Shalom,
"¡Bendito el que viene en el nombre del
Eterno!" (Tehilim / Salmos 118:26).
Bienvenido y gracias por escribir.
No tengo mucho tiempo en este momento para
escribir una respuesta extensa y detallada, como creo que haría falta, por
lo cual daré unas breves ideas.
Temo que por lo esquemático de mi respuesta dejaré muchos rincones sin
tocar, pero que son importantes de tener en cuenta.
Espero, sin embargo, que al menos con lo que le diré tenga elementos para
mejorar su situación.
Pasemos a la respuesta.
El mal tiene muchos rostros,
a veces es una
espada con fuego,
en otras ocasiones se presenta como un pobre cieguito con
el corazón más oscuro que su mirada.
Ahora bien, ¿qué podemos hacer ante el mal que
se presenta en figura desvalida y necesitada de compasión?
Como insta la Torá del Eterno:
"he puesto
delante de vosotros:
la vida y la muerte;
la bendición y la maldición.
Escoge, pues, la vida para que vivas, tú y tus descendientes"
(Devarim / Deuteronomio 30:19)
Y que con inspirada sabiduría resumiera el
salmista:
"Apártate del mal
y haz el bien;
busca la paz y síguela...
y vivirás para siempre."
(Tehilim / Salmos 34:15, 37:27)
Nuestra obligación en la vida es apartarnos del mal para hacer el bien.
Apartarnos de todo mal, sin considerar si viene en ropajes principescos o en
míseros andrajos.
El mal, en cualquier de sus versiones, es para ser rehuido.
Llevemos esta idea al terreno práctico.
Encienda luces de Januca en su vida,
tanto las reales que encenderemos en una semana,
como las luces del cumplimiento de los preceptos.
Alumbre para que resalten los verdaderos milagros,
para que lo bueno sea lo que destaque.
Viva de manera que su vida sea plena tal como se consigue por medio del
apego a la Halajá.
Ande por el camino de la plenitud:
Estudie Torá.
Cumpla lo mejor que pueda con los mandamientos de la Torá.
Procure conocerse para conocer a su prójimo y de esa manera actuar con mayor
equilibrio y rectitud.
Recuerde que las personas somos criaturas escogidas del Eterno, por tanto no
debemos rebajarnos ni desmerecer a nuestro prójimo.
Haga el bien, tal como éste ha sido definido por nuestros Sabios de todas
las generaciones.
No
contienda con la mentira pues,
cuando una persona pelea con un chancho en el
fango,
la persona termina cansada, amargada y sucia,
en tanto que el chancho termina igualmente de sucio ¡pero feliz!
En cuanto a su vecino,
no precisa hablar con él,
pues lamentablemente él está más ciego del corazón que de los ojos,
está enceguecido por el resentimiento y la adoración a la idolatría.
Es un sordo también, y de los de la peor clase, pues no quiere escuchar,
solamente desea repetir fanáticamente los estribillos que sostienen la
mentira en su corazón.
Cada palabra que no sea de aplauso a su mentira, es sentida como una daga
filosa que atraviesa sus débiles defensas. Por tanto, se cerrará con más
violencia y repetirá con más fanatismo sus consignas perversas.
No hay diálogo posible con una persona así, mientras su ánimo sea el del
ataque artero para protegerse de la Luz.
No hay diálogo, pues solamente conoce el monólogo plagado de consignas
prefabricadas que le mantienen apartado de las preguntas y de la Luz.
(Éste es uno de los motivos de la existencia del misionerismo y de su poder
para propagarse: el miedo a la Luz que los fuerza a escudarse detrás de más
y más rigor y delirios).
No hable con él,
tampoco pierda tiempo escuchando la sarta de mentiras, excusas y medias
verdades.
No sé ofusque por lo que este personaje diga o deje de decir,
pero si nota usted que él ha incurrido en algún delito, o se sobrepasa de
alguna manera, no dude en recurrir a los mecanismos legales de su país.
Pero no deje de darle una mano cuando él, a causa de su desvalidez, la
precise.
No olvide que detrás de esa ceguera, detrás de ese fiero rostro portador de
la mentira,
detrás de toda la malicia que pueda o no manifestar,
se encuentra un espíritu puro que sufre en su estrecha prisión de miseria y
amargura.
Cuanto más él se hunde en idolatría, tanto más su espíritu puro es lacerado
y sufre.
Por tanto, usted sin aceptar ni una letra de sus mentiras, tiene la
posibilidad de compadecerse de ese espíritu puro que padece, sin por eso
condescender con la mentira y el vil engaño que es la idolatría.
No sé si me
hago entender:
no confronte, ni discuta, ni siquiera entable una mímica de diálogo
(pues el fanático no sabe dialogar, así que usted no tendrá éxito con él),
simplemente usted manténgase firme en su fidelidad al Eterno, en su actitud
de generosidad hacia las personas, y rechace, sin atacar, todo lo que lo
pueda alejar del Bien.
Encienda luces, joven amigo, y disfrute viendo
el rostro de los que como usted no temen a la Verdad y por eso no huyen ante
ella.
Encienda luces y ayude a encenderlas.
Reproduzca en su vida los dos milagros de Januca:
-
que los pocos y débiles fieles a Dios
lograron derrotar a los numerosos y fuertes fanáticos de la mentira;
-
que la pequeña luz que a la que nadie le
tenía confianza, finalmente fue una gran Luz que alumbró desde entonces
y para la eternidad.
Si le quedan dudas, hágalas saber.
Jag urim sameaj.
Iebarejejá H' - Dios te bendiga, y que sepamos construir Shalom
Notas:
1-
Yehuda Ribco
E-mail:
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