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-Carta abierta-
El veneno de la demonización
Marcos AGUINIS
Queridos amigos:
Escribo con preocupación y algo de esperanza. Ruego que me lean con
cuidado y hasta el final, porque es grave lo que voy a decir. Tiene que ver
con nuestro caldeado presente.
En los actos recordatorios de la Shoá se insiste sobre las
responsabilidades judías y no judías de la tragedia. Es demostrable
que hubo culpas de negligencia, pasividad y escasa movilización, tanto de
las mismas organizaciones judías como de los gobiernos, iglesias y demás
instituciones del mundo libre. No se actúa con la energía necesaria.
De esto se habla mucho y se aprende poco.
La pregunta reiterada de por que los nazis pudieron cometer sus
crímenes tiene una respuesta sencilla, como sencillas son las grandes verdades:
desde hacía siglos el judío fue objeto de una sistemática
"demonización".
Fue reducido a la condición de cáncer, cucaracha, basura. Por lo
tanto, no escandalizaron hasta la médula los chorros de leyes raciales que año
tras año se sancionaron en Alemania, no se abrieron los puertos del mundo
para recibir a los refugiados y luego, durante la guerra, no se
bombardearon
los campos de exterminio ni las vías de los trenes que trasladaban a los
condenados. Terminadas las hostilidades, Gran Bretaña no permitía que
los sobrevivientes de los campos encontraran alivio en la entonces
Palestina mandataria. Eliminar judíos (eliminar el problema judío) sonaba a
higiene, incluso para los que no eran nazis. Los judíos tenían algo de
despreciable, arraigado en el imaginario colectivo del mundo por siglos de prédica
antisemita. Por eso la lucha por la independencia del Estado de Israel
luego de la segunda Guerra Mundial también fue desigual y terrible,
porque no fue acompañada por el decidido apoyo moral que debía prestarle el
grueso
de los países que, en forma directa o indirecta, habían sido cómplices
de la Shoá.
Precisamente, como resultado de la aberración suprema que significó la
Shoá, el estigma de la demonización judía fue aminorado en la segunda
mitad del siglo XX, pero no desapareció. Fue desplazado en forma sutil hacia
Israel. Basta leer los diarios de la época para advertir que, desde
antes de su independencia, Israel fue objeto de una inclemente y prejuiciosa
hostilidad, sólo comparable a la sufrida por el pueblo judío desde
hacía centurias. Era cuestionada su legitimidad, como fue cuestionada la
sobrevivencia judía luego de haber parido al cristianismo y el Islam.
Todo lo que hiciera para sobrevivir fue y es objeto de condena, porque en
el fondo lo que en verdad molesta es su inexplicable
sobrevivencia, su negativa a suicidarse. Así como el judío fue el arquetipo del avaro
sediento de sangre, Israel es el arquetipo de una entidad expansionista,
hegemónica y opresora que resiste su liquidación. Si devuelve
territorios, es porque le infligieron una merecida derrota, y si invade territorios
para extirpar nidos de terroristas y francotiradores, es porque tiene
ambiciones imperialistas. Siempre procede mal, lo cual es lógico: el demonio
jamás hace actos buenos.
El voto anti israelí soviético-islámico -que prevaleció durante
décadas en las Naciones Unidas y que aun continúa su ejercicio-, demuestra que
prosigue intacta la falta de ecuanimidad. Israel es el único país
condenado a no integrar el Consejo de Seguridad ni ha sido aceptado por la Cruz
Roja Internacional, por la sola razón de ser Israel. Que esta situación se
mantenga, especialmente la última, revela una injusticia tan escandalosa
como intolerable, que se acepta como algo normal. Israel -se dijo con
elocuencia- equivale al judío entre las naciones, el perpetuo mal
visto, el que debe pedir perdón hasta por lo que no hace. Ahora su descrédito está siendo inyectado groseramente por los medios
de comunicación masiva. Ya no se trata de predicadores que acusan a los
judíos de haber matado a Cristo, de ser pérfidos, de apuñalar hostias
consagradas, de desangrar niños para fabricar pan ázimo, de practicar la usura para
empobrecer a los cristianos, de querer dominar el mundo. Ahora se
acusa de Israel de tener una especial predilección por el asesinato de niños
palestinos, hambrear a sus familias, y tener sometido a todo un pueblo
por codicia expansionista o congénita maldad. Incluso se lo compara con la
Alemania de Hitler. Y ya es un lugar común repetir que es el cáncer
del Medio Oriente. El mensaje no genera dudas: Israel es un Estado
pérfido, y esto se potencia con el recuerdo conciente o inconsciente de que los
judíos siempre lo han sido. Cuando mataron a Itzhak Rabín el
patriarca
de la iglesia de Antioquía en Buenos Aires dijo con un gesto de manos que
mostraban la equivalencia: Ninguna sorpresa: los judíos crucifican,
los israelíes asesinan. Por supuesto que los medios de comunicación nada informan sobre la
pedagogía del odio que se inculca a los niños árabes y a los
musulmanes no árabes. No muestran a los grupos armados que disparan tras el escudo
de niños lanzados a la muerte por sus propios padres y maestros. Nada
dicen sobre la burda trampa en que cayó la opinión pública al tragarse que
la Intifada se debió a la visita de Ariel Sharon al Monte del Templo,
cuando en realidad había sido decidida por Arafat tras patear el
tablero de Camp David II. Tampoco hay refutaciones del Consejo Mundial de Iglesias, ni
de
la Iglesia Católica, ni de las Iglesias Ortodoxas Griega y Rusa a la
insolente del actual muftí de Jerusalem, quien afirma la inexistencia
de rastros judíos bíblicos en la tierra de Israel. Y no lo hacen aunque es una puñalada directa al corazón del cuerpo
teológico cristiano, construido a partir de la historia de Israel en
la tierra de Israel. Sin esa historia, el cristianismo pierde sentido.
Pero callan porque total, quien se desligitima primero es Israel. El
presidente de Siria dijo en su discurso oficial ante al papa Juan Pablo II que
los judíos intentan matar todos los principios de la fe divina con la
misma mentalidad con la que traicionaron y torturaron a Jesús, y de la misma
forma en que atacaron deslealmente al profeta Mahoma. Semejante vómito
de odio antijudío, propio de las cavernas medievales o el delirio nazi,
no mereció la inmediata réplica del pontífice, sino un pálido comentario
de su vocero.
Mis amigos: se repite delante de nuestras narices, en estos días, el
clima de demonización que preparó la catástrofe de la Shoá. Pero agravado,porque
en aquella época hubo valientes boicots en contra del Tercer Reich por
parte de comunidades judías más débiles que las actuales. Ahora, en
cambio, pese a los recursos y lobbies existentes, predomina la parálisis y el
desconcierto. Incluso vastas franjas del judaísmo creen que Israel aplica un exceso
de severidad contra las sanguinarias provocaciones realizadas con
fusiles, obuses y coches-bomba. Hasta destacados periodistas judíos, por
ignorancia o intereses, se acoplan a la peligrosa tarea. Borrar del mapa a Israel
pronto ya no será sólo una ambición exclusiva de árabes y musulmanes.
Hasta quienes le tienen simpatía dirán con un suspiro: Y bueno, se trata
verdaderamente de un insoportable cuerpo extraño.
Sabemos que el racismo de Hitler fue incentivado por la indiferencia
mundial.
Ahora la guerra en el Medio Oriente es incentivada por los medios de
comunicación que, en su mayoría, cumplen un rol criminal. No sólo
hacen daño a la sufrida población israelí, sino que bloquean el acceso a
una paz sensata y fecunda. La Intifada y el odio anti israelí, gracias a esos
medios, están recibiendo más estímulo y gratificaciones que las
esperadas en un comienzo.
Los medios contribuyen a que millones de árabes ya no quieran un
Estado palestino junto a Israel sino que, arrogantes, vuelvan a querer un
Estado en el lugar de Israel. Repudian los acuerdos de Oslo (aunque los
invoquen hipócritamente cuando conviene).
Feisal Husseini, el dialoguista funcionario de la Autoridad Palestina
encargado de los asuntos de Jerusalén ha dicho a fines de marzo en un
diario de Beirut que el objetivo estratégico de la Intifada es conseguir un Estado que vaya del Jordán al Mediterráneo.
¿Hacen falta más pruebas? Si las necesitan, lean los diarios en árabe, no las
declaraciones en inglés para consumo de ingenuos.
Los medios de comunicación ignoran los esfuerzos de Israel para frenar
la violencia, evitar muertes y llegar a un acuerdo más o menos aceptable
para las partes (en todo acuerdo hay una herida narcisista, porque nunca se
obtiene todo lo que se quiere, pero tampoco se puede exigir el
suicidio del interlocutor, como ahora anhelan los palestinos). No es apreciado el
activo y multitudinario movimiento pacifista israelí, que no logra tener una
contraparte árabe. Si aún no existe un Estado palestino, ya no se debe
a la intransigencia israelí, sino a que Arafat y sus hombres prefieren una
guerra de desgaste que termine por quebrar e incluso disolver el
Estado
judío. El Estado palestino estuvo a punto de ser alumbrado en Camp
David II, antes de que Arafat quebrase las conversaciones de paz.
Por consiguiente, es mentira que los palestinos libran su guerra de la
independencia, porque la tienen al alcance de la mano: libran una
guerra para destruir a Israel, aunque sea en el mediano plazo.
Resulta increíble que esta evidencia peligrosísima, pero que devela la
fuente del enrevesado conflicto- sea escamoteada.
Y bien; llegamos aquí a la responsabilidad de las instituciones
judías.
!Deben movilizarse para detener la enardecida demonización de Israel!
En consecuencia, propongo lo siguiente:
Establecer como prioridad esta lucha, de la misma forma que se haría
en el tiempo previo a la Shoá si existiese una máquina del tiempo. Debe ser
una lucha intensa, apasionada y metódica. Con la certeza de que estamos
frente a un desafío extraordinario. Constituir una fuerza de tareas con ramas activasen muchos países, que
reúna ideas, conocimientos, planificación y proponga acciones.
Registrar personalidades, periodistas, funcionarios, empresas e
instituciones con las que se debe mantener un diálogo permanente y
esclarecedor sobre este tema. Estudiar las medidas que se adoptarán contra los medios de
comunicación masiva que practiquen una descalificación tendenciosa de Israel, más
allá de las críticas justificadas que su gobierno pueda merecer.
Conseguir que periodistas e investigadores de prestigio recorran las
publicaciones y los textos de enseñanza en el mundo islámico para
denunciar su sistemática pedagogía de odio y difamación, donde ni siquiera
faltan los repugnantes libelos del antisemitismo clásico. Elaborar medidas progresivas y rotundas contra quienes incitan a la
guerra y promueven el terrorismo. Superar la creencia de que poco o nada se
puede hacer. El objetivo es una paz justa para todos los pueblos del Medio
Oriente, sin excluir a ninguno. Señalar con énfasis la hipocresía de gobiernos, empresas y medios de
comunicación que miden a Israel y sus oponentes con distinta vara.
No olvidar que las aberraciones de Hitler fueron directamente proporcionales al silencio del mundo. Por lo tanto, urge demostrar que
la estrategia de conflagración permanente para desligitimizar y disolver
a Israel no goza de aceptación mayoritaria. Ahora se habla de la Agenda que el pueblo judío deberá confeccionar
ante la nueva centuria. Pues bien, acabo de proponer el primer punto de esa
Agenda.
Cordialmente,
Marcos Aguinis.
Buenos Aires, mayo de 2001.