Jaié Sará 5783, la vida eterna

Llegamos a la quinta sidrá de la Torá, continuamos en el sefer Bereshit, entre versos 23:1 y 25:18. La lectura es acompañada por la Haftará, en esta ocasión el primer libro de Melajim, en su primer capítulo, desde el 1 al 31.

Comienza la parashá con el deceso de la primera de las matriarcas de nuestro pueblo, Sará, quien fallece a la edad de ciento veintisiete años. Avraham, su marido, se encarga de los trámites y preparativos para su sepelio, para tal fin negocia con Efrón el Hitita, y adquiere a gran precio la cueva de Majpelá, y la tierra de los alrededores, lo que hoy en día se encuentra en Jebrón.
A pesar de que la tierra la fuera prometida por Dios, el patriarca escoge hacer la compra, aunque estuviera pagando un precio exorbitante. Eso mismo hemos continuado haciendo sus herederos, por ejemplo, a fines del siglo XIX y durante el siglo XX, cuando había fondos judíos adquiriendo nuestra tierra de los usurpadores extranjeros. Esos extranjeros que no tenían, ni tienen, vínculo con esa tierra sagrada, ni mérito alguno; pero, a los que igualmente se les ha dado dinero, bienestar y oportunidades de progresar en la vida, y, sin embargo, pagan con odio, mentiras, rencor, crimen, etc.
Dios quiera que pronto se cumpla definitivamente la promesa, de tener la tierra prometida en paz y tranquilidad para todos sus habitantes, con bienestar pleno, bajo el gobierno judío y con la guía espiritual adecuada.

Regresando a la parashá, pudiera parecer irónico que la tierra destinada a albergar a la nación judía tuviera su primera compra para esa estirpe con motivo de enterrar a alguien en ella. Es la tierra para vivir, para la santidad, para desarrollar los valores e ideales espirituales, pero, al patriarca le pareció necesario hacer esa transacción y que quedara debidamente certificada y testimoniada. Entre otras cosas, para que nos sirva de enseñanza, de que si bien la Torá es de vida, nuestro lazo con los familiares difuntos no terminan con la muerte. Sino que se continúa, y está en nosotros preservar ese vínculo, por ejemplo, al enterrar al familiar en un cementerio judío y hacer los rituales correspondientes a la muerte.

Al concluir el duelo por su querida esposa, no terminan las preocupaciones para el patriarca. Tiene muchos años por delante, y tarea para cumplir.  Entre preocupaciones del diario vivir, encuentra que ha llegado el momento de casar a su hijo Itzjak. Hasta ahora este importante paso se ha dilatado. Muchas pudieran ser las causas, una de las cuales es que Avraham esperaba tener una esposa digna para su hijo, una que pudiera ser la segunda matriarca del pueblo judío. Por ello, hubo que esperar a que en la familia, que había quedado en Aram naciera la mujer idónea para su hijo.

Ahora, encarga a su siervo de mayor confianza que viaje hasta su tierra natal, y de entre las muchachas del lugar consiga la más adecuada para continuar la saga familiar.

Y advierte encarecidamente que no sea tomada por esposa para Itzjak una de las hijas de la tierra de Canaan, pues no eran de correcto proceder.

El mayordomo llega hasta el país de los arameos, Aram Naharaim, a la ciudad cuna de Najor y entonces se dirige al Eterno para que sea Éste el que le procure, por medio de una señal, la mejor esposa para Itzjak.

Al caer la tarde, el siervo con sus camellos llega al abrevadero de la localidad, justo cuando Rivká se encuentra allí. Le solicita agua para saciar su sed. Diligente, Rivká le da agua, y además extrae del pozo suficiente agua para sus sedientos camellos. Esta muestra de humildad y generosidad, sirven como señal para el siervo, quien se percata que rápidamente ha hallado lo que venía a buscar.

Al ser presentado a la familia de la joven, expresa su misión y pide autorización para que Rivká se convierta en esposa de Itzjak. El hermano mayor y el padre, seducidos por los numerosos y costosos regalos que había traído el mayordomo, rápidamente aceptan, pero, igualmente, piden la opinión de la joven. Ella quiere dar ese importante paso en su vida, por lo que, emprende el viaje hacia la tierra de los hebreos.

Itzjak al conocer a Rivká, la lleva a residir al alojamiento de su madre, luego la desposa.
El amor que siente por esta mujer, en parte, palia la falta de su madre.

Más tarde, Avraham contrae enlace nuevamente, ahora con una mujer llamada Ketura. De esta unión nacen seis hijos, a los que Avraham envía al Este colmados de riquezas, con la enseñanza del monoteísmo y del camino de bondad y justicia, sabiendo que ellos no son los herederos principales, sino Itzjac y su prole.

Avraham fallece a la edad de ciento setenta y cinco años, luego de una vida plena, siendo sepultado por sus dos hijos mayores en la cueva de Majpelá, junto a su mujer Sará.

Finaliza la parashá mencionando los doce hijos de Ishmael.

Preguntas:

  1. ¿Qué zona de la Tierra Prometida fue adquirida a un precio excesivo por Avraham?

  2. ¿Dónde se hallan sepultados Avraham y Sará?

  3. ¿Cuántas esposas le conocemos a Avraham?

  4. ¿Quién fue Ketura?

  5. ¿Quiénes contraen matrimonio en esta sidrá?

  6. ¿Quiénes fallecen en esta sidrá?

  7. ¿Qué sirvió a Itzjak para reconfortarse por la triste pérdida de su madre?

  8. ¿Cómo Itzjak encontró esposa?

  9. De acuerdo al relato de la sidrá, ¿cómo deducimos que Avraham era una influencia positiva para aquellos que convivían con él?

  10. ¿Cuál fue la señal, por intermedio de la cual el mayordomo vio coronada su misión en la tierra de Aram?


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