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 Lic. Prof. Yehuda Ribco // Av 3, 5765 - 8/8/05

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 Cterapia 

     El equilibrio para el niño interno


"La insensatez está ligada al corazón del joven,
pero
la vara de corrección la hará alejarse de él
."
(Mishlei / Proverbios 22:15)

Ese niño.
El corazón infantil carga con su natural insensatez.
Esto ocurre pues le falta al niño:

  • el surgimiento del ietzer hatov en su totalidad,

  • las experiencias suficientes y apropiadas y

  • el entrenamiento en lo que es correcto.

Cuando pasan los años, cuando las experiencias van encaminando a la persona hacia su madurez, suele ocurrir que un resto de infantilidad permanece habitando en rincones más o menos ocultos de su corazón.
Esos espacios oscuros corresponden a partes propias que no han crecido, que han permanecido estancadas e inconclusas, ancladas (fijadas) en la infancia.
Existen otros espacios, más grisáceos, que pertenecen a recuerdos de la época infantil firmemente empotrados en el corazón y que tienen alguna influencia sobre aspectos más maduros de la personalidad. Estos espacios pueden pertenecer a acontecimientos (reales o fantaseados) del pasado, tanto dolorosos como agradables.

Al conjunto de esos sitios infantiles de nuestra personalidad se le acostumbre denominar "el niño interior".

Debemos comprender que nosotros estamos siendo, incluso en la edad adulta, en alguna medida este niño interior, y que en muchas ocasiones es él quien actúa y encamina nuestros pasos, aunque nuestra fachada exterior sea de adultez y nos creamos racionales y perfectamente adaptados al mundo.
Pero, lo cierto es que, mientras no desarrollemos nuestro niño interior, estamos a su merced...

Como buen niño es terco y exigente, a veces seductor, e invariablemente su proclama es: "quiero-dame, quiero-dame, quiero-dame".
Su falta de conformidad es inagotable, siempre quiere más.

Cuando la exigencia se relaciona con un hecho agradable, el niño interior quiere repetirlo, tal como los niñitos adoran que se les repita una y otra vez, incansablemente el mismo cuento, sin variaciones de ninguna especie. La vida presente debe repetirse como un calco del pasado, pues de lo contrario saltará el niño enfurecido, violentado en su placer, reclamando para revivir imperturbable aquello de lo que tanto ha gozado.

Por su parte, cuando la exigencia se vincula a un hecho doloroso, el niño interior nuevamente lo quiere revivir, esta vez con la fantasía de poder cambiarlo. Siente el niño interior que en cierta medida ha adquirido más poder y control sobre ciertas facetas de su vida, y por tanto probará nuevamente en aquello que fracasó siendo un niño de verdad.
Su esperanza irracional es su reclamo insistente, y espera el cambio que surja de modo mágico. El presente, entonces, es vivido así solamente como un campo de batalla de una guerra muchos años atrás ya perdida.

Como lo hemos representado, es fácil reconocer que en todo momento el niño interior está SUFRIENDO. Tanto si sus recuerdos son agradables como si son tormentosos, el hecho es que el presente es vivido con gran ansiedad o angustia, pues es fuente de incertidumbre, de cambios, de más dolor. O se reitera el patrón de sufrimiento del pasado, y se suma el dolor actual al añejo; o se presentan cambios, que alteran el patrón conocido y gozoso del pasado.

Un niño es como un agujero negro que absorbe y absorbe y no quiere parar de absorber, sin dar NADA a cambio, ni siquiera las gracias.
Cuanto menos ha sido nutrido emocionalmente en su edad cronológica infantil, más reclamará desde el interior con el paso del tiempo.
Es decir, a mayor carencia en época infantil, mayor demanda en edad adulta.

Pongamos este concepto en un ejemplo.
Una persona que ha sufrido carencias de amor siendo niño, estará tercamente anclado en una actitud de recibir unidireccional... quiere el cariño, la atención, la ternura que no tuvo en su momento.
Puede ser que encuentre como pareja a una persona de personalidad maternal, e igualmente inmadura emocionalmente, y entonces se complementen y vivan juntos por muchos años; uno siendo espalda y el otro mochila... y ambos compenetrados y extasiados en su juego inconsciente.
Pero, lo más probable es que toda relación afectiva que entable sea netamente insatisfactoria, pues vivirá exigiendo sin aportar, y estará de continuo en la crítica ácida sin modificar positivamente nada.

Sin embargo, el espíritu de la persona, al alcanzar la edad madura, tiene una tendencia natural al equilibrio entre el dar y el recibir. Por tanto, choca esta tendencia con aquel niño infantil testarudo y glotón que no comprende que su satisfacción realmente se encuentra en el equilibrio da/recibir y no en el afanoso quiero-dame.

Es esta tendencia natural del espíritu humano lo que se debe aprovechar para desarrollar al niño.
Y además, como niño que es, cuando recibe la atención del adulto bueno, fácilmente cambia su llanto en sonrisas. Es importante saber esto, pues es la clave para tranquilizar al niño y permitirle crecer hasta la máxima madurez alcanzable.

Veamos dos técnicas que podemos hacer para que crezca nuestra personalidad.

La primera.
En su sesión de CTERAPIA (o en su psicoterapia si es que cuadra al contrato de trabajo) hable de lo que sienta. No retenga nada de sus sentimientos, expréselos, pues de seguro que no dañará a nadie al expresarlos. Permita que al niño interior le presten atención por las buenas, y no porque hace cosas desagradables para que lo noten. El niño interior pide, exige y reclama, pero cuando le están atendiendo su tono agresivo suele descender y se convierte en un murmullo agradecido.
Mientras manifiesta sus sentimientos, reconozca como éstos que estaban enquistados en su interior no tienen nada de fétidos, nada de dañinos, como para tenerlos ocultos.
Sin dudas que esto demanda un ambiente y un vínculo de confianza que quizás no lo perciba ni consiga de inmediato.

Con el surgimiento de los sentimientos, mientras se los va poniendo en palabras, mientras se los va distinguiendo y discerniendo, podrá empezar a identificar sus creencias y pensamientos irracionales.
Por lo general estas creencias e ideas irracionales están atadas al sentimiento de culpa.
Por lo cual, es momento de reconocer que ningún hecho de su pasado lo convierte en indigno del amor, y que sea lo que fuera, merece y puede amar, merece y puede perdonar y ser perdonado.

Al tiempo, casi imperceptiblemente, advertirá que cuanto más huía de sus temores, cuanto más escondía sus sentimientos, más poderosos eran estos y más dominaban en su vida. Aprenderá que la libertad no es un ejercicio de escape y evasión, sino un trabajo de compromiso y responsabilidad. El niño seguirá demandando atención y las otras cosas que quiere, pues está empeñado en obtener lo que quiere sin dar nada a cambio; pero su parte de personalidad adulta atenderá al niño sin por eso convertirse en esclavo de sus melindres.

Finalmente, si el proceso ha avanzado apropiadamente llegará a percibir que su felicidad e infelicidad no dependen de los otros, sino solamente de usted mismo.
Llegado a este punto, encontrará que sus sesiones de CTERAPIA toman un nuevo cariz, enfrascándose ahora en una construcción del sentido de su vida en lugar de luchar con fantasmas de su pasado.

La segunda.
Los hechos del pasado son inmodificables, pero cada ser humano tiene la fuerza de re-significar, es decir, de dar un nuevo significado a lo que ha vivido.
Nuestro niño interno está reclamando por todas aquellas cosas que no gozó, demandando por las promesas que no le fueron cumplidas, pleno de resentimiento hacia sus padres, a los que culpa de todos sus fracasos y a los que culpa también por no haber continuado sosteniéndolo en brazos como antaño. Con viva realidad imagina que si le hubieran dado aquello que reclama su vida ahora sería diferente. Sueña con un pasado mejor que le hubiera brindado un presente idealizado como brillante. Reclama a viva voz aquello que le faltó y aquello que fantaseó y nunca obtuvo, y así va alimentando rencores y dolores. Va sumando más decepción a su desesperación esperanzada.
Pero, si la parte de su personalidad adulta se detuviera a escuchar el llanto de su niño interno, y respondiera como adulto y no como autómata a los reclamos del niño, bien podría ensayar una respuesta diferente a la habitual.
Les propongo que prueben este ejercicio.
En un momento de relajación y respiración lenta y profunda, observe a su niño interno que está tirado en un rincón llorando y gimoteando vaya uno a saber qué. Luego su mente véase, a usted el adulto, que toma en sus brazos al niño y le dice: "Cuéntame que te duele."
Y entonces deja su mente vagar por unos momentos, quizás minutos.
No debe tratar de controlar sus pensamientos, ni de analizarlos, ni siquiera de darles un contenido lógico, solamente los dejará fluir hasta que se sienta o aliviado o anonadado.
Y luego, mentalmente y con firmeza el adulto dirá al niño: "Comprendo tu dolor porque no tuviste aquello que querías. No podemos cambiar lo que ha pasado, pero podemos hacer algo ahora para que te sientas mejor. Te quiero, porque eras parte de mí y espero que confíes para que andemos juntos tomados de la mano. ¿Me acompañas por favor?".
Y entonces, es el adulto el que debe hacer que el hecho siga al dicho, y a través de su racionalidad y madurez escoja aquellas acciones que sean más provechosas para su vida.
Es el adulto quien cuenta a su alcance con "la vara de corrección", y mediante ella podrá dirigir su destino, integrando sus partes inmaduras de un modo equilibrado.

Por último.
Aquel que huye de sus miedos, cae en ellos.
Aquel que hace esfuerzos para esquivar de sus miedos, es devorado por ellos.
Aquel que lucha contra sus miedos, termina siendo controlado por ellos.
Pero, aquel que construye conscientemente su vida, que lleva luz hasta la raíz misma de sus problemas, notará que la fiereza que tanto teme el niño interior desaparece y el adulto es el que toma las riendas de la vida.
La clave está en conocer los miedos que nos acosan, y por eso es que dimos las dos técnicas para que el niño interior se exprese; pero lo fundamental es dedicarse a construir aquello que es independiente de nuestros temores.
Es posible...

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"La persona generosa será prosperada, y el que sacia a otros también será saciado."
(Mishlei / Proverbios 11:25)

Notas:

1-

 

 Yehuda Ribco

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