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  Nisán 6 5763 - 8/4/03

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BeShem H' El Olam


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Quiero compartir contigo éste artículo que apareció en Aurora Digital:
 

  La gente cambia, el antisemitismo no
 

El flagelo antisemita goza de extraordinaria salud. 58 años después de concluida la Segunda Guerra Mundial, el antisemitismo clásico vuelve a ser bon ton en los salones de Europa en general y de España en particular.

No es que alguna vez haya desaparecido, no seamos ingenuos. Existió, existe y existirá mientras haya antisemitas y aunque no haya judíos. Trescientos años después de la expulsión de todos los judíos, en España había antisemitas que dejaron su huella en diversas expresiones literarias.

Ello quiere decir que el antisemitismo, una enfermedad de la familia del racismo, es un problema de los antisemitas, no de los judíos. Congénita o no, una enfermedad al fin, pero que no me despierta ningún sentimiento de compasión, sino de desprecio. Digo de ellos "pobre gente" pero sin ninguna empatía.

La actriz Marisa Paredes es presidenta de la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de España. En declaraciones a Europa Press lamentó que no se haya otorgado un Oscar a Martín Scorsese, pero tenía una explicación para tan flagrante injusticia: "Aquí está también el lobby judío detrás y lo digo, lógicamente, por la película ’El pianista’ de Roman Polanski".

Paredes es apenas un pequeñísimo ejemplo de esta última etapa del destape español. Destape, porque la retorcida lógica que se oculta tras su juicio existió desde siempre, pero hasta hace unos años era una vergüenza pensarlo o decirlo. Ahora ya no.

Se suele decir que el conflicto árabe-israelí en general, y la política israelí con respecto a palestinos en particular, son la causa del rebrote antisemita. Puede ser el pretexto, nunca causa. Esta debe ser buscada en los antisemitas, en sus frustraciones y paranoias, no en los judíos ni en los árabes ni en Israel.

Es probable, claro, que sientan envidia y los podría comprender. Los judíos se ayudan unos a otros en una muestra de solidaridad que bien quisieran para ellos. La envidia hace que en lugar de imitarlos los odien y los consideren mezquinos.

Pero por sobre todo, lo que seguramente los exaspera es que el siglo veinte haya sido, sin ningún lugar a dudas, el siglo de los judíos. El Siglo de Oro en España es un porotito comparado con el siglo veinte, y en casi todos los ámbitos.

Fue el siglo en el cual la barbarie intentó aniquilarlo y fue el siglo en el cual recuperó su soberanía política después de m s de dos mil años.

Fue el siglo durante el cual se otorgaron anualmente los premios Nobel en diferentes disciplinas. Más de un 30 por ciento de los premiados son judíos. Pero los judíos no llegan a conformar ni un 0,5 por ciento de la población de América y Europa (no sería honesto para esta comparación incluir a Asia y Africa). Cualquiera que haya adquirido una base elemental en ciencias de estadísticas, sabe que semejante desproporción no pude ser obra de la casualidad. O se le encuentra una explicación histórica, o se prefiere creer que es otra confabulación del lobby judío internacional.

Y con eso no se agotó la lista, porque el lobby no logró que se premie con el Nobel a Sigmund Freud, o a Franz kafka, por ejemplo. O a Leizer Zamenhoff, creador del Esperanto. Ni a Albert Sabin ni a Jonas Salk, gracias a quienes hasta los hijos de los antisemitas evitan contraer la poliomielitis.

Para individuos como la Paredes, esta excelencia constituye una amenaza, se puede deber tan sólo a una confabulación internacional, a un ardid, a un plan siniestro de apoderarse de todo, de la cultura, de la ciencia, de la medicina. La cantidad exorbitante no refleja un fenómeno de talento congénito, sino que demuestra el poder de ese lobby, capaz de todo.

No pretendo tener una explicación comprensiva de este fenómeno y no sé si la hay. Pero sí creo que existe un elemento importante que, sumado a otros que desconozco, podrían ayudar a entenderlo.

El pueblo judío no es gratuitamente "el pueblo del libro". Cuando en toda Europa había que buscar en los monasterios o en algunos -no todos- castillos de la nobleza a gente que supiese leer y escribir, los niños judíos en todo el mundo comenzaban a aprenderlo a la edad de tres años.

Cuando el párvulo comenzaba sus lecciones, el maestro embadurnaba la pizarra con miel para que los niños la recogieran de allí, como está firmemente atestiguado en documentos medievales. Las madres amasaban fideos con los cuales dibujaban letras, que ponían después en la sopa de los niños, que mientras comían reconocían el abecedario.

Durante siglos los judíos estudiaron. Desde el rabino hasta el carpintero. Cada vez que se les posibilitó una apertura a estudios que no eran sólo los judaicos, descollaron en la filosofía, en la medicina y en otras disciplinas, como en aquella España.

El siglo XIX fue testigo del derrumbe de las imaginarias o reales murallas del gueto, y miles de judíos se abalanzaron sobre las universidades con o sin "numerus clausus", una cuota máxima de judíos a los cuales se les permitía el ingreso. Los frutos se vieron a lo largo del siglo siguiente.

De manera que si Polanski y no Scorsese obtuvo el Oscar al mejor director ello es gracias al lobby judío como el Oscar a Almodóvar por el mejor guión se debe a la influencia del gobierno español, aliado del de Estados Unidos en la guerra contra Irak. La difamación no tiene fronteras y todo se puede argüir en el mundo de las conjeturas.

De manera que todos los juicios antisemitas, más que revelar algo sobre la condición judía, enseñan mucho sobre la pobreza de espíritu de quien los emite. Como en otras ocasiones, siento vergüenza ajena.

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Saludos,
Alejandro K.
Montevideo - Uruguay

 

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