Pregunta: Profr. Yehuda Ribco:
Ha sido de gran contento regresar a casa y encontrarme con su correo, mi
trabajo volverá a sacarme de la ciudad en breve, así que aprovecho para
escribirle estas líneas antes de que me sea difícil hacerlo.
...
También quería comentarle que diferimos un poco en la forma en que Usted
hace la diferenciación entre "fe y confianza" en el Padre Universal. Veamos
si se lo puedo explicar, suplicándole que me disculpe si no logro ser todo
lo explícita que quisiera.
Para nosotros, al fin educadores o psicopedagogos, la capacidad espiritual
del ser humano para conocer a Dios, identificarle, comprenderle y amarle
"haciéndonos uno con Él", como todas las demás capacidades, es potencial, es
decir, es suceptible de ser desarrollada de una manera dinámica, gradual y
progresiva, que justamente arranca o inicia en la fe, es verdad que esta fe
es "ciega" en cuanto a que el niño no "ve" Aquel en quien sus padres creen y
depositan toda su confianza, debe ser algo muy dificil en las edades de
operacionalidad concreta.
Pero luego, esta "fe ciega" continúa acompañándonos aún y cuando sintamos
una confianza absoluta, puesto que la fe en el Mundo Venidero o el Reino de
los Cielos como le decimos nosotros, se mantiene, el Mundo Venidero no está
presente ante nuestros ojos, sólo por la fe podemos tan sólo imaginar o
sospechar que es algo "Maravilloso" puesto que la confianza de que Existe,
la tenemos.
No sé si he logrado explicarme, la fe se mantiene en cuanto a que creemos en
la existencia de algo que no vemos con los ojos de la carne y que no veremos
hasta después que hayamos terminado nuestro aprendizaje en este mundo, pero
la confianza absoluta en el Padre Universal nos permite tan sólo "imaginarlo
o sospecharlo" y es esta misma confianza la que nos permite construir el día
a día en este tiempo y espacio que nos tocó compartir, la misma que nos
permite levantarnos cada día sintiendo la maravillosa experiencia de
sabernos hijos Suyos.
Reciba usted nuestro afecto y cariño mientras continuamos pidiendo a nuestro
Padre sus bendiciones en nuestras vidas.
Con respeto.
Ana D.
País: México
(Deben incluir en todos sus mensajes para
nosotros su nombre completo, el nombre de la ciudad y país donde vive) |
Shalom.
Gracias por participar.
No es buena cosa que los adultos se dejen
guiar por pensamientos arcaicos o infantiles, en determinados aspectos de la
existencia. Especialmente en aquellos que hacen a la construcción del ser y
a su deseo por trascender.
Que un niño se maraville con la imagen que se
hace de su padre, al que considera Superman, ¡qué bueno y apropiado!
Que un adulto vea a su padre, y continúe contemplando a un superhéroe, sin
falencias, sin humanas limitaciones, sin errores, sin vicios, ¿no da para
cuestionar la propiedad emocional y/o intelectual de este hijo?
De modo similar ocurre con la relación que
establece la persona adulta con la espiritualidad inherente a los humanos.
Es muy probable que de pequeños todos seamos más o menos instruidos en la
ceguera de la fe (en el Uno y Único Dios, en dioses, partidos
políticos, religiones, adhesiones familiares, etc.), que es infértil
en cuestionamientos, que se aterroriza ante el asomo de la duda, que se
halla carente de sustento intelectual.
Pero, si llegados a la edad del desarrollo intelectual, el núcleo oscuro de
la fe es lo que sigue conduciendo los pasos de la persona, ¿no da para
cuestionar qué es lo que le pasa a esta persona?
¿A qué le teme que no puede preguntar y preguntarse?
¿A qué castigo se cree que será sometido si osa contradecir un mínimo
postulado de fe?
En síntesis, ¿qué lugar está usurpando la ceguera de la fe en su vida?
Mi apreciada Ana, medítelo y verá que la fe
siempre está para ocultar algo, y jamás para revelar la verdad
(lo que podemos atisbar de ella).
Piense en su historia personal, en sus experiencias que deben ser muchas, en
los adoctrinamientos para vivir con fe que recibió desde su más tierna
infancia.
Piense en esto, y luego contrástelo con el puro y claro mensaje que la Torá
presenta, lejos de los dogmas de la fe.
Piense en aquello que la fe descomedidamente y con tenacidad barre para
esconder debajo de la alfombra y trate de identificarlo, ¿es polvo y
suciedad, o son las fragantes rosas que el Amado le ha regalado?
Ahora bien, entonces, la persona que ha
excomulgado la podredumbre de la fe de su vida, ¿sólo cree en aquello
demostrable por la ciencia, o mensurable por sus propios cinco sentidos y
acorde con su intelecto?
¿No puede creer en el Más Allá, porque no lo ha visto?
¿No puede aceptar los milagros, porque nunca ha reconocido uno en su
vida?
¿No puede sentir la divina Presencia que está más allá de cualquier
descripción o análisis científico?
¿No puede reconocer que existe un algo indescriptible, inimaginable,
que la Torá denomina I-H-V-H, y que solemos llamar Dios, y que es más
poderoso que un millón de supermanes juntos?
Pues, ¡claro que puede!
Claro que la persona que extirpa la fealdad de la fe de su vida puede
maravillarse ante lo ignoto, aceptar lo secreto para el humano, servir con
fidelidad y entereza al Eterno.
¿Sabe cómo?
¡Educándose!
Aquel que se educa en espiritualidad siguiendo las pautas que Dios brinda,
se desprende de absurdos adoctrinamientos, rehuye las falsas doctrinas, y
remueve los escollos para la mejor comprensión.
¿Cuáles son esas pautas para la educación?
En su base está el esmerado cumplimiento de los preceptos que Él exige de
Sus hijos (7 mandamientos con sus derivados para los
gentiles; 613 más los decretos rabínicos para los judíos).
A través de la diligencia y dedicación para cumplir con los mandamientos que
le corresponde, la personas va tallando su personalidad, limpiando las
asperezas naturales y las adquiridas por las educaciones imperfectas
(tales como por ejemplo, las que hacen de la fe un ideal a alcanzar).
Como corolario del esfuerzo personal, de la disposición a servir al Eterno y
amar al prójimo (más allá de doctrinas; e incluso a pesar de
cuestionar fieramente la certeza del origen divino de los mandamientos,
cumpliéndolos), la persona termina encontrando un tesoro invaluable,
el de la plena convicción.
Por favor, no confundir convicción con fe.
Convicción se deriva de convencer, y éste es definido por la Real Academia
Española como:
1. tr. Incitar, mover con razones a alguien
a hacer algo o a mudar de dictamen o de comportamiento. U. t. c. prnl.
2. tr. Probar algo de manera que racionalmente no se pueda negar. U. t. c.
prnl.
Así pues, en la convicción se encuentra la
razón, lo racional; que es el enemigo natural de la fe irracional.
Ah... pero para alcanzar esta convicción en la
existencia en el Eterno, en la veracidad y singularidad de Su Torá, en la
certeza de Sus promesas de que toda acción recibe invariablemente la justa
retribución; uno debe embarcarse en el trabajo de guardar esmeradamente con
los preceptos (crea en su origen divino o no).
De poco valen las enseñanzas basadas en palabrería de los padres y maestros,
escasa es la validez de la fusta que amaestra a los cachorros de la fe,
cuando ante ellas se impone la formación de la persona por medio del
cabal cumplimiento de los preceptos y de la idónea y respetuosa guía parte
de eruditos judíos en Torá.
El que se forma por medio de los mandamientos
y Torá, no ceja de cuestionar al mismísimo Dios, cuando asó considera
prudente; no teme en reconocer que su creencia puede a veces debilitarse; no
tiembla cuando un fugaz rayo de crítica le impulsa a considerar que quizás
su sistema de valores es incorrecto; no aborrece el buen uso de la razón
instrumental; pero, se mantiene diligente en el estricto cumplimiento de los
preceptos, sin otro afán que el de cumplirlos porque eso es lo que hay que
hacer.
Cuando la convicción aparece, la confianza en Dios reluce
(la convicción amanece, de a poco va emergiendo de la espesura de la
confusión oscurecida, pausadamente, no de forma intempestiva).
Mientras sea la fe la que esclaviza a la persona, no existe confianza, ni
apego, ni certeza en la existencia del Mundo Venidero, ni siquiera esfuerzo
por conectarse/apegarse lealmente al Eterno. Existe sumisión, petrificación,
temor angustioso de infiernos y promesas vacías de paraísos.
Mientras se mantenga al niño que fuimos controlando al adulto que queremos
ser, el camino de la espiritualidad estará tachonado de obstáculos.
Pero, si finalmente no emerge la convicción, a
pesar del cuidado amoroso por cumplir correctamente con los preceptos, a
pesar del esmerado regocijo al estudiar de la Torá; ¡tampoco importa!
Ya que se está haciendo lo que es bueno para uno mismo, y para el prójimo,
de acuerdo al designio del Eterno, Padre de todos.
Si mi modesto trabajo aquí presentado le ha sido de
bendición, no
olvide que este sitio y su autor se mantienen gracias a Dios, que en parte
canaliza Su bondad a través
de la colaboración económica de
los lectores.
No cierre su mano, y abra
su corazón bondadoso para ser parte de la Obra del Eterno.
Que el Uno y Único Dios bendiga a quienes le
son fieles servidores,
y que
sepamos construir Shalom, Iebarejejá H'.
Yehuda Ribco
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