Lic. Prof. Yehuda Ribco |
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Responsable: Licenciado en Sicología Prof. Yehuda Ribco / Darjey Noam
Jametz
umatzá - en pos de la pregonada humildad
Lic.
Yehuda Ribco
Nisán 5761
¿Qué diferencia el jametz de
la matzá?
La receta del jametz (básico)
posee tres elementos:
1-
Harina de alguna de las cinco especies de gramíneas (trigo, avena, cebada,
centeno, espelta o farro).
2-
Agua.
3-
Tiempo (18 minutos o más).
O, si se prefiere: levadura o polvo de
hornear, o cualquier elemento que precipite el leudado (sea en comida o bebida).
O todo alimento que esté o haya estado en contacto con cualquier elemento jametz
antes definido.
En definitiva, el jametz es lo que ha leudado, lo que ha fermentado
adquiriendo un estado inflado, hinchado, exagerado.
La matzá, por su parte, es
harina y agua mezclados, amasados y horneados en menos de 18 minutos.
Es decir, los mismos elementos los pueden conformar, pero en la matzá están
sin fermentar, sin tiempo como para ahuecar la masa.
No es novedoso el relacionar la
conducta personal con el jametz y la matzá.
La tentación de sobredimensionarse, de
percibirse como mejor, mayor, superior (hinchado) a lo que se es en lo hechos,
no es algo extraño a lo cotidiano.
No nos referimos específicamente al ególatra,
ni al que delira con su grandeza... sino al que está a nuestro lado, a mí, a
ti... el arrogante que todos podemos ser -o somos.
Esta parece ser una conducta que ha
acompañado a nuestra especie desde el Edén hasta aquí. Pero, la
sociedad occidental, liberal y cristiana tiende a fomentar la desesperada
consecución del éxito a la par que el individualismo, como resultado se exige
el superar a los otros sin importar los modos. Una superación que no es de
subir la escala espiritual, ni de evolucionar como persona, sino en el plano de
lo material, de la posesión (o el consumo, en realidad) de bienes (que en
definitiva siempre son perecederos).
El éxito es representado (en la
actualidad) por el gasto, por el placer zappingado (fugaz y cambiante) de
los sentidos, por la ostentación, por el despilfarro, por vivir la vida como si
fuera la única... en resumen, como la presunción de lo pasajero erigido como
fundamento y eje del vivir (no de la existencia).
El éxito es (para estas sociedades) sinónimo de poder, que no necesariamente
es saber, ni de hecho poder... sino... poder... pero, ¿poder, qué?
La ostentación es arrogancia, que es jametz.
Porque, en el fondo ¿qué es la arrogancia, sino vacío existencial que se
intenta rellenar con pretenciosa imposición? Una escasa masa que es inflada por
medio de un agente externo hasta abultar aparentando ser algo que no es...
No en vano nuestros Sabios le asignaron
al jametz -como símbolo que es- varias connotaciones netamente negativa,
por ejemplo: “altanería”, “instinto al mal”, “idolatría”, etc.
Estas tres representan en definitiva lo mismo: obstáculos que la persona se
impone para alcanzarse a sí mismo, a Dios y a sus semejantes.
La persona que ha leudado, es en
general aquel cuyo ego engrandecido esconde una existencia disminuida, incluso
miserable. Una autoestima escasa. Una autovaloración ínfima. Una conducta
orgullosa que enmascara su debilidad constitucional. Porque, acaso los
habitantes de una ciudad firme y que son sabedores de su real poder, ¿deben
esconderse detrás de enormes murallas, de hondos fosos, de innumerables obstáculos
que impiden el acceso franco del Otro? O, ¿con las defensas que la natural
precaución acredita ya se saben confiados y seguros?
¿Quién -pues- levanta ciclópeas murallas sino el que se siente débil -aunque
de hecho quizás no lo sea?
¿Quién eleva su voz por sobre la de
los otros para hacerse oír?
¿Quién utiliza la amenaza, la difamación, la lisonja, la presión, el
insulto, el atropello, el golpe vil sino aquel que no confía en el poder de sus
convicciones?
¿Quién procura pisotear a otros para encaramarse, sino aquel que desconfía de
su propia valía?
El que vacila ante su propia valía,
intenta (generalmente) compensar su inseguridad procurando el reconocimiento de
otros. Es dependiente de la aprobación ajena. Víctima de su escasa autoestima,
busca el sostén en otros, que no siempre lo valoran sanamente, ni potencian
hacia límites superiores. Pero, sincrónicamente, menosprecia a los otros, los
esclaviza, los reduce a su propio nivel de estimación de su valía personal.
El otro vale en tanto le sirve.
El otro es un valor instrumental.
Para usar y tirar.
Tal como el mismo soberbio se siente...
pero se aterroriza en reconocer.
En resumen, aquel que permite que el jametz gobierne su vida, desconoce
su existencia.
Cuando la víspera de Pesaj llega cada
año, es nuestra obligación como judíos eliminar hasta el más minúsculo
vestigio de jametz de nuestras vidas. Pues está prohibido ingerirlo (a
no ser que sea por cuestiones médicas), e incluso poseerlo. El jametz debe
desaparecer. Para cumplir con este mandato de la Torá, limpiamos nuestros
hogares con esmero, desechamos o regalamos lo impropio, también lo vendemos si
su precio así lo amerita, y en última instancia lo declaramos como nulo, con
el valor del polvo. De esta manera, durante la celebración de la festividad
nuestras casas, lugares de trabajo y vidas deberían quedar libres de hasta la más
ínfima partícula de jametz.
Tal es la práctica corriente. Muchos judíos la cumplen, con más o menos
escrupulosidad.
¿No es esta faena anual un buen entrenamiento que nos conduzca a eliminar todo
rastro de soberbia de nuestros corazones? Porque: “Abominación es al
Eterno todo altivo de corazón; de ninguna manera quedará impune”
(Mishlei / Proverbios 16:5)
La
matzá, por su parte, simboliza “el pan de la aflicción o pobreza”,
y también “el pan de la Libertad”.
Aflicción, porque era el alimento básico
de los hebreos esclavizados durante cuatro generaciones en Mitzraim (Egipto).
Pobreza, porque es de simple elaboración,
sin demasiado costosos ingredientes, sin grandes procedimientos de preparación.
Tan sólo harina (generalmente de trigo, al menos para que sea casher lePesaj),
agua, un rápido amasado y horno. Pobreza, también por ser achatado, duro, de
lenta digestión y por lo tanto que produce una sensación de hartazgo... pero,
sólo la sensación.
Libertad, porque fue lo que alimento a
los hebreos a la salida de Mitzraim. También de la Libertad, porque los
egipcios eran artesanos consumados de los alimentos leudados (repostería,
panadería, cerveza, etc.), y los hebreos debían independizarse culturalmente y
no sólo de las cadenas de la esclavitud, si querían llegar a ser
verdaderamente libres.
Y, Libertad también, porque la persona
rica es la que se conforma con lo que posee (según el Tratado de Avot 4:1), y
este conformismo no conformista es liberarse del yugo de la ambición y la
codicia, de la vanidad de la materia sedienta de más posesión, y conseguir un
poco de solaz con lo que ya se cuenta, y no desesperar por gozar con lo que se
ansía conseguir.
Al parecer jametz y matzá
son polos de una misma realidad.
Sin embargo, una minúscula parte de jametz en contacto con matzá,
la transforma en jametz.
Porque, en definitiva, lo que
diferencia la masa de una a la del otro es la levadura, o sino el tiempo
empleado en el proceso de su elaboración. Algo así como que en el camino del jametz
pudo haber un prospecto de matzá. O, toda matzá está en
constante peligro de transformarse en jametz.
Jametz es el estado de formación total de la
masa. Mientras que matzá es el inicio del proceso.
¿Cómo compatibilizar esta irrefutable afirmación con los aspectos negativos
antes mencionados acerca del jametz?
Como hemos explicado en otra
oportunidad, el Ietzer haRa -la pulsión a lo negativo- es uno de los
mayores aliados en el proceso de desarrollo de la personalidad superior; pues,
al vencer las tentaciones y obstáculos que nos antepone esta pulsión, podemos
conseguir el avance. Es con esfuerzo que se conquista la Tierra Prometida,
no simplemente por obra de los milagros o la amorosa generosidad de Dios...
Que la persona permanezca indefinidamente en el estado de matzá, no lo
estimula a desarrollar íntegramente sus aspectos, pues, la humildad se trastoca
en enfermizo conformismo, en chatura, en masa sosa, sin sentido ni sabor.
Pero, un toque de vanidad, incluso como estímulo para eliminarlo, impele a la
persona a esforzarse en mejorar.
El mundo material no es en sí negativo, sino la irresistible pasión por él.
Si se utiliza los elementos materiales en pos de la elevación del Cosmos, se
está en el camino de la Redención. Por lo cual, si la persona hace de su vida jametz
exclusivamente o matzá de manera constante, lo que se obtiene es una
persona disociada de su ser... es necesario ambos, en las proporciones y
momentos adecuados, para lograr la identidad integrada del ser humano. (Una
pista para esta reflexión la encontramos en el korbán (ofrenda) de Shavuot
(festividad que marca el mojón de finalización del ciclo de la Liberación;
ciclo que comienza con la Libertad física en Pesaj, y culmina con la
Libertad del espíritu en Shavuot). Éste es un korbán Minjá
(ofrenda de gratitud o mecida) que a diferencia de los otros korbanot Minjá,
no es ofrecido con matzá, sino con jametz (ver Vaikrá / Levítico
23:15-21). ¿Por qué? Quizás porque la Torá quiere indicar que el jametz
bien canalizado, y cuando está permitido, es un elemento a favor de lo
positivo...)
Por lo tanto, ni arrogancia, ni depresión
del espíritu son los caminos apropiados para el crecimiento de la persona en su
totalidad.
El buen camino es el de la humildad.
Pero, ¿qué es la humildad?
En una breve definición: conocer el
propio valor en su contexto, las limitaciones y las aptitudes. Sin
sobredimensionar ni lo que se posee, ni aquello de lo que se carece.
No es inflar el ego disminuido. Pero tampoco pinchar lo valioso que somos,
hacemos o tenemos.
Ser humilde no es ser humillado, y
mucho menos comportarse de manera altiva.
Ser humilde es estar en consonancia con
la esencia, y con el Cosmos.
Ser humilde es reconocer virtudes y
defectos propios, y de otros.
Juzgarse y luego juzgar con la justa
vara, sin menosprecio, sin halagos inmerecidos.
Ser humilde habilita a convivir, a
compartir, a existir en consonancia con Otros.
Ser humilde, es un duro trabajo.
Ser humilde, en esencia es poseer
autoestima.
Y es la persona que ha desarrollado la
humildad la que puede encarar el desafío de ser libre. ¿Por qué? Pues, porque
el altivo esta aprisionado por sus propias cadenas, y atrapado por sus máscaras
de pretendida alteza. En su pecado radica su esclavitud.
En tanto que el pobre de espíritu
(atención que no es lo mismo que humilde) no osa enfrentar la vida, sino a
rehuirla, a dejarla pasar por sus costados en procura de pasar desapercibido.
La arrogancia es el Faraón que al
serle requerida la libertad, ordena nuevas cadenas, aunque quizás muy en el
fondo, y sin confesárselo siquiera sí mismo, se siente oprimido hasta lo
insoportable.
En tanto que la chatura espiritual ni
siquiera se permite oír los reclamos de liberación, desconoce su estado de
esclavitud y nada sabe de libertad.
Al ser el jametz comparado con
la idolatría, en Pesaj bien vale este precepto (en el orden moral): “No
meterás en tu casa ninguna cosa abominable, para que no seas anatema juntamente
con ella. La aborrecerás del todo y la abominarás, porque es anatema.”
(Devarim / Deuteronomio 7:26).
Si aprendemos a desechar las conductas erróneas que nos llenan de falsedad, el
camino a la humildad está abierto.
Y Pesaj es tan sólo una lección, un
entrenamiento, una visión de lo que es el equilibrio entre matzá y el jametz.
Así pues, recordemos: “Moshé
[Moisés] dijo al pueblo: --Conmemorad este día en el cual habéis salido de
Mitzraim, de la casa de esclavitud; porque Hashem os ha sacado de aquí con mano
poderosa. Por eso no comeréis nada leudado.” (Shemot / Éxodo
13:3).
Las citas tanájicas son extraídas del CD "DARJEY NOAM - TANAJ"
y de promover este sitio entre sus allegados.
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en tanto puedan ser considerados autores,
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