¿Qué es realmente lo propio?
¿Lo que se tiene?
¿Lo que se domina?
¿Lo que se desea?
¿Lo que se ha perdido?

La respuesta es paradójica.
Nuestro cuerpo, realmente, ¿es nuestro?
Miremos nuestro inicio, y veremos un pequeño germen de vida aportado por cada uno de nuestros progenitores, al que se le conjuga el hálito de vida insuflado por el Eterno.
Y en el interior de nuestra madre crecemos, transformando los materiales externos en nuestra carne, sangre, órganos, etc.
Y cuando salimos al mundo, continuamos este proceso de crecimiento y sustento, obteniendo lo que nos conforma de fuera.
Recibimos para ser lo que estamos siendo.
Y en el plano emocional, y en el intelectual, en todos podemos reconocer que somos lo que tomamos de fuera.
Por lo que, ni nuestro espíritu es nuestro, ni nuestras ideas, ni nuestros deseos, ni nuestras posesiones, ni siquiera nuestro cuerpo, al que solemos llamar yo...

¿Qué es lo propio entonces?
Aquello que se da.
Y aquello que re-creamos.

Es decir, sólo en el momento que nos asociamos al Eterno en Su Obra, lo que recibimos, modificamos y damos se puede llamar "lo mío".
Si hacemos de esta idea una guía en el camino, estamos menos expuestos a extraviarnos.