Shabbat: Siván 11, 5765; 10/6/05
Comentario de la Parashá Behaalotejá
Enfocarse
en el bien en lugar de lamentarse
Tristemente, pero con su habitual sinceridad
lacónica la Torá nos relata que:
"Aconteció que el
pueblo se quejó amargamente a oídos del Eterno. Lo oyó el Eterno, y se
encendió Su furor; y un fuego del Eterno ardió contra ellos y consumió
un extremo del campamento."
(Bemidbar / Números 11:1)
Rashi, en su comentario a este versículo, nos
dice que aquellas personas del pueblo, más precisamente los perversos y
corruptores, no tenían verdaderos motivos para quejarse, sino que estaban
buscando excusas para separarse del Eterno.
Como sabemos,
el Eterno nos devuelve aquello
que nosotros damos.
Si abrimos nuestra mano con generosidad, Él es generoso con nosotros.
Si cerramos el puño y amenazamos, Él permite que seamos amenazados.
Si nos quejamos amargamente, como excusa para promover altercados, entonces
seremos consumidos por los fuegos de la discordia y el resentimiento.
Y tal fue lo que ocurrió en aquella oportunidad: la crítica ácida y
corrosiva culminó con una tragedia hiriente.
Según algunos comentaristas,
algunos de los promotores de la queja incierta murieron trágicamente; según
otros comentaristas, algunos de los grandes dirigentes populares fueron los
que cayeron víctimas de la tragedia.
Como sea, el mal se cernió sobre el Pueblo a causa de la ingratitud y el
alejamiento con respecto al Eterno.
Debemos recordar que existen dos tipos de
críticas:
-
La que es conocida como "critica
destructiva", familiarmente llamada "criticonería", o "quejismo".
Su finalidad es apartar a la persona de la realización, del crecimiento.
Es una herramienta empleada para mantenerse en un estado deplorable y,
para peor, ausente de responsabilidad y compromiso personal.
Sin dudas que esta crítica es enfermiza y enfermante, y por tanto su
meta, tal como ella misma, es solamente la destrucción por la
destrucción misma.
-
La crítica que se conoce como
"constructiva", que tiene por finalidad des-cubrir aquellos aspectos
negativos que pueden y deben ser superados.
Esta crítica por supuesto que tiende a destruir, pero no es la
destrucción su meta, sino solamente el medio por el cual se llega a la
construcción de algo mejor y más desarrollado.
Nosotros también, sin estar al nivel de
perversos o corruptores, podemos (y solemos) desplegar la queja
destructiva, para separarnos del Eterno, del prójimo y de nuestro ser.
Pasemos a explicar brevemente.
El Eterno: cuando achacamos a Él
aquellos males que ciertamente podrían haber sido evitados o minimizados con
la correcta intervención humana, estamos usando pretextos para apartarnos de
Sus mandamientos, es decir, de Él.
En el momento que nuestra atención se centra en aquello que nos falta, nos
enceguecemos para aquello que tenemos; siendo así, no importa cuánto
tenemos, siempre encontraremos un "pero" para exteriorizar una queja, un
dolido reclamo por lo que falta.
Ciertamente que esta manera de vivir es de mísera, a pesar de la riqueza con
la que se pueda contar; y sin dudas que es una contravención al mandato de
ser sinceramente agradecidos.
Apreciar, reconocer, valorar y agradecer aquello que tenemos es
indispensable para alcanzar la dicha y vivir espiritualmente.
El prójimo: cuando prestamos atención a
lo que los otros hacen equivocadamente, sea esto cierto o solamente idea
nuestra; o cuando pretendemos más del prójimo, porque sentimos que no ha
dado lo suficiente; estamos bregando por desligarnos de la gratitud que les
debemos por aquello que nos han dado.
Esta actitud indigna causa miseria a uno mismo y al prójimo.
Para empeorar el panorama, nuestros Sabios nos enseñan que la persona que no
valora lo que otros hacen por él, eventualmente también niega las bondades
recibidas de Arriba.
La ingratitud nos cierra al prójimo, consume el canal de bondad dirigido a
nosotros, y se convierte en un negro pozo de creciente dolor y soledad.
Nosotros mismos: cuando nos creemos
víctimas, sin responsabilidad personal, sea porque echamos culpas al Eterno,
porque reclamamos del prójimo algo que sentimos nos ha fallado, o porque nos
consideramos portadores de una tara insoluble; ciertamente que estamos
ampliando la brecha que nos ciega de conocernos a nosotros mismos, y de
valorarnos en nuestra justa proporción.
Esta actitud nos lleva a vivir sumidos en un sentimiento de inutilidad, de
angustia, en continua dependencia de la valoración ajena, del
reaseguramiento de que tenemos un lugar en el mundo y que tenemos derecho a
vivir.
En lugar de aproximarnos a liberar nuestras vidas de cadenas mentales,
emocionales, materiales y espirituales, cuando nos sentimos víctimas
solamente incrementamos el caudal de malestar y desesperanza.
¿Y por qué nos llegamos a sentir víctimas
desamparadas?
¿Por qué achacamos en el otro, o en el Eterno, culpas y/o responsabilidades
que no les conciernen realmente?
¿Por qué quejarnos sin hacer lo necesario para hallar en nosotros la
respuesta, y mucho menos la pregunta que nos abrirá el camino a la libertad?
Esta ineptitud, en un gran porcentaje de las
personas, está motivado en una escasa autoestima, es decir, en una
auto-valoración inadecuada que minimiza los propios potenciales y virtudes,
en tanto magnifica las deficiencias padecidas.
Es esta misma percepción distorsionada del ser la que conlleva otras
actitudes negativas en la vida (sean propias, o como reacciones del
prójimo), que también son descritas en el capítulo 11 de nuestra parashá,
tales como:
-
deseo materialista excedido de límites (v.
4);
-
falsos testimonios y/o ideas delirantes
(v. 5);
-
ingratitud (v. 6);
-
desesperanza (v. 10);
-
enojo o rechazo (v. 11);
-
hartazgo/desgana (v. 14);
-
deseos de muerte o separación terminante
(v. 15);
-
pérdida del ánimo (v. 17);
-
bajo rendimiento intelectual (v. 17);
-
falta de confianza en el Eterno (v. 22);
-
habladurías (v. 27);
-
celos (v. 28);
-
envidia (v. 28);
-
muerte (v. 33).
En su contraparte está la vida, la libertad,
el gozo, la paz... todos ellos dependen de auto-valorarse correctamente,
sin inflarse, como hacen los orgullosos que en el fondo se sienten como
poquita cosa,
y sin echarse abajo todo el tiempo, como hacen los que se sienten poca
cosa.
Creo que es evidente, y por eso mismo, lo diré
con claridad:
la autoestima saludable, el auto-valorarse correctamente, es solamente
posible cuando la persona vive con sinceridad cada instante de su
existencia. Cuando la verdad empieza a empañarse con la falsedad, va cayendo
un manto de oscuridad sobre la autoestima, sobre la dicha, sobre la
realización.
Y así, es posible encontrar gente muy adinerada, llenas de casi todo lo
material que uno pudiera imaginar, pero que viven comiendo el pan de la
mentira, y por eso, a pesar de los esplendores materiales su corazón plañe
dolido por la carencia de TODO.
¿De quién depende para estar feliz?
¡Les deseo a usted y los suyos que pasen un Shabbat Shalom UMevoraj!
¡Qué sepamos construir shalom!
Moré Yehuda Ribco
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Notas:
-Otras interpretaciones de este pasaje de la
Torá, y más estudios los hallan
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