Shabbat: Tevet 28, 5765, 8/1/06
Comentario de la Parashá Vaerá
Libre albedrío
Maimónides, a la Luz de nuestras Fuentes,
enseña que el Eterno nos garantiza a los humanos la plena libertad de
escoger en lo que a decisiones éticas refiere. En consecuencia, somos
responsables directos por nuestras acciones y omisiones, y por tanto,
merecedores de nuestra justa retribución (premio y castigo,
como se les suele decir).
Pero, si observamos nuestra parashá, nos
encontramos con la siguiente declaración del Eterno:
"Yo endureceré el corazón del faraón ... no
os escuchará..."
(Shemot / Éxodo 7:3-4)
¿Acaso tuvo libertad de escoger el Faraón?
¿Dónde queda su libre albedrío cuando el Eterno mismo "le endurece el
corazón" para que no reconozca el Poder del Eterno, y así se niegue a
apiadarse de los israelitas?
Si no tenía libertad de escoger, ¿cómo se lo
puede hacer responsable por sus actos?
¿Con qué derecho y justicia se lo castigaría, siendo que él no sería más que
un utensilio carente de voluntad?
En verdad, para comprender lo que aconteció
con el faraón, debemos hacer el esfuerzo para ubicarnos en su época y lugar.
Cualquier persona que viera, y sintiera, la fiereza de las sucesivas plagas,
no tendría libertad para decir que el Todopoderoso no existe, pues Él se
estaba manifestando con asombrosa claridad en Egipto. Obviamente que no se
lo veía en persona, pero Su Presencia a través de Sus actos, eran
indudables.
La cronométrica sucesión de plagas, no eran milagritos, ni actos
circenses, ni siquiera un milagro o hecho maravilloso aislado.
Eran auténticas demostraciones del brazo extendido y la mano poderosa del
Eterno.
Toda vez que la Presencia es racionalmente indudable, se corta la
posibilidad del libre albedrío, pues nadie en sus cabales optaría por lo
malo, sabiendo sin lugar a ninguna duda que el Eterno existe y juzga.
Para los egipcios en época de las plagas, se
interrumpió el libre albedrío, ya que allí sintieron a ciencia cierta al
Todopoderoso, tal y como Él había anunciado:
"Así sabrán los egipcios que Yo soy el
Eterno, cuando extienda Mi mano sobre Egipto y saque a los Hijos de Israel
de en medio de ellos."
(Shemot / Éxodo 7:5)
Así pues, para que Faraón tuviera realmente
libre albedrío, el Eterno debía hacer algo inusitado (tal
como fuera de lo común eran las circunstancias): endurecer su
corazón, para que le fuera difícil reconocer la evidente Presencia. Él era
capaz de atestiguar los hechos maravillosos que estaban aconteciendo, era
capaz de aceptar la ineficacia de la ciencia/magia para reproducirlos, pero,
sin embargo, no era capaz de admitir la mano del Eterno detrás de ellos.
Con esta imposibilidad, él aún podía escoger entre continuar siendo un
despiadado tirano, o arrepentirse y actuar con hidalga bondad. Libremente, y
no compelido por la irrebatible Presencia.
Todos, hasta el Faraón, con su insoportable
rebeldía, poder y terquedad, somos merecedores de actuar movidos por nuestro
libre albedrío, para de esa manera saciar el hambre de bien que anida en
nuestro puro e intocado espíritu.
(Para que los misioneros, siempre sedientos de balas que
disparar contra los espíritus ingenuos, no usen este comentario contra los
santos y sabios que repudiaron al villano Jesús en su momento (de acuerdo al
mito del así llamado Nuevo Testamento), debemos apuntar que el espíritu de
Faraón estaba totalmente podrido, en el extremo más apartado de la
pureza que un ser humano puede alcanzar. Por su parte, los sabios judíos en
épocas del Jesús evangélico, eran personas abocadas al bien,
presurosos para cumplir con el mandato del Padre, en su gran mayoría
fraternos brazos para sus contemporáneos. Imposible que el Eterno les
endureciera el corazón, a la manera que ocurrió con el villano Faraón.)
La cuestión práctica, cotidiana es:
¿habitualmente hacemos uso de nuestro libre albedrío?
¿Potenciamos nuestra vida espiritual, o anestesiamos nuestra verdadera vida
con placeres pasajeros?
¿Somos libres en nuestros hechos?
¿O actuamos como esclavos, por estar atrapados a determinados influjos que
nos marcan sutilmente y no nos permiten desplegar nuestra verdadera esencia?
Cuando hablamos, pensamos, hacemos, ¿estamos siendo fieles a nuestra
voluntad espiritual, esa que es fiel a la divina Voluntad?
O más bien, actuamos con docilidad ante eso que nos aprisiona: la moda, el
comentario del otro, la ambición desmedida, la educación retorcida, la
propaganda, etc.
Pensemos un poco este santo Shabbat, pensemos
en nuestra libertad y pongámonos a actuar para realizarla.
¡Les deseo Shabbat Shalom UMevoraj!
Moré Yehuda Ribco
Notas:
-Otras interpretaciones de este pasaje de la
Torá, y más estudios los hallan
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Relatos, anécdotas y enseñanzas
Ariel mentía.
Mentía porqué sí.
No mentía para dañar, ni para burlarse, ni siquiera para escapar de algún
merecido castigo.
Mentía por el placer, o el vicio, de mentir.
Así sus padres como sus maestros le reprendían sin cesar, y más o menos con
la siguiente idea: "Eres esclavo de tus palabras, pero amo de tu silencio.
Cuando mientes, eres esclavo de la mentira."
Pero Ariel, con sus diez años, mentía.
En cierta ocasión, a raíz de sus mentiras,
tanto su maestro querido como su mejor amigo, sufrieron graves problemas. Y
con solemne determinación, Ariel se prometió luchar contra su vicio de
mentir.
Preguntó algún método, y le dijeron que
anotara sus exageraciones y fábulas, de ese modo llevaría un registro y
tendría un control sobre sus dichos.
Con gran esfuerzo, así hizo.
Al cabo de una semana, revisó sus anotaciones.
Con cada línea que leía, más y más su corazón se apenaba, y su rostro
empalidecía.
Estaba comprobando como mentía a granel, no paraba de mentir, ni siquiera al
ir a dormir.
Esto lo desalentó mucho, sin dudas, pues, ¿cómo un niño de diez años puede
competir con un vicio tan fuerte y derrotarlo?
Corrió a buscar consejo y guía, y le dijeron
que optara por morderse la lengua, metafóricamente, antes de hablar. Y que
el mordisco fuera real cuando sintiera que diría una mentira, una
exageración, o alguna cosa equívoca.
Con la lengua mascada terminó una semana de
lucha contra su adicción.
Resultó un método muy dificultoso, sin dudas.
Pero, al menos gracias al duro ejercicio ahora sentía una punzada de dolor
antes que de su boca saliera una mentira.
Era un paso en la dirección correcta.
Ahora ponía más atención al hablar, y hacía
hasta lo imposible por guardar sus palabras.
Y realmente, hasta lo imposible debía hacer para ganarle a su tenaz
adicción.
Un Shabbat, uno de los maestros menos apreciados por Ariel le dijo: ¿Cuando
rezas, recuerdas pedirle a Hashem que te ayude en tu lucha?
Y no dijo nada más.
Ariel estaba a punto de largar su mentira, cuando el punzón en la lengua lo
detuvo.
Fue el tiempo suficiente como para que se acordara del Todopoderoso.
Con el corazón abierto, y una sinceridad inigualada pidió al Eterno perdón y
ayuda para vencer a su pasión por la mentira.
Y el sintió que sus plegarias habían sido bien acogidas... sin embargo, no
se tenía confianza a sí mismo, tan mentiroso era que hasta ahora dudaba de
lo que sentía en su corazón.
Pero, no tardó en darse la oportunidad para
ser probado nuevamente, pues, unos momentos más tarde, algunos de sus
compañeros se acercaron y le preguntaron burlonamente: ¿Ya dejaste de decir
mentiras? ¿Pudiste en esta semana ser una persona decente?
Ariel estuvo tentado de decir una mentira para
salir de esa situación embarazosa, pero si la decía, ¡perdía!
Y si decía la verdad, ¡ellos se burlarían!
Sin remedio, dijo la verdad: Hice mi mejor
esfuerzo, pero es muy difícil. Pero, sigo trabajando para lograrlo, y ahora
tengo a Hashem de mi parte.
Estaba esperando las risas y mofas de sus
compañeros, pero solamente recibió palmadas en la espalda, palabras de
ánimo, y la sensación de que sin dudas estaba andando por el camino
correcto.
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