División de poderes y haMashiaj

En un momento no tan lejano, allá en la Europa que pretendía ser más civilizada y avanzada, inventaron la genialidad de la división o separación de los poderes del Estado. Incluso llegaron a verse tan avanzados que pretendieron darle poder al pueblo, con esa maravilla de votar una vez cada bastante tiempo a los líderes y representes, haciendo de cuenta que con ello se conseguiría una sociedad más justa y pacífica. El teórico principal fue un tal Montesquieu, allá por el siglo XVIII, tal vez lo escucharon mencionar en alguna antigua clase de historia.
Viendo lo que era su mundo, probablemente la teoría era espléndida, limitando el poder ilimitado y por lo tanto ilimitadamente pasible de corrupción de los monarcas absolutos, y los reyezuelos no tan absolutos.
Según dicen los que saben, en una frase que la Internet atribuye a W. Churchill: “La democracia es el menos malo de los sistemas” de gestión de la cuestión pública, así como el liberalismo es la propuesta ideal para la prosperidad, el entendimiento y la paz social y fundamento de la personal.
Probablemente sea así, ¡qué sé yo!
Lo que yo sí sé es lo que la parashá Shoftim propone como clave para tener una sociedad en Shalom, con justicia y bondad, además de lealtad al Eterno.
El poder terrenal se reparte entre diferentes agentes, los cuales veremos brevemente a continuación.

El rey, que debe estar siempre limitado por la Torá y ejercer su cargo respetando la Ley del Eterno y con la mira puesta en beneficiar con justicia al pueblo. No está en el trono para su beneficio, o el de su familia. No tiene el derecho absoluto. No es el amo, sino el primero de los servidores del Rey de reyes.
Su poder no proviene de las armas, ni de infundir miedo, ni tampoco del voto popular; sino que ha sido seleccionada su familia por Dios y él, como el heredero de la corona, debe hacer honor a esa elección celestial.
Su título puede ser conocido también como el «rey ungido», o haMelej haMashiaj en hebreo. Porque era ungido por el profeta o el sacerdote para indicar su elección Divina. Pero esto no indicaba ninguna superioridad ética, ni le confería poderes mágicos, ni le asignaba la tarea de ser un «salvador», ni cargaba con responsabilidad mística. Simplemente, era la confirmación de que su autoridad política estaba supeditada a la Divina Voluntad.

El profeta, el cual viene a aconsejar y cuando sea necesario amonestar al monarca. Como es profeta, es decir, receptor del mensaje que le dirige el Eterno, entonces por su boca habla de Dios. Por supuesto que una de las condiciones para la profecía es la sabiduría, así pues, cuando ejerce como consejero pudiera aportar sus propias ideas, las cuales necesariamente estarían en armonía con la Divina Voluntad, pues por algo fue escogido como profeta.
Su tarea no debiera recibir paga alguna, ni tampoco estar supeditado a las extravagancias del monarca. Es un agente del Señor y no un títere del poder terrenal o de operadores externos.

El Senado, compuesto por 71 integrantes. Este parlamento estaba para legislar y para servir como corte superior de justicia. Sus miembros, se supone que por lo general eran todos sabios e instruidos, personas que habían pasado años en academias de estudios de Torá, pero que además se ocupaban de aprender diversas materias para cumplir con eficiencia su noble cargo.
Era a este conjunto de dirigentes a los que el hijo del pueblo podía aspirar a ser parte y a lo cual llegaban de diversas extracciones sociales y linajes, siempre y cuando no hubiera corrupción.

Jueces, los cuales estaban encargados de administrar justicia, y que ésta fuera justa (no me equivoqué, es exactamente lo que estipula la Torá). Había cortes de 3 miembros y de más también, variando su número de integrantes dependiendo del asunto a tratar.

El Sumo Sacerdote, el jefe de todos los cohanim y con la importante tarea de que el Templo funcionara correctamente y desde allí se educara al pueblo en la Torá. Por tanto, su cargo era algo más que ritual y ceremonial, pues de él dependían los maestros y escuelas que aseguraban la debida instrucción y acompañamiento al pueblo.

Si todo marchaba bien, si ninguno de los actores se desviaba, entonces se estaba construyendo una sociedad de paz, justicia y solidaridad.
Pero claro, ese es un ideal y no una realidad que haya sucedido a menudo.

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