"La insensatez está
ligada al corazón del joven,
pero
la vara de corrección la hará alejarse de él."
(Mishlei / Proverbios 22:15)
Ese niño.
El corazón infantil carga con su natural
insensatez.
Esto ocurre pues le falta al niño:
-
el surgimiento del
ietzer hatov en su totalidad,
-
las experiencias suficientes y apropiadas
y
-
el entrenamiento en lo que es correcto.
Cuando pasan los años, cuando las experiencias
van encaminando a la persona hacia su madurez, suele ocurrir que un resto de
infantilidad permanece habitando en rincones más o menos ocultos de su
corazón.
Esos espacios oscuros corresponden a partes propias que no han crecido, que
han permanecido estancadas e inconclusas, ancladas (fijadas) en la infancia.
Existen otros espacios, más grisáceos, que pertenecen a recuerdos de la
época infantil firmemente empotrados en el corazón y que tienen alguna
influencia sobre aspectos más maduros de la personalidad. Estos espacios
pueden pertenecer a acontecimientos (reales o fantaseados) del pasado, tanto
dolorosos como agradables.
Al conjunto de esos sitios infantiles de nuestra personalidad se le
acostumbre denominar "el niño interior".
Debemos comprender que nosotros estamos
siendo, incluso en la edad adulta, en alguna medida este niño interior, y
que en muchas ocasiones es él quien actúa y encamina nuestros pasos, aunque
nuestra fachada exterior sea de adultez y nos creamos racionales y
perfectamente adaptados al mundo.
Pero, lo cierto es que, mientras no desarrollemos nuestro niño interior,
estamos a su merced...
Como buen niño es terco y exigente, a veces seductor, e invariablemente su
proclama es: "quiero-dame, quiero-dame, quiero-dame".
Su falta de conformidad es inagotable, siempre quiere más.
Cuando la exigencia se relaciona con un hecho
agradable, el niño interior quiere repetirlo, tal como los niñitos adoran
que se les repita una y otra vez, incansablemente el mismo cuento, sin
variaciones de ninguna especie. La vida presente debe repetirse como un
calco del pasado, pues de lo contrario saltará el niño enfurecido,
violentado en su placer, reclamando para revivir imperturbable aquello de lo
que tanto ha gozado.
Por su parte, cuando la exigencia se vincula a
un hecho doloroso, el niño interior nuevamente lo quiere revivir, esta vez
con la fantasía de poder cambiarlo. Siente el niño interior que en cierta
medida ha adquirido más poder y control sobre ciertas facetas de su vida, y
por tanto probará nuevamente en aquello que fracasó siendo un niño de
verdad.
Su esperanza irracional es su reclamo insistente, y espera el cambio que
surja de modo mágico. El presente, entonces, es vivido así solamente como un
campo de batalla de una guerra muchos años atrás ya perdida.
Como lo hemos representado, es fácil reconocer
que en todo momento el niño interior está SUFRIENDO. Tanto si sus recuerdos
son agradables como si son tormentosos, el hecho es que el presente es
vivido con gran ansiedad o angustia, pues es fuente de incertidumbre, de
cambios, de más dolor. O se reitera el patrón de sufrimiento del pasado, y
se suma el dolor actual al añejo; o se presentan cambios, que alteran el
patrón conocido y gozoso del pasado.
Un niño es como un agujero negro que
absorbe y absorbe y no quiere parar de absorber, sin dar NADA a cambio, ni
siquiera las gracias.
Cuanto menos ha sido nutrido emocionalmente en su edad cronológica infantil,
más reclamará desde el interior con el paso del tiempo.
Es decir, a mayor carencia en época infantil, mayor demanda en edad adulta.
Pongamos este concepto en un ejemplo.
Una persona que ha sufrido carencias de amor siendo niño, estará tercamente
anclado en una actitud de recibir unidireccional... quiere el cariño, la
atención, la ternura que no tuvo en su momento.
Puede ser que encuentre como pareja a una persona de personalidad maternal,
e igualmente inmadura emocionalmente, y entonces se complementen y vivan
juntos por muchos años; uno siendo espalda y el otro mochila... y ambos
compenetrados y extasiados en su juego inconsciente.
Pero, lo más probable es que toda relación afectiva que entable sea
netamente insatisfactoria, pues vivirá exigiendo sin aportar, y estará de
continuo en la crítica ácida sin modificar positivamente nada.
Sin embargo, el espíritu de la persona, al
alcanzar la edad madura, tiene una tendencia natural al equilibrio entre el
dar y el recibir. Por tanto, choca esta tendencia con aquel niño infantil
testarudo y glotón que no comprende que su satisfacción realmente se
encuentra en el equilibrio da/recibir y no en el afanoso quiero-dame.
Es esta tendencia natural del espíritu humano
lo que se debe aprovechar para desarrollar al niño.
Y además, como niño que es, cuando recibe la atención del adulto bueno,
fácilmente cambia su llanto en sonrisas. Es importante saber esto, pues es
la clave para tranquilizar al niño y permitirle crecer hasta la máxima
madurez alcanzable.
Veamos dos técnicas que podemos hacer para que
crezca nuestra personalidad.
La primera.
En su sesión de CTERAPIA (o en su psicoterapia si es que cuadra al contrato
de trabajo) hable de lo que sienta. No retenga nada de sus sentimientos,
expréselos, pues de seguro que no dañará a nadie al expresarlos. Permita que
al niño interior le presten atención por las buenas, y no porque hace
cosas desagradables para que lo noten. El niño interior pide, exige y
reclama, pero cuando le están atendiendo su tono agresivo suele descender y
se convierte en un murmullo agradecido.
Mientras manifiesta sus sentimientos, reconozca como éstos que estaban
enquistados en su interior no tienen nada de fétidos, nada de dañinos, como
para tenerlos ocultos.
Sin dudas que esto demanda un ambiente y un vínculo de confianza que quizás
no lo perciba ni consiga de inmediato.
Con el surgimiento de los sentimientos, mientras se los va poniendo en
palabras, mientras se los va distinguiendo y discerniendo, podrá empezar a
identificar sus creencias y pensamientos irracionales.
Por lo general estas creencias e ideas irracionales están atadas al
sentimiento de culpa.
Por lo cual, es momento de reconocer que ningún hecho de su pasado lo
convierte en indigno del amor, y que sea lo que fuera, merece y puede amar,
merece y puede
perdonar y ser perdonado.
Al tiempo, casi imperceptiblemente, advertirá
que cuanto más huía de sus temores, cuanto más escondía sus sentimientos,
más poderosos eran estos y más dominaban en su vida. Aprenderá que la
libertad no es un ejercicio de escape y evasión, sino un trabajo de
compromiso y responsabilidad. El niño seguirá demandando atención y las
otras cosas que quiere, pues está empeñado en obtener lo que quiere sin dar
nada a cambio; pero su parte de personalidad adulta atenderá al niño sin por
eso convertirse en esclavo de sus melindres.
Finalmente, si el proceso ha avanzado apropiadamente llegará a percibir que
su felicidad e infelicidad no dependen de los otros, sino solamente de usted
mismo.
Llegado a este punto, encontrará que sus sesiones de CTERAPIA toman un nuevo
cariz, enfrascándose ahora en una construcción del sentido de su vida en
lugar de luchar con fantasmas de su pasado.
La segunda.
Los hechos del pasado son inmodificables, pero cada ser humano tiene la fuerza
de re-significar, es decir, de dar un nuevo significado a lo que ha vivido.
Nuestro niño interno está reclamando por todas aquellas cosas que no gozó,
demandando por las promesas que no le fueron cumplidas, pleno de
resentimiento hacia sus padres, a los que culpa de todos sus fracasos y a
los que culpa también por no haber continuado sosteniéndolo en brazos como
antaño. Con viva realidad imagina
que si le hubieran dado aquello que reclama su vida ahora sería diferente. Sueña con un pasado
mejor que le hubiera brindado un presente idealizado como brillante. Reclama a viva voz
aquello que le faltó y aquello que fantaseó y nunca obtuvo, y así va alimentando
rencores y dolores. Va sumando más decepción a su desesperación esperanzada.
Pero, si la parte de su personalidad adulta se detuviera a escuchar el
llanto de su niño interno, y respondiera como adulto y no como autómata a
los reclamos del niño, bien podría ensayar una respuesta diferente a la
habitual.
Les propongo que prueben este ejercicio.
En un momento de relajación y respiración lenta y profunda, observe a su
niño interno que está tirado en un rincón llorando y gimoteando vaya uno a
saber qué. Luego su mente véase, a usted el adulto, que toma en sus brazos
al niño y le dice:
"Cuéntame que te duele."
Y entonces deja su mente vagar por unos momentos, quizás minutos.
No debe tratar de controlar sus pensamientos, ni de analizarlos, ni siquiera
de darles un contenido lógico, solamente los dejará fluir hasta que se
sienta o aliviado o anonadado.
Y luego, mentalmente y con firmeza el adulto dirá al niño: "Comprendo tu dolor porque no tuviste
aquello que querías. No podemos
cambiar lo que ha pasado, pero podemos hacer algo ahora para que te sientas
mejor. Te quiero, porque eras parte de mí y espero que confíes para que
andemos juntos tomados de la mano. ¿Me acompañas por favor?".
Y entonces, es el adulto el que debe hacer que el hecho siga al dicho, y a
través de su racionalidad y madurez escoja aquellas acciones que sean más
provechosas para su vida.
Es el adulto quien cuenta a su alcance con "la vara de corrección", y
mediante ella podrá dirigir su destino, integrando sus partes inmaduras de
un modo equilibrado.
Por último.
Aquel que huye de sus miedos, cae en ellos.
Aquel que hace esfuerzos para esquivar de sus miedos, es devorado por ellos.
Aquel que lucha contra sus miedos, termina siendo controlado por ellos.
Pero, aquel que construye conscientemente su vida, que lleva luz hasta la raíz misma de
sus problemas, notará que la fiereza que tanto teme el niño interior desaparece y el adulto
es el que toma las riendas de la vida.
La clave está en conocer los miedos que nos acosan, y por eso es que dimos
las dos técnicas para que el niño interior se exprese; pero lo fundamental
es dedicarse a construir aquello que es independiente de nuestros temores.
Es posible...