Judaismo conversion Israel Mashiaj Tora Dios amor paz

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 Lic. Prof. Yehuda Ribco (Av 6, 5762 - 15/7/02)

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BeShem H' El Olam

LaH' Haaretz UMeloa
Licenciado en Sicología Prof. Yehuda Ribco / Darjey Noam

Una historia milagrosa de Januca

Este relato fue escrito a partir de la experiencia de un lector. Si en estas épocas siempre nos recuerdan los "cuentos navideños"... ¿cómo no descubrir nuestros propios clásicos en la vida diaria?

    Era la víspera de la cuarta noche de Januca; y el joven -por esas cosas que no tienen mucho asidero en la razón- había ido a visitar a los padres de su ex novia, radicada temporalmente en la lejana Europa.
    Ellos pueden ser distinguidos como una familia que está bastante alejada de la práctica del judaísmo, en el sentido tradicional -religioso- del término, aunque con lazos íntimos con Israel (el Estado). Esta endeble identificación fue, quizás, uno de los factores que movió a la antigua prometida a iniciar una relación semi formal con un gentil, casi de inmediato de romper su extenso noviazgo con este muchacho. 
    Esta nueva relación es quizás lo que más le hacía sufrir al joven... que el amor no se puede exigir es un hecho; que si las cosas de pareja no funcionan y no hay solución, lo mejor es tomar las decisiones correctas, estaba de acuerdo; pero, que ella prefiriera el camino de la asimilación... ¡era una llaga! Por lo que, en una de esas extensas conversaciones post trauma, el joven del relato le había hecho prometer a ella que al menos encendería las velas de Shabbat... promesa que ella asumió para sí, pero, que en meses jamás llevó a la práctica... era más fuerte la -supuesta- libertad del no-hacer, del no-ser, del ser como los demás... de perderse detrás de los antifaces para no reconocer la esencia oculta...
    Y ahora, en Januca, él estaba allí, lejos de su antigua amada... pero, tan cerca...
    Y el sol se ponía suavemente en una hermosa tarde de verano.
    Y surgió -como de ningún lado- la espinosa idea: "¿por qué no encendemos las luces de Januca?"
    Y la madre respondió: "Hace como 30 años que no lo hago" -con un tono de nostalgia, pena, ¿culpa?
    Y, en la casa, en esa casa que él había creído conocer tanto, no había januquiá, ni menorá... ni siquiera un candelabro...
    Se improvisaron cuatro vasitos en una bandeja -sabiendo que no es lo halájico, sólo cuatro, pues no consiguieron más-, fueron llenados con aceite de oliva -del que usaban para la ensalada-, formaron unas mechas con hebras de algodón... y, al menos, estaban disponibles cuatro vasijas para ser llenadas de luz...
    Sin shamash, tan sólo con fósforos, el mozo pronunció las Berajot correspondientes... y ella, la dueña de casa, la madre, la que miraba con añorantes lágrimas desde el ampuloso presente su dicha del escaso pasado, comenzó a elevar las llamas de Januca... Y escarbando en el laberinto de los recuerdos se ayudaba a entonar jirones de estrofas de "Hanerot halalu", de "Maoz Tzur"... y el marido atónito -casi perplejo ante estos rituales- se apresuró al teléfono, habló con su anciano padre, le contó lo que estaban viviendo... y del otro lado de la línea: la sorpresa, el desconcierto...
    Repitieron los cantos, y mirando -con esa mirada que no puede ser descrita- las luces que iluminaban, el muchacho les hizo recordar -o les enseñó- acerca de los milagros de Januca: del débil venciendo al poderoso, de la cultura judía sobreviviendo a la asimilación, de la pequeña cantidad de combustible que permitió iluminar el solar sacro... de la victoria de la endeble luz sobre las angustias de la oscuridad... y el mensaje -dicho en voz queda, pesarosa, como asociado fuertemente a ese momento de sus vidas- retumbaba en ese hogar quebrado, falto de integridad, de identidad... vacío...

    Fue encendido un símbolo de Januca, y, aunque no se atuvieron al reglamento -aunque si a la mitzvá, pues el milagro fue publicado...- ocurrió un milagro... en un hogar con muchas lámparas, por primera vez hubo un reflejo luminoso...

Y, ¿eso es todo?
¿Ese es el gran relato? ¿El gran milagro para ser publicado?
¿Siguió ella en su relación con el gentil?
¿La familia recuperó la guía para andar por el correcto sendero?
¿Vencieron los caídos?
¡No lo sé!
Sólo sé, que la más enana de las luces ahuyenta a la más gigante de las sombras... 
Sólo sé, que una llama traspasa su vigor a otra, sin por ello perder vitalidad...
Sólo sé, que no hay acontecimientos despreciables, y que todo -cada acto, incluso el considerado desdeñable- tiene la posibilidad de efectos fenomenales...
Sólo sé, que la distanciada joven participó del siguiente Kabbalat Shabbat en la sinagoga de su ciudad...
Sólo sé, que al menos en una noche de Diciembre ,Yehudá el macabeo sumó a sus huestes de luz...

    ¿Es esto poco milagro?

Tevet 16, 5761


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