La patria multidimensional y IOM HAATZMAUT

Durante el exilio obligatorio el pueblo judío mantuvo sus lazos firmes con Eretz Israel, ya no pudiendo vivir en ella (aunque nunca faltaron judíos afincados allí), pero manteniendo vivo el recuerdo y la esperanza de pronto retornar y reedificarla con mayor esplendor que en el pasado.
La llamita perduró hasta convertirse en una inmensa luz cuando el nacimiento del Estado de Israel.
Una pequeña lámpara que con enormes sacrificios se mantuvo encendida en los momentos más trágicos y oscuros para el pueblo judío. Sin embargo, con todo cariño y entrega no permitieron que se apagara.

¿Qué les daba ese coraje y entrega?
¿Solamente la pasión nacionalista, el ánimo chauvinista?

De ser así, rápidamente hubiéramos sido asimilados por los poderosos imperios que nos atraparon y expulsaron.
Lo que nos hizo sobresalir y continuar unidos fue la otra patria que tenemos, esa que se completa cuando habitamos en la Tierra de Santidad (Eretz haKodesh).
La patria de la Torá con sus preceptos.
Una que habitamos en todo lugar físico, en todo tiempo, sin limitaciones. Somos sus ciudadanos por derecho y por esencia.
Porque está en nuestro ADN espiritual, ya que es el código que comprende nuestra NESHAMÁ (espíritu, Yo Esencial) como judíos.
Tal como nuestros hermanos tienen su propio código de ética de origen espiritual, cual es los Siete Mandamientos que Dios dictó a las Naciones.
Las naciones del mundo tienen al mundo entero para desarrollar, para disfrutar de él, así como tienen su propia Torá que les da sentido trascendente.
En tanto que nosotros, los judíos, minúsculos entre los pueblos, escasos entre los habitantes del mundo, nos conectamos de manera irreversible y especial con la Torá de Israel y con la Tierra de Israel.
La Torá es la tierra sin tiempo ni lugar que nos preservó en el dramático exilio, la que nos da sentido fuera y dentro de la tierra de nuestros ancestros.

Por imposiciones ajenas nos vimos imposibilitados para realizarnos a plenitud en la tierra que nos corresponde, mantuvimos la patria espiritual activa, lo que nos mantuvo recíprocamente con vida.
En tanto mantenemos la Torá, la Torá nos mantiene.
Sí, como el Shabat mantiene a los judíos, más que los judíos al Shabat.
Así mismo, pero multiplicado por varios preceptos es el vínculo de poder entre pueblo judío y Torá.
La preservamos y ella nos preserva.

Y cuando virtud a las tragedias múltiples y a la nueva apertura que nos dio la bienvenida en el Iluminismo, de a poco fuimos soltando el lazo con Eretz Israel, de entre los estudiosos de Torá y estrictos observantes de sus preceptos surgió un grupo sionista, fervoroso, dispuesto a lograr un imposible: retornar a Eretz Israel y hacerla florecer.
Aquellos Jovevei Tzión no tenían en mente un resurgir político, no imaginaban siquiera lograr un Estado propio, pero fueron un impulso impresionante para que también en el corazón de sus hermanos laicos, o menos cercanos a la Tradición, se reavivara la esperanza y se pusiera en marcha este milagro moderno que es el Estado de Israel.

La espiritualidad judía se manifiesta de diversas maneras, sea como rituales o como sionismo, o en una conjunción de ambas.
No es necesario serruchar entre apego a la Torá y mandamiento y el sionismo, pudiendo lograrse una combinación equilibrada.

Esa es la esperanza para la nueva Era que ya ha comenzado, la Mesiánica.
Donde dejemos la inexistente dicotomía entre cuerpo y espíritu y vivamos en la plenitud cuántica.

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