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  Lic. Prof. Yehuda Ribco // Jeshvan 5, 5766 - 7/11/05

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Parashá  >> Bereshit / Génesis

         Lej Lejá > Bereshit 12:1 - 17:27

Shabbat: Jeshvan 10, 5766; 12/11/05

Un comentario de la Parashá Lej Lejá
           Al sufrir... altruismo

En nuestra parashá nos encontramos con el siguiente mandato personal para el primero de los patriarcas hebreos:

"Entonces el Eterno dijo a Avram [Abram]: 'Vete de tu tierra, de tu parentela y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré."
(Bereshit / Génesis 12:1)

Se cuenta del rabino Najum de Chernobil que dedicaba mucho tiempo para ayudar a liberar a judíos aprisionados por regímenes autoritarios, y muy a menudo antijudíos.
Acostumbraba el rabino viajar de un sitio a otro, en cada lugar hacía esfuerzos denodados para recolectar fondos y de ese modo poder pagar las expensas necesarias para preservar la vida e integridad de los judíos prisioneros, y a veces también para abrirles la puerta hacia la libertad.
Cierta vez que se encontraba en Zhitomer, algunas personas maliciosas difundieron falsos rumores acerca de su persona y él mismo fue tomado prisionero.
En las mazmorras oscuras del oscuro régimen escondieron al sabio inocente.
Una persona justa que lo vino a visitar le dijo: "El patriarca Avraham era sobresaliente en los actos de bondad que hacía para los viajeros. Los convidaba con todo tipo de manjares y bondades, les dedicaba mucho tiempo, esfuerzo y dinero para hacerles la vida más confortable. Entre sus virtudes estaba la que siempre se esforzaba para conocer a sus invitados, para de ese modo darles lo mejor y más indicado para ellos.
No es casual ni arbitrario que el Eterno le haya ordenado salir de su casa, de su barrio, de su país; pues, solamente aquel que personalmente experimenta lo que significa ser un extranjero en un lugar extraño está capacitado para sentir de primera mano las necesidades del viajero y del desterrado. Obtuvo así un gran conocimiento, pues se conoció a sí mismo y de esa manera pudo conocer en verdad al prójimo.
Algo similar ocurre con usted en este momento. Usted está completamente dedicado a rescatar prisioneros, y ahora el Eterno le está dando la oportunidad para que experimente qué es este tormento de estar cautivo. Esta experiencia le dará la correcta apreciación de lo que es necesario hacer y decir al momento de querer rescatar al prójimo apresado. Aproveche esta oportunidad, aprenda y verá que estará un peldaño más alto en su espiritualidad".

Este consejo es bien cierto.
Cuando sufrimos cualquier trance doloroso o preocupante, debemos recordar y aprovechar cuidadosamente cada detalle para luego aprender a obtener beneficio de ese momento.
Tratemos de incorporar el recuerdo del suceso como una nueva experiencia que sirve para alcanzar una finalidad positiva.
Esto no significa que colguemos del cuello de nuestra alma un perenne cuadro del suceso ingrato y del sufrimiento; sino que aprovechemos el dolor para crecer en conocimiento, altruismo y conciencia del bien.

Viéndolo desde un punto de vista pragmático: ya que nos toca sufrir, ¿es de sabio añadir un mal recuerdo o un negro sentimiento al dolor vivido?
¿No es más racional y productivo hacer lo que podemos para convertir la hiel en miel?

Pongamos un par de ejemplos, bastante diferentes pero en los que se puede aplicar esta enseñanza.
El joven no dedica mucho de su tiempo y energía al estudio. Faltan dos semanas para el final de clases, y entonces se despierta de su larga siesta y quiere estudiar, participar y esmerarse lo que no hizo en el transcurso del año lectivo.
Finalmente, no puede salvar el curso, debe repetirlo... resultado lógico de su actitud negativa...
Si es persona de atesorar resentimientos (o de desaprovechar la situación para convertirla en experiencia positiva), echará culpas a los maestros y padres, a los compañeros y la vida, hasta quizás a él mismo, pero no modificará positivamente su actitud, y entonces, al año siguiente seguramente tendrá otro fracaso en su carrera estudiantil.
Pero, si el recuerdo del mal trago es modificado para convertirse en experiencia, entonces comprenderá su error y al nuevo año entrará con una nueva perspectiva y actitud.

El segundo ejemplo es el de una persona aquejada por una repentina enfermedad.
Supongo que nadie desea padecer una, y que el Eterno aleje los males de Sus fieles.
Sin embargo, son un hecho, las enfermedades y los accidentes están en nuestro entorno, en nuestras vidas.
Si la persona encara su padecer con ánimo adverso, atesorando malos sentimientos en su interior, la enfermedad no se irá, pero a ella se le sumará el encono, el rencor, la incertidumbre, la inquietud. Y entonces la persona dedicará muchísima de su energía vital a esas negatividades, en vez de dirigir su energía para lograr una más pronta recuperación, o un estado de serenidad a pesar del malestar.
Pero, si la persona convierte el recuerdo de la desgracia, o el suceso de la misma, en un trampolín para conocerse y para conocer al prójimo, para arrepentirse, conciliarse, reconciliarse, confiar o sencillamente vivir a pesar de la adversidad, entonces las energías anímicas estarán encausadas para conseguir un mejoramiento de su estado o para sedar sus dolores y continuar transitado el pesar con mayor sentido y fuerza.

Son opciones que tenemos: elegir la vida y el bien a pesar del desastre; o escoger el mal y la muerte y entonces incrementar o generar el hondo dolor.

Recordemos:

"...he puesto delante de vosotros
la vida y la muerte,
la bendición y la maldición.
Escoge, pues, la vida para que vivas, tú y tus descendientes,
amando al Eterno tu Elokim,
escuchando Su voz y siéndoLe fiel.
Porque Él es tu vida y la prolongación de tus días
"
(Devarim / Deuteronomio 30:19-20)

Escoger la vida, la bendición... ese es el camino...
Pero, ¿cómo sabemos que hemos escogido correctamente el camino?
Pues, si estamos haciendo caso a la Voz del Eterno,
si actuamos con confiada fidelidad hacia Él,
si el cumplimiento de los mandamientos de la Torá son nuestros compañeros constantes,
si nuestra actitud ante la vida demuestra nuestra confianza y cariño hacia Él y Sus mandamientos (expuestos en la Torá).
Si vivimos de esta manera, el rencor, el resentimiento, la compulsión a acusar injustamente, la constante prédica negativa no tienen amplio lugar en nuestro ser.

Lo que jamás debiéramos hacer es atesorar los frutos del feo suceso en la sección de nuestro corazón que alberga los resentimientos o asuntos mal sanados.
La sección destinada a guardar sentimientos negativos, es muy pequeña y de paredes endebles, y bien pronto comienza a desbordar y a ocupar el precioso lugar de otros sentimientos.
Así, bien rápido las secciones para el amor, la ternura, el agradecimiento, la solidaridad, etc., se ven sumergidas en oleadas de sentimientos negativos, y la persona se va empobreciendo afectivamente y hundiéndose más y más en la desazón.

Tenemos algunas señales para reconocernos como una de esas personas hundidas en el resentimiento, o quizás reconocer a alguien de nuestro entorno.
Prestemos atención a algunas de las señales: agitación afectiva, intranquilidad sin aparente motivo, explosiones de mal genio, impulsividad, pasiones fuera de límites, desprolijidad, desunión, esclavitud afectiva o material, actos de injusticia, pensamientos negativos, cansancio constante, peleas a las que no se le puede encontrar causa, frialdad emocional, falta de agradecimiento, sumisión o rebeldía, incapacidad para gozar y para perdonar... dolor mucho dolor.

Recordemos las palabras -que es un mandamiento- de la Torá:

"No aborrecerás en tu corazón a tu hermano...
No te vengarás ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Eterno.
"
(Vaikrá / Levítico 19:17-18)

Para amarnos, tal como Dios manda,
para poder amar al prójimo, como expresa el mandamiento,
es menester primero eliminar el aborrecimiento que uno carga en el corazón.
Para que haya amor se ha de extirpar el deseo de venganza, el resentimiento,
pues mientras los afectos negativos estén "afectando" a la persona,
no hay espacio para que emerja el verdadero amor.
Solamente hay negociados, intercambios, mutuas necesidades para satisfacer, caretas de amor, pasión, enamoramiento... pero no amor.

Si hemos caído en este estado de oscuridad del alma, si es el resentimiento lo que reverbera en nuestro ser, el camino es el de la teshuvá -el arrepentimiento total y sincero-, para diluir el resentimiento del corazón y entonces el perdón y el amor puedan rebrotar.
(Leer este artículo, es muy útil, según comprobamos en los hechos).

Si queremos ayudarnos con la Mano del Eterno, podemos tener en mente y en el corazón este mensaje inspirador:

"Asa invocó al Eterno su Elokim, diciendo: '¡oh Eterno, no hay otro como Tú para ayudar tanto al poderoso como al que no tiene fuerzas! Ayúdanos, oh Eterno, Elokim nuestro, porque en Ti nos apoyamos y en Tu nombre vamos contra esta multitud. oh Eterno, Tú eres nuestro Elokim; no prevalezca contra ti el hombre!'"
(2 Divrei Haiamim / II Crónicas 14:10)

Cuando la multitud de malos pensamientos nos guerrean y quieren conquistarnos,
apoyémonos en el Eterno,
pidamos Su poder,
sea que nos creamos fuertes o débiles,
pues Él es quien ayuda, redime y salva.

Gracias a Dios tenemos un camino alternativo para canalizar nuestros sentimientos, y no solamente estancarlos en el corazón para que se corrompan y corroan nuestro interior.
Si al sufrir ubicamos el recuerdo del aprieto en el casillero de las experiencias con finalidad positivas, entonces estaremos habilitados para reconocer una nueva situación similar, y entonces estar prevenidos para no sufrir innecesariamente en ella.
Pero, además estamos en condiciones de reconocer a los otros cuando estén en similar situación penosa. Tendremos un contacto más profundo con lo que está sufriendo, de esta manera nos sentiremos movidos a darle una mano con sensibilidad y compasión.

De esta manera tendremos dos enormes ganancias:

  1. Podremos darnos cuenta con mayor claridad del correcto lugar en el cual ubicar la situación problemática. Es más sencillo darse cuenta de los problemas de los demás que los propios, y encontrar soluciones para el ajeno que para el propio.
     

  2. Estamos habilitados para aprender de la situación traumática, convertirla en recuerdo de experiencia, en vez de dejarla enquistada como malestar interno que corroe hasta los más recónditos rincones de la persona.

Entonces, luego del sufrimiento, cuando nos reconciliamos con nosotros mismos, estamos en posición de encontrarnos realmente con el prójimo.
Un encuentro auténtico, que nos una en el altruismo y no por necesidades o por negociaciones mutuas.
Cuando actuamos con altruismo, verdadera generosidad sin esperar nada absolutamente nada a cambio, obtenemos un inmenso placer espiritual, que no se puede explicar pero que se reconoce cuando se lo está percibiendo.

Prestemos atención a la idea que el gran pensador, el psicólogo judío Erich Fromm, tenía respecto al amor, y tratemos de comprender cómo esta idea se enraíza en nuestras fuentes más antiguas:

En contraste con la unión simbiótica, el amor maduro significa unión a condición de presentar la propia integridad, la propia individualidad. El amor es un poder activo en el hombre; un poder que atraviesa las barreras que separan al hombre de sus semejantes y lo une a los demás; el amor lo capacita para superar su sentimiento de aislamiento y separatividad. En el amor se da la paradoja de dos seres que se convierten en uno y, no obstante, siguen siendo dos.
El amor es la preocupación activa por la vida y el crecimiento de lo que amamos. Cuando falta tal preocupación activa, no hay amor. La esencia del amor es "trabajar" por algo y "hacer crecer" El amor y el trabajo son inseparables. Se ama aquello por lo que se trabaja, y se trabaja por lo que se ama.
El cuidado y la preocupación implican otro aspecto del amor: el de la responsabilidad. Hoy en día suele usarse ese término para denotar un deber, algo impuesto desde el exterior. Pero la responsabilidad, en su verdadero sentido, es un acto enteramente voluntario, constituye mi respuesta a las necesidades, expresadas o no, de otro ser humano. Ser "responsable" significa estar listo y dispuesto a "responder". Jonás no se sentía responsable ante los habitantes de Nínive. El, como Caín, podía preguntar: ¿Soy yo el guardián de mi hermano? La persona que ama responde, La vida de su hermano no es solo asunto de su hermano, sino propio. Siéntese tan responsable por sus semejantes como por si mismo. Tal responsabilidad, en el caso de la madre y su hijo, atañe principalmente al cuidado de las necesidades físicas. En el amor entre adultos, a las necesidades síquicas de la otra persona.
La responsabilidad podría degenerar fácilmente en dominación y posesividad, si no fuera por un tercer componente del amor, el respeto. Respeto no significa temor y sumisa reverencia; denota, de acuerdo con la raíz de la palabra (respicere = mirar), la capacidad de ver a una persona tal cual es, tener conciencia de su individualidad única. Respetar significa preocuparse por que la otra persona crezca y se desarrolle tal como es. De ese modo, el respeto implica la ausencia de explotación. Quiero que la persona amada crezca y se desarrolle por si misma, en la forma que les es propia, y no para servirme. Si amo a la otra persona, me siento uno con ella, pero con ella tal cual es, no como yo necesito que sea, como un objeto para mi uso. Es obvio que el respeto sólo es posible si yo he alcanzado independencia; si puedo caminar sin muletas, sin tener que dominar o explotar a nadie. El respeto sólo existe sobre la base de la libertad: "l´amour est l’enfant de la liberté", dice una vieja canción francesa; el amor es hijo de la libertad, nunca de la dominación.
Respetar a una persona sin conocerla, no es posible; el cuidado y la responsabilidad serían ciegos si no los guiara el conocimiento. Hay muchos niveles de conocimiento; el que constituye un aspecto del amor no se detiene en la periferia, sino que penetra hasta el meollo. Sólo es posible cuando puedo trascender la preocupación por mi mismo y ver a al otra persona en sus propios términos. Pero el conocimiento tiene otra relación, más fundamental, con el problema del amor. La necesidad básica de fundirse con otra persona para trascender de ese modo la prisión de la propia separatividad se vincula, de modo íntimo, con otro deseo específicamente humano, el de conocer el "secreto del hombre". Si bien la vida en sus aspectos meramente biológicos es un milagro y un secreto, el hombre, en sus aspectos humanos, es un impenetrable secreto para sí mismo –y para sus semejantes-. Nos conocemos y, a pesar de todos los esfuerzos que podamos realizar, no nos conocemos. Conocemos a nuestros semejantes y, sin embargo, no los conocemos, porque no somos una cosa, y tampoco lo son nuestros semejantes. Cuanto más avanzamos hacia las profundidades de nuestro ser, o el ser de los otros, más nos elude la meta del conocimiento. Sin embargo, no podemos dejar de sentir el deseo de penetrar en el secreto del alma humana, en el núcleo más profundo que es "él". La crueldad misma está motivada por algo más profundo: el deseo de conocer el secreto de las cosas y de la vida. Otro camino para conocer "el secreto" es el amor. El amor es la penetración activa en la otra persona, en la que la unión satisface mi deseo de conocer. En el acto de fusión, te conozco, me conozco a mi mismo, conozco a todos –y no "conozco" nada-. Conozco de la única manera en que el conocimiento de lo que está vivo le es posible al hombre –por la experiencia de la unión- no mediante algún conocimiento proporcionado por nuestro pensamiento. La única forma de alcanzar el conocimiento total consiste en el acto de amar: ese acto trasciende el pensamiento, trasciende las palabras. Es una zambullida temeraria en la experiencia de la unión. Sin embargo, el conocimiento del pensamiento, es decir, el conocimiento psicológico, es una condición necesaria para el pleno conocimiento en el acto de amar. Tengo que conocer a la otra persona y a mi mismo objetivamente, para poder ver su realidad, o más bien, para dejar de lado las ilusiones, mi imagen irracionalmente deformada de ella. Sólo conociendo objetivamente a un ser humano, puedo conocerlo en su esencia, en el acto de amar. El problema de conocer al hombre es paralelo al problema religioso de conocer a Dios. En la tecnología occidental convencional se intenta conocer a Dios por medio del pensamiento, de afirmaciones acerca de Dios. Se supone que puedo conocer a Dios en mi pensamiento. En el misticismo, que es el resultado del monoteísmo, se renuncia al intento de conocer por medio del pensamiento, y se lo reemplaza por la experiencia de la unión con Dios, en la que ya no hay lugar para el conocimiento acerca de Dios, ni tal conocimiento es necesario. La experiencia de la unión, con el hombre o, desde un punto de vista religioso, con Dios, no es en modo alguno irracional. Por el contrario, y como lo señaló Albert Schwetzer, es la consecuencia del racionalismo, su consecuencia más audaz y radical. Se basa en nuestro conocimiento de las limitaciones fundamentales, y no accidentales, de nuestro conocimiento. Es el conocimiento de que nunca "captaremos" el secreto del hombre y del universo, pero que podemos conocerlos, sin embargo, en el acto de amar.
Cuidado, responsabilidad, respeto y conocimiento son mutuamente interdependientes.
El amor infantil sigue el principio: "Amo porque me aman". El amor maduro obedece al principio: "Me aman porque amo". El amor inmaduro dice: "Te amo porque te necesito". El amor maduro dice: "Te necesito porque te amo"
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¡Les deseo a usted y los suyos que pasen un Shabbat Shalom UMevoraj!
¡Qué sepamos construir shalom!

Moré Yehuda Ribco

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"La persona generosa será prosperada, y el que sacia a otros también será saciado."
(Mishlei / Proverbios 11:25)


Notas:

1- Tomado de "El Arte de Amar", Cap. II, Ed. Paidós.

Otras interpretaciones de este pasaje de la Torá, y más estudios los hallan HACIENDO CLIC AQUÍ, AQUÍ y AQUÍ.

Preguntas y datos para meditar y profundizar:

  • El plan
    "Planifica para Este Mundo como si fueras a vivir para siempre; planifica para el Más Allá como si fueras a morir mañana"
    (R. Ibn Gabirol, Mibhar HaPeninim, #512)

    • ¿Por qué el insensato vive como si la vida no tuviera término ni sentido?
       

    • ¿Cómo el conocimiento del fin auxilia para amar con más profundidad?
       

  • Solo el amor
    "Solo el amor domina el temor"
    (Zohar, Shemot/Éxodo 216a)
     

    • ¿Cómo el temor afecta las relaciones que son de amor aparente, que está basado solamente en satisfacción de mutuas necesidades?
       

    • ¿Por qué el antídoto para el temor es el amor auténtico?

De la Parashá Lej Lejá

 

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