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Pesaj es zman jerutenu, el tiempo de nuestra
libertad,
pues en el año 1313 AEC el Eterno tomó a los Hijos de Israel del hoyo de la
esclavitud en Egipto, y con amor y paciencia los rescató y dio una vida
encaminada hacia la libertad.
Él nos extrajo, nos redimió, nos rescató, nos libertó,
pero no nos pudo hacer libres,
ya que el "ser libre" no se consigue como regalo,
como don divino,
o por intermedio de un milagro.
El "ser libre" es una manera de estar y actuar en el mundo,
es una decisión personal
y una constante labor para actuar con libertad.
Por ser la libertad una cuestión de la persona,
y una cuestión fundamental,
en el judaísmo se nos proveen a diario de herramientas
(que son conscientes o inconscientes) para adquirir nuestra libertad
y ejercerla realmente.
Quizás en otra oportunidad hablemos de estas herramientas,
pues deseo concentrarme en una sola de ellas.
En una que identifica precisamente a la fiesta de la libertad,
y que es uno de sus mandamientos esenciales,
la herramienta en cuestión se llama: "no tendrás jametz -alimento
leudado- en los días de Pesaj".
¿Cómo puede ser que este mandamiento ritual tenga algo que ver con la
esencia misma de la persona, su libertad?
La respuesta es bastante simple, una vez que se la conoce.
Al educar a discernir y controlar los impulsos,
la persona está aprendiendo a ser libre.
El impulso de comer es natural y saludable,
pero es realmente bueno y trascendente
cuando el acto de comer se lo realiza dentro de ciertos parámetros
diseñados por la Mente divina.
Lo mismo acontece con el resto de los actos naturales de la vida,
y es por eso que la Torá reglamenta y regula la satisfacción de todos los
impulsos naturales.
Ahora bien,
cuando llega la semana de Pesaj,
la persona judía debe abstenerse de consumir, incluso de poseer, aquello que
en el resto del año le es permitido.
Todo el año el pan, masas, galletas, tortas y otros productos con harina y
leudante son permitidos (en tanto cumplan con las
reglas del
kashrut);
pero de pronto, una semana eso permitido pasa a la categoría de ajeno, de
prohibido. Y no hay un porqué que sea razonable, al menos para la mente
humana.
Tampoco lo hay, realmente, para las prohibiciones del kashrut de todo
el año.
Pero con el jametz, la prohibición es
-
tan severa (el castigo para el que transgrede este precepto es
enunciado muy estrictamente en la Torá),
-
tan exigente (hasta
un pedazo del tamaño de una aceituna de jametz es violar la
norma) y
-
tan repentina (lo que hasta ayer era permitido ahora es prohibido y
dentro de una semana vuelve a estar permitido),
que es un verdadero
corte en la vida cotidiana que obliga (o debiera)
a plantearse y replantearse lo que uno está haciendo con su vida. Y si este replanteo es efectivo, uno bien podría preguntarse no solamente qué estoy comiendo, cómo y por qué, sino principalmente para qué. Como para nutrirme, para paliar un angustiosa hambre de afectos, para satisfacer una gula irrefrenada, para tener energías para crecer cada día más. ¿Para qué como? Y es posible también que el replanteo se extienda a otros áreas de la vida, y uno así pueda preguntarse, y hasta quizás responderse qué es lo que está haciendo con su preciosa e irrecuperable vida, y para qué lo está haciendo.
Y si es firme y no teme continuar preguntándose,
y responderse,
quizás descubrirá que lo que hasta ayer le parecía permitido,
necesario de hacer,
en realidad es un acto contrario a su esencia personal,
un acto que lo aleja de su libertad.
Y puede ser que las preguntas y respuestas queden en un juego mental,
que no promuevan un verdadero cambio en la conducta,
y que el que hasta ayer fumaba, siga quemando su vida,
que la que no comía para tener una figura esquelética, siga muriendo
literalmente de hambre,
que el que huía hacia sus negocios o varios ocios para no enfrentar su vacía
vida afectiva , siga viviendo en un mundo de fantasías,
que el que echaba culpas al mundo y a todos, menos a sí, por sus males, siga
viviendo del pan del rencor y la vergüenza;
pero si se preguntó qué y para qué,
y se animó a lanzar una tímida respuesta,
dé por cierto que al menos en esos instantes paladeó el sabor de la
libertad.
La libertad,
no se halla en hacer lo que uno quiere hacer,
sino en hacer lo que corresponde
teniendo un "para qué" trascendente como objetivo.
Si le quedan dudas, hágalas saber.
"¡Bendito el que viene en el nombre del
Eterno!" (Tehilim / Salmos 118:26)
Iebarejejá H' - Dios te bendiga, y que sepamos construir Shalom
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Notas:
Yehuda Ribco
E-mail:
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