Pesaj y el ser judío: el exilio para un retorno a la identidad.

Pesaj y el ser judío: el exilio para un retorno a la identidad.

Por Shaúl Ben Abraham Avinu

Para Serjudio.com

Paso Pesaj o más exactamente Jag hamatzot, porque Pesaj, de algún modo, como recuerdan nuestros sabios sigue pasando, despacio paso a paso, de cuenta en cuenta hasta llevarnos cerca, dejándonos en el límite de Shavuot, la fiesta más grande por su humildad en el calendario.

El Pesaj de este año, más exactamente el Seder, con todos su simanim fue para mí muy especial porque pude por un tiempo muy precioso cumplir con el precepto de vehigadtá lebinjá bayom hahú’ (Y le relatarás a tu hijo en ese día) tal y como se prescribe en Shemot 13: 8. Claro cumplirlo hasta que el sueño llamó a mi hijo Shimón, de tres años, que con alegría y felicidad compartió conmigo los 15 símbolos y las cuatro preguntas. Viéndolo y viéndome a mí mismo recordé o tal vez supe por fin, el por qué el Talmud y todas las fuentes hebreas hacían tanto énfasis en la Hagadá de Pesaj, y me pregunté una vez más algo que yo pensaba que había respondido, pero que en ese día me tuve que volver a responder, seguramente para renovar mi alma gracias al sabor y el olor de las matzot, las hiervas amargas y las copas de vino.

Entonces recordé una poesía popular de Pesaj que me dieron hace varios años y cuyo autor o autora desconozco. En dicha poesía encontré una de las muchas respuestas que se han dado a la pregunta que los judíos durante milenios nos hemos hecho y que esta tejida con el hilo de la dorada palabra “identidad”:

¿Qué es ser judío, papá?

Me pregunta.

Y yo, que durante años busqué una respuesta,

No tengo siquiera otra pregunta que lo ayude.

Porque ser judío es ser prisionero de una vieja narradora de cuentos,

que jura ser fiel a sus viejas historias, pero que nunca las cuenta igual,

cambiándolas poco a poco a medida que el mundo se gasta,

una y otra vez,

desde que vuela el cuervo,

Hasta que canta la paloma.

Es también ser un peregrino que salió de Egipto

y que, a pesar de las muchas paradas,

la desorientación y los pies gastados,

Aún no ha llegado a destino.

Es ser guardián de un antiguo secreto, que en verdad nadie busca,

y que muy pocos creerían, o al menos desearían creer,

que es un tesoro más valioso o al menos tan valioso

Como la vida misma.

Como se sabe Pesaj es la fiesta de la libertad del Pueblo de Israel y por eso mismo es de todas la Jagim la que nos dota de un sentido de identidad que todo el tiempo, día a día se nos recuerda y debemos recordar, al ponerse los tefilim, en la tefilá, en el shemá, en el kidush de Shabat. Pero aún más allá del recuerdo, en este más aquí que con tanta frecuencia se olvida por andar volando en disquisiciones metafísicas infructuosas, la libertad que HaShem nos prodiga cuando observamos Pesaj es el primer paso hacia el encuentro con la identidad que como judíos debemos buscar, anhelar y trabajar, a fin de que por nosotros y para los otros-nuestros que vendrán queden las memorias vivas de un pasado que nos empuja hacia la dicha de poder seguir teniendo futuro.

¿Pero cómo entender la identidad del ser judío? Como se dice desde la tradición por cada pregunta hay mil respuestas, y por el momento sólo me arriesgaría a una solución al estilo de una temurá o permutación para desenredar con una sola palabra la maraña de ideas que por años ha gestado y encontrado en la palabra identidad. Así pues en זֶהוּת/zehut (identidad) se esconde lo que es זֶהוּ /zehu, por הת /hit sí mismo, que ha tenido que hacer uso amplio y variado de su memoria, de su recuerdo זכור/zejur y por ello ha incrementado su historia hacia los límites de otros pueblos, entremezclándose, asimilándose, separándose, pero ante todo reconociendo en ello su propio misterio (רז/Raz).

Ser judío es para mí un misterio, pero un misterio agradable, lleno y pleno de sentidos hermosos, de fiestas amables que enriquecen el espíritu de propios y ajenos; un misterio que busca ser explorado en el día a día, en el camino cotidiano que son pasos quedamos para alcanzar el Olam Haba, pero no a base de salvaciones o de miedos por infiernos o por no alcanzar cielos melosos, sino por la necesidad absoluta de llegar a ser quienes debemos ser.

El judaísmo que tantas veces ha enfrentado al miedo, a la ansiedad, a la amenaza, a la incertidumbre, al desconcierto, ha tenido y generado una identidad emocionalmente adecuada y motivacionalmente significativa frente a los innumerables problemas que conforman su exilio. Un exilio que se puede vencer y se ha estado venciendo cada vez que vemos en nuestros hijos, en nuestros familiares y amigos los otros rostros que conforman mi identidad.

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