Shabbat: Jeshvan 10, 5766; 12/11/05
Un
comentario de la Parashá Lej Lejá
Al
sufrir... altruismo
En nuestra parashá nos encontramos con el
siguiente mandato personal para el primero de los patriarcas hebreos:
"Entonces el
Eterno dijo a Avram [Abram]: 'Vete de tu tierra, de tu parentela y de la
casa de tu padre, a la tierra que te mostraré."
(Bereshit / Génesis 12:1)
Se cuenta del rabino Najum de Chernobil que
dedicaba mucho tiempo para ayudar a liberar a judíos aprisionados por
regímenes autoritarios, y muy a menudo antijudíos.
Acostumbraba el rabino viajar de un sitio a otro, en cada lugar hacía esfuerzos
denodados para recolectar fondos y de ese modo poder pagar las expensas
necesarias para preservar la vida e integridad de los judíos prisioneros, y
a veces también para abrirles la puerta hacia la libertad.
Cierta vez que se encontraba en Zhitomer, algunas personas maliciosas
difundieron falsos rumores acerca de su persona y él mismo fue tomado
prisionero.
En las mazmorras oscuras del oscuro régimen escondieron al sabio inocente.
Una persona justa que lo vino a visitar le dijo: "El patriarca Avraham era
sobresaliente en los actos de bondad que hacía para los viajeros. Los
convidaba con todo tipo de manjares y bondades, les dedicaba mucho tiempo, esfuerzo y dinero para hacerles la
vida más confortable. Entre sus virtudes estaba la que siempre se esforzaba para conocer a sus invitados,
para de ese modo darles lo mejor y más indicado para ellos.
No es casual ni arbitrario que el Eterno le haya ordenado salir de su casa,
de su barrio, de su país; pues, solamente aquel que personalmente
experimenta lo que significa ser un extranjero en un lugar extraño está
capacitado para sentir de primera mano las necesidades del viajero y del
desterrado. Obtuvo
así un gran conocimiento, pues se conoció a sí mismo y de esa manera pudo
conocer en verdad al prójimo.
Algo similar ocurre con usted en este momento. Usted está completamente
dedicado a rescatar prisioneros, y ahora el Eterno le está dando la
oportunidad para que experimente qué es este tormento de estar cautivo. Esta
experiencia le dará la correcta apreciación de lo que es necesario hacer y
decir al momento de querer rescatar al prójimo apresado. Aproveche esta
oportunidad, aprenda y verá que estará un peldaño más alto en su
espiritualidad".
Este consejo es bien cierto.
Cuando sufrimos cualquier trance doloroso o
preocupante, debemos recordar y aprovechar cuidadosamente cada detalle para
luego aprender a obtener beneficio de ese momento.
Tratemos de incorporar el recuerdo del suceso como una nueva
experiencia que sirve para alcanzar una finalidad positiva.
Esto no significa que colguemos del cuello de nuestra alma un perenne cuadro
del suceso ingrato y del sufrimiento; sino que aprovechemos el dolor para
crecer en conocimiento, altruismo y conciencia del bien.
Viéndolo desde un punto de vista pragmático:
ya que nos toca sufrir, ¿es de sabio añadir un mal recuerdo o un negro
sentimiento al dolor vivido?
¿No es más racional y productivo hacer lo que podemos para convertir la hiel
en miel?
Pongamos un par de ejemplos, bastante
diferentes pero en los que se puede aplicar esta enseñanza.
El joven no dedica mucho de su tiempo y energía al estudio. Faltan dos
semanas para el final de clases, y entonces se despierta de su larga siesta
y quiere estudiar, participar y esmerarse lo que no hizo en el transcurso
del año lectivo.
Finalmente, no puede salvar el curso, debe repetirlo... resultado lógico de
su actitud negativa...
Si es persona de atesorar resentimientos (o de desaprovechar la situación
para convertirla en experiencia positiva), echará culpas a los maestros y
padres, a los compañeros y la vida, hasta quizás a él mismo, pero no
modificará positivamente su actitud, y entonces, al año siguiente
seguramente tendrá otro fracaso en su carrera estudiantil.
Pero, si el recuerdo del mal trago es modificado para convertirse en
experiencia, entonces comprenderá su error y al nuevo año entrará con una
nueva perspectiva y actitud.
El segundo ejemplo es el de una persona
aquejada por una repentina enfermedad.
Supongo que nadie desea padecer una, y que el Eterno aleje los males de Sus
fieles.
Sin embargo, son un hecho, las enfermedades y los accidentes están en
nuestro entorno, en nuestras vidas.
Si la persona encara su padecer con ánimo adverso, atesorando malos
sentimientos en su interior, la enfermedad no se irá, pero a ella se le
sumará el encono, el rencor, la incertidumbre, la inquietud. Y entonces la
persona dedicará muchísima de su energía vital a esas negatividades, en vez
de dirigir su energía para lograr una más pronta recuperación, o un estado
de serenidad a pesar del malestar.
Pero, si la persona convierte el recuerdo de la desgracia, o el suceso de la
misma, en un trampolín para conocerse y para conocer al prójimo, para
arrepentirse, conciliarse, reconciliarse, confiar o sencillamente vivir a
pesar de la adversidad, entonces las energías anímicas estarán encausadas
para conseguir un mejoramiento de su estado o para sedar sus dolores y
continuar transitado el pesar con mayor sentido y fuerza.
Son opciones que tenemos: elegir la vida y el
bien a pesar del desastre; o escoger el mal y la muerte y entonces
incrementar o generar el hondo dolor.
Recordemos:
"...he puesto
delante de vosotros
la vida y la muerte,
la bendición y la maldición.
Escoge, pues, la vida para que vivas, tú y tus descendientes,
amando al Eterno tu Elokim,
escuchando Su voz y siéndoLe fiel.
Porque Él es tu vida y la prolongación de tus días"
(Devarim / Deuteronomio 30:19-20)
Escoger la vida, la bendición... ese es el
camino...
Pero, ¿cómo sabemos que hemos escogido correctamente el camino?
Pues, si estamos haciendo caso a la Voz del Eterno,
si actuamos con confiada fidelidad hacia Él,
si el cumplimiento de los mandamientos de la Torá son nuestros compañeros
constantes,
si nuestra actitud ante la vida demuestra nuestra confianza y cariño hacia
Él y Sus mandamientos (expuestos en la Torá).
Si vivimos de esta manera, el rencor, el resentimiento, la compulsión a
acusar injustamente, la constante prédica negativa no tienen amplio lugar en
nuestro ser.
Lo que jamás debiéramos hacer es atesorar los
frutos del feo suceso en la
sección de nuestro corazón que alberga los resentimientos o asuntos mal sanados.
La sección destinada a guardar sentimientos
negativos, es muy pequeña y de paredes endebles, y bien pronto comienza a
desbordar y a ocupar el precioso lugar de otros sentimientos.
Así, bien
rápido las secciones para el amor, la ternura, el agradecimiento, la
solidaridad, etc., se ven sumergidas en oleadas de sentimientos negativos, y
la persona se va empobreciendo afectivamente y hundiéndose más y más en la
desazón.
Tenemos algunas señales para reconocernos como
una de esas personas hundidas en el resentimiento, o quizás reconocer a
alguien de nuestro entorno.
Prestemos atención a algunas de las señales: agitación afectiva,
intranquilidad sin aparente motivo, explosiones de mal genio, impulsividad,
pasiones fuera de límites, desprolijidad, desunión, esclavitud afectiva o
material, actos de injusticia, pensamientos negativos, cansancio constante,
peleas a las que no se le puede encontrar causa, frialdad emocional, falta
de agradecimiento, sumisión o rebeldía, incapacidad para gozar y para
perdonar... dolor mucho dolor.
Recordemos las palabras -que es un
mandamiento- de la Torá:
"No aborrecerás
en tu corazón a tu hermano...
No te vengarás ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo. Amarás a tu
prójimo como a ti mismo. Yo soy el Eterno."
(Vaikrá / Levítico 19:17-18)
Para amarnos, tal como Dios manda,
para poder amar al prójimo, como expresa el mandamiento,
es menester primero eliminar el aborrecimiento que uno carga en el corazón.
Para que haya amor se ha de extirpar el deseo de venganza, el resentimiento,
pues mientras los afectos negativos estén "afectando" a la persona,
no hay espacio para que emerja el verdadero amor.
Solamente hay negociados, intercambios, mutuas necesidades para satisfacer,
caretas de amor, pasión, enamoramiento... pero no amor.
Si hemos caído en este estado de oscuridad del
alma, si es el resentimiento lo que reverbera en nuestro ser, el camino es
el de la teshuvá -el arrepentimiento total y sincero-, para diluir el
resentimiento del corazón y entonces el perdón y el amor puedan rebrotar.
(Leer
este artículo, es muy útil, según comprobamos en los hechos).
Si queremos ayudarnos con la Mano del Eterno,
podemos tener en mente y en el corazón este mensaje inspirador:
"Asa invocó al
Eterno su Elokim, diciendo: '¡oh Eterno, no hay otro como Tú para ayudar
tanto al poderoso como al que no tiene fuerzas! Ayúdanos, oh Eterno,
Elokim nuestro, porque en Ti nos apoyamos y en Tu nombre vamos contra
esta multitud. oh Eterno, Tú eres nuestro Elokim; no prevalezca contra
ti el hombre!'"
(2 Divrei Haiamim / II Crónicas 14:10)
Cuando la multitud de malos pensamientos nos
guerrean y quieren conquistarnos,
apoyémonos en el Eterno,
pidamos Su poder,
sea que nos creamos fuertes o débiles,
pues Él es quien ayuda, redime y salva.
Gracias a Dios tenemos un camino alternativo
para canalizar nuestros sentimientos, y no solamente estancarlos en el
corazón para que se corrompan y corroan nuestro interior.
Si al sufrir ubicamos el recuerdo del aprieto en el casillero de las
experiencias con finalidad positivas, entonces estaremos habilitados para
reconocer una nueva situación similar, y entonces estar prevenidos para no
sufrir innecesariamente en ella.
Pero, además estamos en condiciones de reconocer a los otros cuando estén en
similar situación penosa. Tendremos un contacto más profundo con lo que está
sufriendo, de esta manera nos sentiremos movidos a darle una mano con
sensibilidad y compasión.
De esta manera tendremos dos enormes
ganancias:
-
Podremos darnos cuenta con mayor claridad
del correcto lugar en el cual ubicar la situación problemática. Es más
sencillo darse cuenta de los problemas de los demás que los propios, y
encontrar soluciones para el ajeno que para el propio.
-
Estamos habilitados para aprender de la
situación traumática, convertirla en recuerdo de experiencia, en vez de
dejarla enquistada como malestar interno que corroe hasta los más
recónditos rincones de la persona.
Entonces, luego del sufrimiento, cuando nos
reconciliamos con nosotros mismos, estamos en posición de encontrarnos
realmente con el prójimo.
Un encuentro auténtico, que nos una en el altruismo y no por necesidades o
por negociaciones mutuas.
Cuando actuamos con altruismo, verdadera generosidad sin esperar nada
absolutamente nada a cambio, obtenemos un inmenso placer espiritual, que no
se puede explicar pero que se reconoce cuando se lo está percibiendo.
Prestemos atención a la idea que el gran
pensador, el psicólogo judío Erich Fromm, tenía respecto al amor, y tratemos
de comprender cómo esta idea se enraíza en nuestras fuentes más antiguas:
En contraste con la unión simbiótica, el
amor maduro significa unión a condición de presentar la propia
integridad, la propia individualidad. El amor es un poder activo en el
hombre; un poder que atraviesa las barreras que separan al hombre de sus
semejantes y lo une a los demás; el amor lo capacita para superar su
sentimiento de aislamiento y separatividad. En el amor se da la paradoja
de dos seres que se convierten en uno y, no obstante, siguen siendo dos.
El amor es la preocupación activa por la vida y el crecimiento de lo que
amamos. Cuando falta tal preocupación activa, no hay amor. La esencia
del amor es "trabajar" por algo y "hacer crecer" El amor y el trabajo
son inseparables. Se ama aquello por lo que se trabaja, y se trabaja por
lo que se ama.
El cuidado y la preocupación implican otro aspecto del amor: el de la
responsabilidad. Hoy en día suele usarse ese término para denotar un
deber, algo impuesto desde el exterior. Pero la responsabilidad, en su
verdadero sentido, es un acto enteramente voluntario, constituye mi
respuesta a las necesidades, expresadas o no, de otro ser humano. Ser
"responsable" significa estar listo y dispuesto a "responder". Jonás no
se sentía responsable ante los habitantes de Nínive. El, como Caín,
podía preguntar: ¿Soy yo el guardián de mi hermano? La persona que ama
responde, La vida de su hermano no es solo asunto de su hermano, sino
propio. Siéntese tan responsable por sus semejantes como por si mismo.
Tal responsabilidad, en el caso de la madre y su hijo, atañe
principalmente al cuidado de las necesidades físicas. En el amor entre
adultos, a las necesidades síquicas de la otra persona.
La responsabilidad podría degenerar fácilmente en dominación y
posesividad, si no fuera por un tercer componente del amor, el respeto.
Respeto no significa temor y sumisa reverencia; denota, de acuerdo con
la raíz de la palabra (respicere = mirar), la capacidad de ver a una
persona tal cual es, tener conciencia de su individualidad única.
Respetar significa preocuparse por que la otra persona crezca y se
desarrolle tal como es. De ese modo, el respeto implica la ausencia de
explotación. Quiero que la persona amada crezca y se desarrolle por si
misma, en la forma que les es propia, y no para servirme. Si amo a la
otra persona, me siento uno con ella, pero con ella tal cual es, no como
yo necesito que sea, como un objeto para mi uso. Es obvio que el respeto
sólo es posible si yo he alcanzado independencia; si puedo caminar sin
muletas, sin tener que dominar o explotar a nadie. El respeto sólo
existe sobre la base de la libertad: "l´amour est l’enfant de la
liberté", dice una vieja canción francesa; el amor es hijo de la
libertad, nunca de la dominación.
Respetar a una persona sin conocerla, no es posible; el cuidado y la
responsabilidad serían ciegos si no los guiara el conocimiento. Hay
muchos niveles de conocimiento; el que constituye un aspecto del amor no
se detiene en la periferia, sino que penetra hasta el meollo. Sólo es
posible cuando puedo trascender la preocupación por mi mismo y ver a al
otra persona en sus propios términos. Pero el conocimiento tiene otra
relación, más fundamental, con el problema del amor. La necesidad básica
de fundirse con otra persona para trascender de ese modo la prisión de
la propia separatividad se vincula, de modo íntimo, con otro deseo
específicamente humano, el de conocer el "secreto del hombre". Si bien
la vida en sus aspectos meramente biológicos es un milagro y un secreto,
el hombre, en sus aspectos humanos, es un impenetrable secreto para sí
mismo –y para sus semejantes-. Nos conocemos y, a pesar de todos los
esfuerzos que podamos realizar, no nos conocemos. Conocemos a nuestros
semejantes y, sin embargo, no los conocemos, porque no somos una cosa, y
tampoco lo son nuestros semejantes. Cuanto más avanzamos hacia las
profundidades de nuestro ser, o el ser de los otros, más nos elude la
meta del conocimiento. Sin embargo, no podemos dejar de sentir el deseo
de penetrar en el secreto del alma humana, en el núcleo más profundo que
es "él". La crueldad misma está motivada por algo más profundo: el deseo
de conocer el secreto de las cosas y de la vida. Otro camino para
conocer "el secreto" es el amor. El amor es la penetración activa en la
otra persona, en la que la unión satisface mi deseo de conocer. En el
acto de fusión, te conozco, me conozco a mi mismo, conozco a todos –y no
"conozco" nada-. Conozco de la única manera en que el conocimiento de lo
que está vivo le es posible al hombre –por la experiencia de la unión-
no mediante algún conocimiento proporcionado por nuestro pensamiento. La
única forma de alcanzar el conocimiento total consiste en el acto de
amar: ese acto trasciende el pensamiento, trasciende las palabras. Es
una zambullida temeraria en la experiencia de la unión. Sin embargo, el
conocimiento del pensamiento, es decir, el conocimiento psicológico, es
una condición necesaria para el pleno conocimiento en el acto de amar.
Tengo que conocer a la otra persona y a mi mismo objetivamente, para
poder ver su realidad, o más bien, para dejar de lado las ilusiones, mi
imagen irracionalmente deformada de ella. Sólo conociendo objetivamente
a un ser humano, puedo conocerlo en su esencia, en el acto de amar. El
problema de conocer al hombre es paralelo al problema religioso de
conocer a Dios. En la tecnología occidental convencional se intenta
conocer a Dios por medio del pensamiento, de afirmaciones acerca de
Dios. Se supone que puedo conocer a Dios en mi pensamiento. En el
misticismo, que es el resultado del monoteísmo, se renuncia al intento
de conocer por medio del pensamiento, y se lo reemplaza por la
experiencia de la unión con Dios, en la que ya no hay lugar para el
conocimiento acerca de Dios, ni tal conocimiento es necesario. La
experiencia de la unión, con el hombre o, desde un punto de vista
religioso, con Dios, no es en modo alguno irracional. Por el contrario,
y como lo señaló Albert Schwetzer, es la consecuencia del racionalismo,
su consecuencia más audaz y radical. Se basa en nuestro conocimiento de
las limitaciones fundamentales, y no accidentales, de nuestro
conocimiento. Es el conocimiento de que nunca "captaremos" el secreto
del hombre y del universo, pero que podemos conocerlos, sin embargo, en
el acto de amar.
Cuidado, responsabilidad, respeto y conocimiento son mutuamente
interdependientes.
El amor infantil sigue el principio: "Amo porque me aman". El amor
maduro obedece al principio: "Me aman porque amo". El amor inmaduro
dice: "Te amo porque te necesito". El amor maduro dice: "Te necesito
porque te amo".1
¡Les deseo a usted y los suyos que pasen un Shabbat Shalom UMevoraj!
¡Qué sepamos construir shalom!
Moré Yehuda Ribco
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Notas:
1-
Tomado de "El Arte de Amar", Cap. II, Ed. Paidós.
Otras interpretaciones de este pasaje de la
Torá, y más estudios los hallan
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