer!
Se preguntaba Aarón.
Y no tenía tiempo, ni escape, ni salvación milagrosa.
Así pues, procuró ser más ingenioso que los perniciosos ávidos de idolatría y les indicó:

"Quitad los aretes de oro que están en las orejas de vuestras mujeres, de vuestros hijos y de vuestras hijas, y traédmelos."
(Shemot / Éxodo 32:2)

Aarón supuso (correctamente) que las mujeres y los niños se opondrían a que los maridos y padres utilizaran sus finas joyas personales para actos aberrantes, del grado espantoso de la idolatría.
Pero, la correcta suposición de Aarón estaba fundamentada en un error de su parte.
Él creía que las mujeres y los niños por egoísmo se opondrían a que se les incautara sus joyas. Sin embargo, lo cierto es que las mujeres de Israel no participaron entregando sus joyas para la abominación por amor y respeto al Eterno.
(Tal como comprobaremos un poco más adelante.)

Pero, Aarón no contó con que los hombres entregarían sus propias joyas, y las que quitaron por la fuerza a sus familias.

"Entonces todos los del pueblo se quitaron los aretes de oro que tenían en sus orejas, y los trajeron a Aarón."
(Shemot / Éxodo 32:3)

Y así, con el deseo de pecar, y a través del pecado, los descarriados dentro de Israel (que repito, no eran todos hebreos, pues había muchos gentiles, principalmente provenientes de Egipto, que por motivos personales se habían asociado a los hebreos y se sumaron desprolijamente al pueblo) levantaron una deidad ajena y la proclamaron como el dios de Israel. (Reitero que para nuestro dolor, aún persisten rebeldes como estos, que continúan lacerando su espíritu y atormentando el de los ingenuos que les tienen confianza. Se llaman a sí mismos como judíos mesiánicos, o judíos cristianos, o judíos por Jesús. Ningún artificio les es ajeno con tal de desviar a los puros del camino agradable a ojos del Eterno).

Esta semana se nos cuenta el pedido de Moshé para que las personas generosas y amantes del Eterno contribuyeran con materiales para la obra de edificar Su Santuario.
E inmediatamente se nos narra:

"Tanto hombres como mujeres, toda persona de corazón generoso vino trayendo prendedores, aretes, anillos, collares y toda clase de objetos de oro. Todos presentaron al Eterno una ofrenda de oro."
(Shemot / Éxodo 35:22)

Para el Santuario, para la gloria del Eterno, para la edificación de la sociedad, para el mejoramiento de la persona, para lo bueno, para eso SÍ participaron activamente las mujeres de Israel.
Y no fueron egoístas, ni coquetas, ni remilgosas, trajeron toda clase de objetos valiosos, de prendas preciosas, de abalorios que estimaban pues las mujeres benditas de Israel conocen el valor real de las cosas (tal como las mujeres piadosas que son contadas entre los gentiles justos que cumplen cabalmente con los mandamientos para las naciones y que preparan su espíritu mediante las instrucciones de maestros judíos de Torá).
En el espíritu femenino, que por nacimiento se encuentra un peldaño más alto que el del varón, sienten un anhelo más intenso por hallar al Uno y Único, en tanto cobijan y aseguran el bienestar de su prójimo.
No es de extrañar que las que iniciaron el camino a la liberación de Egipto hayan sido las parteras de Israel, quienes desde su humilde lugar se enfrentaron al inmenso poder de Faraón.
No es de extrañar…

Luego, con el paso de los siglos, el reconocimiento del papel de la mujer de Israel lo asentó por escrito el Predicador:

"Engañosa es la gracia y vana es la hermosura; la mujer que teme al Eterno, ella será alabada."
(Mishlei / Proverbios 31:30)

Las cosas pasajeras, la belleza, el poder, el ingenio, la vanidad son engaños, ilusiones que llenan por un momento el ojo, pero aumentan el apetito del espíritu. Son como las estampitas de bellas vírgenes de cabeza con halo, o como los cuentos de madres milagrosas de divinidades falsas: trampas que obstaculizan el crecimiento, artimañas que endulzan el veneno fatal.
En el otro lado se encuentra la verdadera, la simple mujer, que para nada es maravillosa ni milagrosa, sino que respeta al Eterno, y es atenta a Sus mandamientos, y es constructora del mundo de acuerdo a lo que la Torá establece como correcto; esa, esa es la verdadera alabada.
Esa es la mujer, madre, esposa, hija, trabajadora, la mujer que sea, que recibe su justa recompensa, la de ser reconocida como bendita entre las mujeres amadas por Dios.

¡Shalom iekarim! ¡Les deseo Shabbat Shalom!
Moré Yehuda Ribco

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turquesa

Me encanto este articulo! :)

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